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Historias cachondas.  :: 
Una Historia Diferente.
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    CAPÍTULO XXXI: NOCHE EN CALMA.


    Cuando llegamos a casa de David, estaba un poco más calmado. Había dejado de llorar aunque era incapaz de dejar de pensar en lo sucedido. Durante el trayecto los dos habíamos estado en silencio, sin cruzar una palabra.

    - Siento haberme comportado de esa forma... –dije avergonzado.

    - No te preocupes, todos podemos vivir una situación especialmente tensa –dijo David mientras se sentaba junto a mí en el sofá-. ¿Tan grave ha sido?

    - Sí... ha sido una bronca histórica. No estaba preparado para otra decepción... de Rosa no esperaba algo así.

    - ¿Algo así?

    - Se ha enrollado con el portero del edificio donde trabaja, un paleto integral, de los que se compran un utilitario y lo destrozan con la mayor expresión del arte que conocen, el tunning. De aquellos que escuchan Camela y Estopa a todo volumen mientras circulan con las ventanas abiertas para hacernos partícipes de tan estridente ruido. De aquellos que se compran “deuvedeses con dolbi sorrón” y no saben que el único zorrón que conocen es su novia, que con la ropa tan ajustada parece el escaparate de una carnicería. De esos, aunque éste es sutilmente distinto, éste no tiene una novia que viste con pantalones de sordomuda, tan ajustados que hasta le puedes leer los labios, éste ha escogido mejor... ha escogido a mi madre.

    - Uffff... lo pintas muy mal, sin duda. Pero no te olvides de algo Juan, tu madre es dueña de sus propias decisiones. –Añadió David mientras me acariciaba el brazo con suavidad.

    - ¿Y qué harías tú si ves que alguien al que quieres se está equivocando?

    - En primer lugar no juzgarle... nadie sabe como actuaría en una situación semejante hasta que no se encuentra en ella. En segundo lugar, quizás le advertiría, pero asumiendo que la decisión final es suya. Cada uno es responsable de los errores que comete...

    - Me asombra tu capacidad para entenderlo todo, admiro esa facultad de no jugar a los demás... –dije yo.

    - Quizás porque no me gustaría que nadie me juzgase jamás. Entones, ¿por qué iba a hacerlo yo?

    - Cierto... –No supe decir nada más.

    - Bueno, voy a encargar la cena a un japonés, seguro que hace horas que no has comido nada.

    Esa sonrisa, esa forma de preocuparse por mí, esa amabilidad... hubiesen sido perfectas si no fuera porque David se había pasado más de una semana sin dar señales de vida. Me repetí a mí mismo que debía ser cauto, que debía mantener la mente fría. Le miré sin decir nada. David, una sonrisa. David, unas manos acariciándome el brazo. David haciéndome olvidar esa cautela.

    Cuando llegó la comida empezamos a cenar. Llevábamos unos minutos en silencio, pero los silencios con David no me resultaban incómodos, al contrario. Me bastaba saber que si levantaba los ojos de la mesa, le vería. Me bastaba saber que si le miraba, mis ojos se cruzarían con los suyos... me bastaba saber que estaba allí, junto a mí. Y no se trataba de un sentimiento tópico, de un vulgar enamoramiento, se trataba de contar en aquel momento con un apoyo vital. Cuando tu familia, tus amigos, tus conocidos... te fallan, basta con sentir que alguien tan especial como David está contigo.

    - ¿Estás más tranquilo?

    - Sí... necesitaba hablar de todo esto con alguien.

    - ¿Qué piensas hacer? ¿Volverás a casa?

    - No, no... eso es imposible, al menos de momento. Mañana llamaré a mi hermano, en teoría íbamos a mudarnos junto a un amigo suyo a un piso en Barcelona. Intentaré acelerar la mudanza. La distancia servirá para reducir tensiones.

    - Cierto, quizás esa distancia os ayude a ver lo sucedido con cierta perspectiva.

    Terminamos de cenar mientras veíamos una de esas tópicas teleseries familiares. Sin dejar que me levantase, David recogió la mesa. Al volver de la cocina se acercó a mí y me tendió la mano:

    - Ven, salgamos a la terraza... nos vendrá bien un poco de aire fresco.

    Al salir tardé unos segundos en acostumbrarme a la oscuridad. El cielo estaba totalmente negro, cubierto de nubes. Sin el brillo de la luna, la única luz que iluminaba aquella terraza salía del interior de la casa, de la pequeña lámpara que David había dejado encendida. El motor de algún coche en la calle, oculta por los árboles del jardín, era el único sonido que rompía aquel sepulcral silencio.

    - Quizás no tiene una vista impresionante de la ciudad, pero adoro está tranquilidad. He pasado tantas noches despierto en esta terraza, en silencio, con los ojos clavados en la oscuridad...

    - ¿Tantas noches despierto?

    - Sí, cuando vivía en Madrid mi hermano y yo solíamos pasarnos horas en el tejado de casa hablando, muchas noches aquella era la única forma de no oír los gritos de mis padres. Salir a esta terraza es una de las pocas cosas que me queda de aquellos días.

    David volvió a quedarse en silencio. Nunca dejaba de sorprenderme. Cuando imaginaba que nada podía alterar aquella seguridad, aquella estabilidad, David me descubrió, aún si quererlo, una preocupación. En su gesto se dibujó cierta tristeza.

    - ¿Problemas familiares? –Dije yo sin demasiado acierto.

    - Bueno, es una historia muy larga –dijo David recuperando la serenidad-. Mejor pensamos en algo positivo... necesitas relajarte. ¿Estás en época de exámenes no?

    - ¡Exámenes! Joder... lo había olvidado, mañana tengo el primer examen final de este cuatrimestre...

    - Tranquilo, seguro que va todo bien ¿Cómo llevas el temario?

    - Bueno... más o menos bien. Es la asignatura a la que más tiempo he dedicado, pero no sé si seré capaz de concentrarme con todo esto.

    - Mira, yo mañana tengo que irme a Palma de Mallorca a reunirme con Mónica, porque estamos supervisando la reforma de uno de sus hoteles, así que nos levantaremos temprano. Si quieres puedes quedarte aquí mientras estoy en Mallorca o te dejo dinero para que busques un hotel mientras no se arregla lo de la mudanza.

    - Te lo agradezco, pero no será necesario. Mañana llamaré a Carlos y veré como están las cosas. Ahora no quiero pensar más en ello... necesito relajarme.

    - Conozco una forma perfecta para aliviar tensiones...

    David se incorporó en su hamaca y se acercó a mí. Sus dedos acariciaron mi pecho y se deslizaron hacia mi entrepierna.

    - David, no es el momento... hoy ha sido un día muy duro.

    - ¿No confías en mis técnicas de relajación? –Respondió David con una sonrisa.

    Siempre lograba lo que se proponía. No pude evitar sonreír y dejarme llevar mientras sentía los labios de David besándome el cuello. Deslizó una mano bajo mi camiseta y empezó a acariciarme.

    Me incorporé y nos besamos. Primero con suavidad, un leve roce de nuestros labios, un contacto desesperadamente suave y pausado. Después con intensidad, con nuestras lenguas enredándose, con su boca apretando mis labios con una fuerza difícil de contener.

    - ¿Mejor? –Dijo David interrumpiendo aquel beso.

    - Mmmmm... creo que tus técnicas de relajación hacen milagros.

    - Bueno, yo no estaría tan seguro –dijo David mientras me cogía la polla por encima del pantalón-. Aún hay zonas demasiado rígidas...

    - ¿Y qué propones? –Pregunté yo con ironía.

    - Un tratamiento especial...

    Sus hábiles y armónicos dedos desabrocharon mi pantalón. Levanté ligeramente las caderas y David tiró con energía de ellos. Hundió su nariz en mi entrepierna, cubierta aún por mi ropa interior. Mi erección era más que evidente. Sin quitarme los slips, David deslizó su mano por un lateral y sacó mi polla. Parecía hambriento, en pocos segundos mi verga desapareció en el interior de su boca.

    La tensión se esfumaba. La suave brisa nocturna se arremolinó en aquel rincón de la terraza, haciendo que me estremeciera. Una profunda sensación de bienestar me recorrió. La lengua de David se había detenido en mi glande y en un desesperante juego de succión, me provocaba un placer brutal. Sus dedos acariciaban mis huevos. Aceleró el ritmo. La imagen de mi polla entrando y saliendo de la boca de David unida al placer que me estaba produciendo aquella mamada hicieron que me corriera.

    Mi leche empezó a brotar de mi dura polla y David dejó de comérmela, terminando su excelente trabajo con una diabólica paja. Cuando había cesado el orgasmo, David pasó un dedo por mi glande y me lo acercó a los labios. Llevado por una extraña mezcla de morbo y agradecimiento, atrapé con mis labios su dedo húmedo por mi esperma. La cara de David lo decía todo.

    - Me haré una paja brutal con esta imagen –dijo con una traviesa sonrisa-. Y hora vamos a dormir, mañana será un día muy largo.

    Agradecí infinitamente que David no hubiese intentado nada más aquella noche. Su mamada había logrado relajarme, y mucho, pero no hubiese podido hacer nada más. Ya en la habitación David se desnudó mientras le observaba, me hubiese gustado grabar con fuego aquella imagen en mi memoria. Se estiró en la cama y se arropó con la sábana. Sus ojos siguieron atentamente mis movimientos mientras me desvestía.

    - Adoro ese culito... algún día será mío. –Dijo con una amplia sonrisa.

    Entré en la cama y me tumbé de espaldas a él. Los brazos de David me rodearon y sentí el cálido contacto de su polla erecta rozando mis nalgas. La gloria debía ser algo muy parecido a aquello.

    La mañana siguiente dejó poco tiempo para despedidas. Un furtivo beso en el ascensor y un esperanzador “Nos veremos en unos días” fueron nuestro último contacto.

    Como alma que lleva el diablo me dirigí a la facultad. Llegué a tiempo para el examen. Cuando entré en el aula, Raquel y Ana estaban sentadas en la misma mesa. Ana parecía serena, sin nervios... muy en su línea. No nos saludamos. Jordi entró justo después del profesor, hizo ademán de saludarme y se sentó unas filas más atrás. El profesor empezaba a repartir los exámenes. Un sudor frío me recorría la espalda. En aquel momento mi única preocupación era aprobar aquel examen. Como decían los romanos “alea jacta est”.




    Continuará...

     
  •  


    CAPÍTULO XXXII: LS MUDANZA.


    El lunes, después del primer examen final, Carlos me llamó para saber cómo estaba y dónde había pasado la noche. Me justifiqué diciendo que había estado en casa de un amigo. Al mediodía nos vimos en un restaurante del centro de Barcelona. Llegué antes que Carlos y le esperé en una de las mesas del local. Pocos minutos después mi hermano cruzó la puerta del restaurante. Vestía unos Dockers beige de corte pirata, una camiseta sin mangas de Puma y unas sandalias.

    - Hola hermanito, vaya noche nos has dado... –me dijo con una sonrisa burlona.

    - Lo siento... ¿cómo está Rosa?

    - Bueno... casi no hemos hablado. Me confesó entre lágrimas lo de su rollo con el portero de la inmobiliaria y me dijo que te habías enfadado muchísimo.

    - ¿Y qué opinas tú de esa relación?

    - Bueno, creo que Rosa tiene capacidad de decisión suficiente para saber lo que está haciendo... y la verdad, no me parecía mal como pasatiempo, aunque creo que puede aspirar a algo más. Aún así, ya no tienes porque preocuparte, Rosa echó a Fran de casa después de vuestra discusión.

    Fue como si unas manos invisibles tiraran con fuerza de mis párpados y me hicieran abrir totalmente los ojos. Había sido cruel con Rosa, había sido injusto por juzgar su situación... y ella me respondía aceptando mi crítica y cortando con Fran. Busqué una adjetivo para calificarme... ¿imbécil? No, tenía que ser algo más fuerte...

    - Siento mucho haberme comportado así... perdí los nervios, pero Rosa me mintió y me sentí muy decepcionado.

    - ¿Debo entender que no vas a disculparte? –Interrogó expectante mi hermano.

    - Ahora necesito calma, debo centrarme en los exámenes. Hablaré con Rosa más adelante...

    - Juan, debes disculparte... es tu madre.

    - Carlos, lo haré, lo haré en su momento. Y no me vengas diciendo que debo disculparme porque es mi madre, te recuerdo que llevas semanas sin hablar con Ricardo. Soy consciente de que no es fácil superar algo así, pero es tu padre y deberíais acercar posturas.

    - No quiero hablar de Ricardo... la situación es muy distinta. Está bien, dejemos de lado los problemas familiares. ¿Qué piensas hacer ahora?

    - Pues eso iba a preguntarte... me gustaría acelerar la mudanza.

    - Llevo varios días con ello. Como hoy tenía el día libre, me he pasado la mañana nadando en el club de la urbanización, pero esta tarde iré al piso.

    - ¿Ya está listo? –Pregunté sorprendido.

    - El sábado terminaron de pintarlo y hoy vienen los de Ikea a traer los muebles, los que compramos Sergio y yo, porque te recuerdo que tú ni si quiera has escogido la habitación.

    - Ufff... he estado tan ocupado estudiando –me justifiqué yo-. ¿No podrías arreglarlo tú?

    - Juan joder, que parece que haya que dártelo todo hecho –le miré con cara de pena, la mejor de mis caras de pena-. ¡Vaaa! ¡No pongas esa cara! Iré yo a comprarla, pero es el último favor que te hago.

    - Gracias hermano... jejeje –bromeé yo-. ¿Y cuándo nos vamos a vivir juntos? Porque yo no puedo volver a Sitges...

    - Pues si no fallan los del reparto hoy estará casi listo... podemos mudarnos esta misma semana.

    - Carlos... ¿me tomas el pelo? ¿Y dónde duermo esta noche, en el Ritz?

    - Bueno, yo te he traído algo de ropa y tu cartera... seguro que tus ahorros te llegan para una semana de lujo y confort en el Ritz o en el Juan Carlos I o en el Hotel Arts o en...

    - Jajajaja... eres un cabrón Carlos. Va, en serio...

    - Buuuueno... si quieres nos mudamos hoy mismo. Pero nosotros dos únicamente, Sergio está de viaje de trabajo en Madrid y no volverá hasta el viernes.

    - ¡Perfecto tío! Eso es lo que quería oír... jejeje. Podemos hacer una cosa, tú esperas a los del Ikea en el piso y yo voy en tu coche a Sitges para empezar la mudanza, ¿cómo lo ves?

    - ¡Oye! Que tengo un Alfa 147 no una Kangoo. Vete en tu coche, seguro que si abates esos carísimos asientos de cuero teja puedes cargar incluso la barbacoa... jejeje –dijo mi hermano entre risas.

    - Bien, bien... usaré el mío, ¡ay! Si el señor Daimler y el señor Benz levantasen la cabeza y viesen a los usos industriales a los que se ven relegados sus coches –bromeé yo.

    - ¡Ay, que pijo eres chaval! Va, pidamos algo de comer que nos espera una tarde muy dura.

    Después de comer nos separamos, Carlos se fue hacia el piso y yo volví a casa para empezar a trasladar nuestras cosas. Mi hermano me había asegurado que Rosa estaría trabajando, rogué para que así fuese. Sentía haber sido tan bruto con ella pero no estaba preparado para soltar una disculpa sin más. Debía medir bien mis palabras cuando hablase con ella, me disculparía por el tono en que lo dije, pero no por lo que dije. Seguía pensando que Rosa se había equivocado enrollándose con aquel tío.

    Efectivamente en casa sólo estaba Concha, la asistenta. Mientras recogía mis libros de Derecho aquella avispada espía del KGB disfrazada de inofensiva asistenta intentaba sonsacarme información. Tanteé sus preguntas para descubrir si trabajaba bajo las ordenes de los Servicios Secretos de Rosa, pero no llegué a ninguna conclusión. Le recordé que Carlos y yo nos mudábamos a Barcelona y Concha estalló en un fingido, o eso creí, llanto. Hubo un momento “bocadillo de choped” en que mi asistenta me recordó los tiempos en que me hacía la merienda al volver del colegio.

    Driblé a Concha, que con sus considerables dimensiones bloqueaba la puerta de mi habitación y en un heroico sprint alcancé la habitación de Carlos. Pero la diabólica espía me siguió, yo intentaba hacerme impermeable a tanta sensiblería pero el momento más temido llegó y Concha soltó aquella temida frase “con la de vece que t’he lavao er culo cuando era’ xico”. Me imaginé con casi 23 años siendo bañado por aquella mujer de 60 y tantos y de casi 80 kilos y una parte de mi cuerpo se redujo a su mínima expresión.

    Terminé de recoger las cosas que pensaba llevarme en ese primer viaje y me despedí de Concha. Estaba a punto de ceder a su sentimentalismo de oferta en Carrefour, cuando Concha me besó en la frente y me dijo: “¡Ay xiquillo! Y lo descansá que me voy a quedar sin tené que lavá toa la ropa que ensusia cada día, que parese una etrella de jolibu”.

    A pesar de todo, la iba a echar de menos, especialmente por lo que me tocaría trabajar a partir de ahora... bueno, quizás Concha podría venir un par de veces a al semana al piso de Barcelona. Me recordé que la próxima vez que la viese debía hacerle una oferta.

    El primero de los problemas que surgió en mi nueva vida fue el aparcamiento. Viviendo en Barcelona empecé a pensar que o me sobraba un Mercedes Sportcoupé o me faltaba una plaza de parking. Descargué como pude las cosas en el portal para que Carlos las subiese al piso y fui a aparcar el coche.

    Cuando había aparcado dudé de si aquello era Barcelona o realmente había aparcado en Valencia, la caminata hasta el piso fue de órdago. Cuando entré en nuestra nueva casa, Carlos terminaba de montar su cama. Me detuve en la puerta de su habitación, la imagen era impactante. No sólo se había quitado la camiseta, además se había quitado los pantalones y únicamente llevaba unos boxers grises algo ajustados.

    - ¿Pero que haces así? -Pregunté alucinado.

    - Tío, son las nueve, o sea que llevo casi seis horas montando muebles, menos mal que me han ayudado, previo pago, los del Ikea, aún así estoy hecho polvo y muerto de calor. Como no quería destrozarme unos pantalones de 90 euros pues he optado por este elegante modelo... jejeje. -Bromeó mi hermano.

    - Ya lo dicen Carlos... los que realmente trabajan en Ikea son sus clientes –dije entre risas-. Bueno, te ayudo a terminar y encargamos una pizza.

    Terminamos de montar su cama y observamos el resultado final. El comedor estaba pintado en un tono naranja con la pintura haciendo marcas de agua. Los inmensos ventanales estaban cubiertos con estores de color claro. Frente a uno de ellos, dos sofás de color hueso formando una L, aún no había televisor. A la izquierda había una mesa de comedor de cristal y madera con cuatro sillas, todo ello a juego con un mueble librería. Justo al lado de la estantería estaba la puerta por la que se accedía una especie de despacho aún sin amueblar.

    Del comedor se accedía al distribuidor, que daba entrada a la cocina totalmente equipada. La primea de las habitaciones era la de Carlos, donde acabábamos de montar una cama de 180. Justo delante de su habitación estaba uno de los baños. Las otras dos habitaciones tenían su propio cuarto de baño. Sergio había escogido la de la izquierda. Sin duda no me podía quejar, me habían dejado una habitación fantástica, con baño y vestidor, debía ser la habitación de matrimonio del piso. Tendría que dejarme una pasta para decorarla.

    Volví al comedor y llamé a Telepizza para pedir la cena, Carlos se estaba duchando. Llevaba pocas horas en aquel piso pero me sentí muy a gusto en él, me transmitía calma y serenidad. A pesar de ser un primero, los vidrios de doble grosor impedían que se filtrase cualquier ruido del exterior.

    Seguía recorriendo la habitación con la mirada cuando Carlos volvió de darse un baño. Se había puesto unos pantalones cortos de Puma y una camiseta de tirantes del club de natación. Llegó la cena y empezamos a engullir pizza, estábamos muertos de hambre. No podía dejar de lanzarle miradas furtivas a mi hermano. Tenía un bronceado envidiable y aquella camiseta de tirantes resaltaba sus poderosos hombros y su definido pectoral. Miré sus piernas, firmes y sin un solo pelo. Aparté la mirada y volví a mi trozo de pizza. No podía mirar así a mi propio hermano. Aquello era una locura.

    Después de cenar recogimos las cajas y las latas y ordenamos un poco el comedor.

    - Bueno niño, yo me voy a dormir, estoy muerto... además, no tenemos tele.

    - Yo también me iré a la cama, me he levantado muy temprano para ir al examen. –Respondí yo.

    - Pues mejor, porque así no me despertarás... como tenemos que dormir en la misma cama.

    - ¿No puedo dormir en la habitación de Sergio? -Interrogué nervioso.

    - Imposible, hasta mañana no traerán el colchón de su cama, parece que ha habido un error en la nota de entrega. ¿Roncas? –Preguntó Carlos con una sonrisa.

    - No ¿y tú? –intenté calmarme, dormir con mi hermano era la cosa más normal del mundo. No tenía porque ponerme así.

    - Tampoco.

    Ya en la habitación Carlos se quitó la camiseta dejándome ver su ancha espalda. Después los pantalones... mis ojos se abrieron de par en par al ver ese culito tan redondo y firme bajo unos ajustados boxers blancos. Carlos se metió en la cama.

    - ¿Te vas a quedar ahí toda la noche?

    - Voy... –respondí yo.

    Me quité la camiseta y los pantalones quedándome únicamente en slips. Cuando me giré, me crucé con la mirada de mi hermano. Tenía los ojos clavados en mí.

    - ¿Qué? –Interrogué yo.

    - Que pareces salido de un anuncio de CK underwear... lástima de los calcetines negros... jajajaja.

    Sonreí, la broma de mi hermano había rebajado la tensión. Me estiré en la cama y me tapé con el tiempo justo para cubrir mi principio de erección. Después de una noche de sueño profundo rodeado por los brazos de David, volvería a pasar la noche acompañado por otro hombre, esta vez mi hermano.

    En el silencio de la noche sentí como las manos de mi hermano se deslizaban bajo la sábana. Después, un extraño movimiento y dejó algo en el suelo.

    - ¿Te importa que duerma desnudo? Siempre lo hago... no me gusta dormir tan ceñido.

    Unos escasos cinco centímetros separaban mi cuerpo del de Carlos, la imagen de su cuerpo desnudo bajo la sábana hizo que mi polla se endureciera completamente.

    - No, no hay... problema... –susurré yo.

    Me di la vuelta dándole la espalda, temía cruzarme con su mirada aunque fuese en aquella tenue penumbra. Carlos también se giró, pero lo hizo hacia mi lado. Me imaginé su polla recién liberada tan cerca de mí. Casi mecánicamente estiró su pierna y rozó la mía. No la aparté, con aquel leve contacto, con aquel fraternal roce de nuestra piel, me quedé dormido.




    Continuará...

     
  •  

    CAPÍTULO XXXIII: S E R G I O .


    Lo más duro ya ha pasado, o al menos eso creo. Después de unos días complicados, principalmente por los exámenes y la mudanza, parece que finalmente llega la calma. Esta misma semana he hecho el último examen final, y quiero ser optimista, fue sencillamente brillante... aunque siempre puedes errar tu percepción. Ahora sólo queda esperar a las notas... mi futuro depende de ellas. Después de tantos años estudiando, sigo sorprendiéndome al ver una cifra junto a mi nombre sobre un papel colgado en un tablón de anuncios. Los mismos nervios enredándose en mi estómago, el mismo temor a leer mi nombre seguido de un suspenso, pero esta vez es diferente, esta vez podría ser la última.

    Si los exámenes son ya un tema cerrado, de la mudanza no puedo decir lo mismo. Unos días después de que Carlos y yo nos fuésemos a vivir al piso nuevo, Sergio se trasladó finalmente. Al pasarme tanto tiempo estudiando en la biblioteca no he podido hablar mucho con él, aunque de nuestros breves encuentros se deduce que la convivencia no va a ser sencilla.

    Nada más pisar nuestra nueva casa Sergio hizo una detallada crítica: los muebles, las cortinas, la pintura, la distribución, las luces, los electrodomésticos, el suelo, el techo, el olor, los cristales, la luz, las ventanas, las juntas de las baldosas, las puertas, los marcos, la corriente de aire, la orientación... todo. Después de esa oleada de optimismo, estableció sus propias reglas acerca de la música, los invitados, el orden, la limpieza, la privacidad, la televisión, la comida... una lista sin fin. Al terminar su “guía de buenas prácticas”, Carlos y yo nos miramos con resignación.

    El primero de los roces entre Sergio y yo surgió hace dos días. Yo estaba relajándome en mi habitación al llegar de un examen. En mi equipo de música sonaba "Bring me to life" de Evanescence cuando la puerta se abrió de golpe.

    - Juan, vamos...

    - ¿Vamos? ¿Adónde?

    - Tenemos que bajar la basura, tanta manía con el reciclaje y luego no bajáis ni una puta bolsa.

    - Lo haré luego... ahora estoy descansado. –Respondí yo con brusquedad.

    - Juan, ahora. Si no mueves el culo, dejo las bolsas en tu habitación.

    Me tocaba los cojones que ese chulo me diese ordenes pero, para evitar un enfrentamiento, me levanté y le ayudé a sacar la basura.

    Al volver al edificio nos encontramos con el vecino que habíamos conocido la primera vez que visitamos aquel piso. Estaba aparcando su moto, uno de esos scooters para moverse por la ciudad. Nada más quitarse el casco nos vio y nos saludó:

    - Hola. –Dijo con una sonrisa.

    - Hola. –Respondí únicamente yo.

    Entramos juntos en el portal y nos dirigimos hacia el ascensor.

    - ¿Subís?

    - Sí. –Respondí.

    - No, mejor vamos por la escalera. –Corrigió Sergio.

    Nuestro vecino nos miró con cara de sorpresa. Para evitar parecer unos maleducados tiré de Sergio con firmeza y le conduje hacia ascensor. Quizás no fui muy discreto, porque nuestro vecino pareció percatarse de mi gesto.

    - Si a tu amigo le gusta andar, mejor subimos los dos... –dijo con una irónica sonrisa.

    Sergio no dijo nada. Yo simplemente sonreí y entramos en el ascensor. Cuando las puertas se cerraron, miré a mi compañero de piso, parecía realmente inquieto.

    - Bueno... ya que vivimos pared con pared, mejor nos presentamos, yo soy Víctor –dijo nuestro vecino con una amplia sonrisa.

    - Encantado Víctor –respondí mientras le estrechaba la mano- él es Sergio y yo soy Juan.

    Víctor tendió su mano en dirección a Sergio pero él no hizo ningún movimiento, permaneció con la mirada clavada en el suelo. La puerta se abrió y salimos del ascensor.

    - Para cualquier cosa que necesitéis recordad que estoy en la puerta de al lado –añadió nuestro vecino mientras abría la puerta de su casa.

    - Antes prefiero quemarme en el infierno... -susurró Sergio, afortunadamente Víctor no escuchó su comentario.

    Al entrar en casa Sergio estalló.

    - ¡Pero cómo pude aceptar vivir en esta jaula de locas! ¿¿Pero has visto cómo nos miraba la maricona esa?? ¡Claro que lo has visto! ¡Pero si ha sido idea tuya subir con él en el ascensor! ¿¿Pero es que no tienes vista??

    - Intentaba ser educado, es nuestro vecino –respondí yo intentando controlarme.

    - ¡Claro! Nuestro vecino... ¡pues ves a pedirle un poco de sal a ver si te da por el culo! Porque parece que es lo que te va... ¡Si parece que estabas ligando con él!

    Le miré fijamente... sentía que empezaba a arderme la cara.

    - Que tu seas irrespetuoso, intolerante, intransigente, mal educado, corto de luces, imbécil, y... gilipollas integral, no quita que yo pueda ser educado con nuestros vecinos. Debería caérsete la cara de vergüenza por tu actitud.

    - ¿¿Gilipollas integral?? ¿Pero de qué vas chaval? ¡¡Quieres que te parta la cara imbécil!! –Dijo Sergio elevando su tono de voz.

    Al oír gritos, Carlos salió de su habitación.

    - ¿Qué pasa aquí? –Interrogó con cara de sorpresa.

    - Nada, problemas entre Sergio y nuestro vecino.

    - ¿Otra vez dándole vueltas a la homosexualidad del vecino? ¿Pero qué coño te pasa Sergio, no puedes ser un poco más tolerante?

    - ¡Yo soy muy tolerante! Es la loca esa que nos mira como si nos fuese a comer con la vista... ¡si nos ha tirado los tejos y todo! –Sergio seguía muy alterado.

    - Bueno basta –dije yo-. Estoy harto de esta conversación, si no quieres saludar al vecino no lo hagas, pero no me compliques más la vida.

    - ¿Basta? Qué fácil lo ves todo... esto no acabará así. Me pone enfermo tanta mariconada. No debería haberte hecho caso Carlos... este piso es una puta mierda. -Tras soltar sus últimas palabras Sergio se encerró en su habitación castigando a la puerta y al marco con un enérgico portazo.

    - ¿Pero qué ha pasado con el vecino? –interrogó Carlos.

    - Pues nada tío... simplemente nos ha saludado y hemos subido con él en el ascensor. Todos podemos tener nuestras reservas ante la homosexualidad, pero lo de Sergio es enfermizo. Cualquier día le parte la cara a alguien...

    - Al final habrá sido una mala idea pensar en él para compartir piso... –añadió Carlos-. Pensaba proponeros que diésemos una fiesta este fin de semana para celebrar nuestra mudanza... pero viendo como están las cosas, no sé que pensar...

    - ¿Una fiesta? A mí me parece buena idea... y por Sergio no te preocupes, se le habrá pasado de aquí al fin de semana.

    - ¿Sí, seguro que te apetece?

    - Me apetece mucho, de paso celebraré que hayan terminado ya los exámenes –dije con una sonrisa.

    - Perfecto pues... invita a tus amigos, yo me ocuparé de allanar el terreno con el Generalísimo –dijo mi hermano con sorna.

    Volví a mi habitación. ¿Amigos? ¿Qué significaba aquella palabra? Debía ser algún tipo de relación entre las personas, una relación de mutua ayuda y apoyo, algo parecido a la relación que une a Aznar y Bush pero entre seres humanos racionales.

    Así pues, tumbado en mi nueva cama, me propuse la dura meta de restablecer mis relaciones de amistad, y hoy ha sido un gran día en ese sentido. Liberado de las duras pruebas de la vida, léase exámenes, esta mañana me he decidido a llamar a Natalia. Después de mi comportamiento de hombre de las cavernas sabía que sería difícil intentar un acercamiento, pero como decía el señor Audi en uno de sus anuncios: “el mayor riesgo es no arriesgar”.

    La llamada suponía una verdadera prueba de fuego. Natalia casi me cuelga el teléfono al saber que era yo, pero he soltado un aplastante “lo siento, si no quieres hablar conmigo lo entenderé... eres una mujer fantástica y te mereces mucho más...”. Cuando Natalia me ha concedido el beneficio de la duda he soltado una ristra de excusas, disculpas, frases de arrepentimiento, promesas de cambio, etc... que tenía previamente elaboradas. ¿El resultado? Un éxito moderado o una leve derrota, como decían los políticos en las pasadas elecciones municipales. Natalia no me ha perdonado vía telefónica, pero ha aceptado una invitación para cenar esta noche.

    Después de una sesión de musculación en el gimnasio, la he recogido en su casa. Vestida con unos pantalones cargo negros de raso y una especie de top anudado a la espalda, Natalia irradiaba encanto, una belleza sencilla y natural, que entra directamente por los ojos por su armonía y equilibrio, sin extravagancias, ni exageradas curvas.

    - Buenas noches... estás preciosa –le he dicho al subir al coche.

    - Gracias –ha respondido sin ruborizarse.

    Camino del restaurante, he insistido en mis disculpas y a juzgar por la expresión de Natalia, parecía que estaban surgiendo resultado. Pero faltaba el golpe de efecto. Sentados en la mesa del restaurante he soltado mi última arma.

    - Sabes, me gustas... me equivoqué contigo, me has demostrado una madurez impropia de tu edad. Eres una chica fantástica. Me gustaría que intentásemos ser...

    - ¿Amigos? Creo que de momento sería lo mejor. –Ha dicho ella con cierta frialdad.

    - Amigos... es una buena forma de empezar.

    - Juan, después de esa decepción mutua que hemos experimentado, la amistad es la única forma de empezar.

    Me he quedado unos instantes en silencio. Una sonrisa se ha dibujado en mi cara. Ésta debe haber sido la primera vez que una tía me dice que de momento sólo quiere mi amistad y yo me he sentido bien. Para que negarlo, Natalia me atrae, pero no es conveniente que me precipite. Las mujeres me interesan sexualmente pero, los hombres también. Supongo que la solución está en hacer compatibles esas dos facetas de mi sexualidad. ¿Tener novia y follarme esporádicamente a otro tío? Lo mejor de dos mundos, pero ¿quién coño inventaría la fidelidad?

    Creo que el tiempo tendrá respuestas para mis preguntas, suena tópico, pero sólo él puede responder todos los interrogantes. Cuando mi vida empezó a cambiar parecía tenerlo todo claro, todo bajo control, pero ahora... ahora no hay nada claro, mi vida se escapa de mi control, mis errores se han vuelto autónomos, mis equivocaciones dirigen mi presente y mi futuro. Y lo peor de todo es que no sé hasta cuando.

    - Siento haberte decepcionado, siento haber dado una imagen cínica e interesada. Me hago cargo de tu decisión.

    - No es únicamente tu agobiante interés sexual en mí lo que me ha decepcionado, Juan –ha dicho con serenidad.

    - ¿Entonces? –He interrogado algo sorprendido.

    - La primera vez que coincidimos en la fiesta de mi hermano Rafa me pareció percibir cierta tristeza en tus gestos, en tu voz. Aquella noche, ni si quiera tu risa, ni si quiera tus caricias me parecieron sinceras. Era obvio que estabas preocupado. Luego descubrí por Rafa que habías roto con tu novia, pero seguía sin encajarme tu actitud...

    - No sé a dónde quieres ir a parar... –he dicho yo con cierta intranquilidad.

    - A ningún sitio Juan, simplemente intento aclarar las cosas. La segunda vez que nos vimos, en el encuentro con mis amigos, me pareció percibir un cambio de actitud, a pesar de que pudiste sentirte desplazado al no conocerles, parecías animado. Días después la llamada, y tu furia... es obvio que has superado la ruptura con tu novia, pero sigues atormentado, sigues caminando sin saber muy bien hacia dónde. Y es ahí donde radica mi decepción, en no haber sido capaz de entenderte.

    - Mi vida ha estado revuelta en estos últimos meses... el fin de carrera, mi familia, mi ruptura con Ana... –me he excusado yo por enésima vez-. Para tu tranquilidad, he empezado a poner orden en mi vida, y no me ayudan los reproches.

    - Juan, no te reprocho nada, únicamente intento ayudarte...

    - Te lo agradezco Natalia –he dicho con una fingida sonrisa-, pero ahora mismo sólo se me ocurre algo en lo que podrías ayudarme...

    - Tu dirás...

    - Que aceptes venir a la fiesta que celebramos en nuestra nueva casa. Me harías muy feliz –he respondido con una sonrisa.

    - Creo que no es ese el tipo de ayuda al que me refería, pero cuenta con ello...

    - Gracias. Si quieres puedes invitar a tus amigos...

    - Lo tendré en cuenta.

    Después de la cena la he dejado en su casa, no ha habido besos esta vez.

    Hoy he dado un paso más hacia la confirmación de que Natalia tiene algo especial, tiene encanto. Con esa habilidad natural para captar el ánimo de los demás... pero lejos de asustarme sus palabras, me han dado cierta confianza. Valoro positivamente que se preocupe por mi estado de ánimo e intente ayudarme, siempre y cuando su interés no se convierta en algo... incómodo. Amiga o algo más, Natalia debe formar parte de mi vida.

    Yo a los diecisiete años me limitaba a pensar en mí, y ahora, a los veintidós, me sigo limitando a pensar en mí. Sin duda la madurez no va ligada a la edad. Rosa tenía razón el día que me echó de casa, a veces no soy capaz de pensar un poco en los demás, de ponerme en su lugar. Pero supongo que esa capacidad nace en uno mismo y no se puede forzar, por lo que la anotaré en mis propósitos de año nuevo... aquellos que tienes tan presentes al empezar el año y nunca llegas a cumplir. Ya lo dicen, nadie es perfecto, ni si quiera David Beckham.




    Continuará...





     
  •  

    CAPÍTULO XXXIV: ALTA TENSIÓN.


    Sentado en el sofá del comedor esperaba a que los primeros invitados hicieran su aparición. Estaba algo inquieto. Me levanté y me acerqué al espejo del recibidor. Pelo más largo que de costumbre e intencionadamente despeinado. Camisa blanca con sutiles motivos bordados de Antonio Miró y pantalones de raya diplomática de Caramelo. Zapatos de piel de Loewe. Me prohibí a mí mismo recordar la catástrofe que iba a causar aquel conjunto en mi Visa.

    Carlos estaba acabando de colocar algunos platos con canapés en la mesa. Le miré de reojo al volver al comedor. Pantalones de lino beige con una camiseta de Custo Barcelona. Sencillamente encantador. Pero en su gesto la sombra de la preocupación.

    - ¿Sucede algo? –interrogué.

    - No, ¿por qué lo preguntas?

    - Porque tienes una cara que asusta, pareces preocupado.

    - No, nada importante...

    No insistí, mi hermano no quería hablar, pero era obvio que algo le preocupaba. Volví a sentarme y encendí nuestro nuevo televisor. En ese momento llegó Sergio de la calle. Le miré detenidamente. La verdad no sé porque tenía tanta fijación en que nuestro vecino le miraba. Vestido con unos pantalones de pinzas, una camisa de Burberry y unos mocasines de piel, repeinado con un aburrido flequillo, y con un cuerpo poco definido aunque bastante proporcionado. De ojos marrones y cabello castaño claro, Sergio no me resultaba especialmente atractivo. Quizás una ropa algo más “actual” resaltaría alguna de sus virtudes, si es que las tiene.

    El timbre de portero automático sonó. Carlos me miró con inquietud pero no se movió. Me levanté del sofá, apagué el televisor y fui a contestar. Al parecer eran los amigos de mi hermano. Dejé la puerta abierta y volví al comedor.

    Cuando llegaron sólo reconocí a dos de los seis, Susana, una gran amiga de mi hermano, y Dani, el mejor amigo de Carlos. Les conocía porque habían venido algunas veces a casa. Los otros cuatro, dos chicas y dos chicos, parecían ser pareja. Cuando Carlos me los presentó no puse demasiada atención en sus nombres. Por su estilo parecían amigos de Sergio.

    Les dejé hablando y puse en marcha el equipo de música. Empezó a sonar “Fighter” de Christina Aguilera. Esperaba no tener que batallar demasiado aquella noche.

    Carlos se apartó del grupo y se acercó a mí. La preocupación no se había borrado de su gesto.

    - Tengo que decirte algo...

    - Dime –respondí con una sonrisa.

    - Verás... no sé si he hecho bien pero... pero...

    - ¿Pero qué? –pregunté yo cansado de tanto rodeo.

    - He invitado a... -el timbre le interrumpió.

    - Me lo cuentas luego, ahora tenemos que abrir la puerta –le dije huyendo de su secretismo.

    Me había dejado algo intrigado, sin duda. ¿A quién debía haber invitado que tanto le costaba decírmelo? Cuando abrí la puerta la respuesta estaba justo encima del felpudo de la entrada. Pedro, Raquel y... Ana. No supe que decir. Carlos se acercó por detrás y posando una mano en mi hombro, les saludó y me susurró al oído:

    - También he invitado a Emma, pensé que sería un buen momento para estrechar lazos.

    - Carlos, si tenías ganas de estrechar algo haberte pillado la polla con la puerta de la cocina –le susurré intentando contener mi furia.

    Carlos me lanzó una cándida sonrisa y adoptó una pose de niño bueno que acentuó aún más mi enfado. El problema no era únicamente que Ana estuviese en aquella fiesta. El problema alcanzaría su verdadera magnitud en el momento en que Natalia hiciese su aparición. ¿Pero a quién coño se parecía Carlos? Cuanta buena intención, cuanto idealismo... cuanta falta de sentido común. Me recordé que debía partirle las piernas después de la fiesta, aunque si por mí fuera le haría otras cosas, igual de fuertes pero menos dolorosas.

    - Tío, me alegro de volver a verte... ya sabes como es Raquel, se ha volcado completamente en Ana. Si no fuera porque tu hermano ha convencido a Ana para que viniésemos a la fiesta...

    - Venga Pedro, no me toques los cojones. Si tienes una novia que es una arpía y que no te deja vivir más allá de la jaula en la que te ha metido, no vengas ahora a justificarte. Pensaba que éramos amigos...

    - Y lo somos Juan...

    - ¿Y dónde estaban mis amigos cuando los he necesitado? He roto con Ana, no la he matado... creo que no me merecía ese juicio de valores –dije con resentimiento.

    - Lo siento... –Pedro no supo decir nada más.

    Le dejé en el comedor y entré en la cocina para sacar las bebidas de la nevera. Carlos estaba colocando en platos unos aperitivos.

    - ¡Eso no se hace tío! Te has pasado... ni si quiera me lo has consultado.

    - Pensé que era una buena idea... –respondió mi hermano con timidez.

    - ¿Buena idea? ¡Cuándo Natalia y sus amigos lleguen, no habrá sitio donde pueda esconderme!

    - Tranquilo Juan, seguro que todo sale bien...

    ¿Tranquilo? Carlos parecía vivir en Barrio Sésamo. Preferí no decirle nada más. Cogí las botellas y volví al comedor. Lo que vi no mejoró las cosas, más bien las complicó un poco más.

    - Hola Juan.

    - ¿Qué haces aquí?

    - Hombre, me invitaste a la fiesta ¿no?

    - Ya, pero me dijiste que no podías venir.

    - Bueno, pues al final me convenció Jordi y he venido con él. Pero si molesto me voy...

    - No, no... en absoluto. Disculpa Toni, es que Carlos ha invitado a Ana y estoy de los nervios –me disculpé yo.

    - Ya, ya me he cruzado con ella, y parece animada. En cuanto a lo de tus nervios, si quieres vamos a tu habitación y lo solucionamos... una buena corrida es lo mejor para aliviar tensiones –dijo Toni con una traviesa sonrisa.

    - Otro comentario de ese tipo en esta fiesta y la próxima vez que vayas a mear no te la encontrarás.

    - Si me la cortas con la boca, yo me dejo... jejeje –respondió en tono de burla mi amigo.

    - Toni, vete a la mierda –dije con una sonrisa más falsa que un euro turco.

    Antes de que mi amigo contestase a mi ataque, volvió a sonar el timbre. Salí precipitadamente hacia la puerta y la abrí. Era Emma.

    - ¡Hola Juan! Cuanto tiempo ¿no? Me alegro de verte... –me dijo mientras se lanzaba a mi yugular para imprimirme un inmenso beso en cada mejilla con el último grito en barras de labios.

    - Te recuerdo que fuiste tú la que me dijo la última vez que nos vimos que estaríamos un tiempo sin vernos.

    - Juan... no me guardes rencor hombre. Era una situación difícil, y ahora que Ana está mejor, no veo porqué debemos continuar alejados.

    - Yo sí lo veo... porque paso de una panda de farsantes como vosotros.

    - Vaya Juan, pensaba que te harías cargo de la situación por la que pasó Ana, al fin y al cabo fue culpa tuya.

    - Emma, no me toques la moral... tú no eres quien para buscar culpables de mi ruptura con Ana. Siempre te metes donde no te llaman, siempre estás en todos los follones...

    - Yo sólo intento ayudar –dijo Emma visiblemente ofendida-. Pero no te preocupes, te dejaré tranquilo, he venido porque Carlos me ha invitado. Él si que se ha hecho cargo de la situación de Ana. Me consuela saber que no se parece en nada a ti.

    - ¿Qué has querido decir con eso?

    - Esta entrometida no va a decirte nada más esta noche... diviértete Juan –dijo Emma mientras se unía a Raquel y a Pedro en el salón.

    Maldita bruja entrometida. ¿Qué coño había querido decir acerca de mi hermano y Ana? Aquella fiesta se estaba convirtiendo en una ratonera para mí. Me pasé el dorso de la mano por la frente. El sudor se deslizaba por mis sienes. Entré en el baño de mi habitación. Me refresqué la cara y la nunca. Tenía ganas de mear. Subí la tapa del inodoro, me bajé la cremallera de los pantalones, deslicé mis calzoncillos y me saqué la polla. No sé porque pero la propuesta de Toni volvió a mi mente. Me acaricié la polla con suavidad y se empezó a poner dura.

    De repente la puerta del baño empezó a abrirse. No había cerrado con el cerrojo.

    - ¡Ocupado! –grité.

    Despaldas a la puerta me pareció que el intruso la cerraba nuevamente. Nada más lejos de la realidad. De pronto, alguien me abrazó por detrás y me agarró la polla. Di un salto y del susto se me cortó la meada.

    - ¡Joder! ¿¿Pero que coño haces?? –le grité mientras me daba la vuelta-. ¡Estás loco, Toni! ¡¡LOCO!!

    - Perdona tío... sólo quería saludarla –dijo mientras me volvía sobar la polla.

    - ¡Suelta coño! Que hay más de 15 personas en el piso, que nos pueden pillar aquí metidos en el baño, joder Toni, no seas gilipollas...

    - ¿No te gustaría que me arrodillase ahora mismo y me comiese toda esa polla? –dijo con una mirada encendida por la lujuria.

    Me hizo dudar. Su mano seguía en mi polla y me la había puesto completamente dura. Pero esta vez la razón venció.

    - Ahora no Toni... vuelve a la fiesta por favor –supliqué yo.

    - Está bien –respondió con resignación.

    Terminé de mear y salí del baño. Cuando iba por el pasillo en dirección al comedor el timbre sonó por cuarta vez. Abrí la puerta. ¿Quién decía que las cosas no podían ir peor?

    - ¡Hola tío! Gracias por invitarnos, traemos algo de alcohol... ya sabes, para privar. –Dijo Damián con una sonrisa.

    - Hola a todos, pasad por favor. –Respondí.

    Me pellizqué en el brazo... no, no estaba soñando. Mi ex novia, el amigo al que me había tirado varias veces, mi proyecto de novia, sus amigos que tanto me calentaban... no estaba soñando, estaban todos allí.

    Sin poder evitarlo mi vista pasó velozmente por Natalia, Humberto y Alba, y se posó en Marc y Damián. Marc iba vestido con unos pantalones cargo negros y una camisa sin mangas, blanca y con motivos estampados. Su característico peinado en forma de cresta completaba un conjunto perfecto. Aparté la vista de él... unos segundos más mirando aquel cuerpo definido de 17 años y no respondería de mis actos. Damián... con unos ajustadísimos pantalones de algodón blancos y una camisa de manga corta en tonos azules.

    Debí detenerme demasiado tiempo en aquellos dos bollycaos de instituto, porque Marc pareció darse cuenta.

    - ¿Qué, sorprendido? –Dijo con una sonrisa-. Venimos vestidos para la ocasión.

    - ¡Ah! No dudaba de vuestro criterio... –respondí aparentando normalidad.

    - ¿Y de nuestras chicas qué me dices? Verdad que están muy buenas... –resaltó Damián.

    - Estáis preciosas –dije mirando a Natalia y a Alba.

    Tras los saludos, los amigos de Natalia entraron en el comedor. Cuando ella les iba a seguir la sujeté con suavidad del brazo.

    - Espera...

    - ¿Qué?

    - Me alegro de que hayas venido... tenía ganas de verte.

    - Te dije que vendría Juan –dijo Natalia con una amplia sonrisa.

    - Este vestido te sienta muy buen, estás preciosa... –dije mientras le acariciaba el antebrazo.

    - Es del Zara –dijo Natalia con ironía-. ¿Te suena?

    - Jejeje... no seas tan cruel conmigo, también tengo ropa de Zara.

    - ¿Tú? ¿Pero qué me dices Juan?... jejejeje. No me lo puedo creer. ¿Te vio alguien mientras comprabas?

    - Jajajaja... bueno a pesar de que sea a mi costa, me gusta verte reír de nuevo.

    Me acerqué a ella lentamente. Mis labios rozaron los suyos. Nos besamos fugazmente. Nos separamos de nuevo. Natalia me miró con sus grandes y expresivos ojos marrones.

    - Bueno, que empiece la fiesta ¿no?





    Continuará...

     
  •  

    CAPITULO XXXV: D E S C A R G A S :


    Sin lugar a dudas la fiesta podía empezar. “Todo mi amor” de Paulina Rubio sonaba cuando Natalia y yo entramos en el comedor. Mientras nos servíamos una copa miré detenidamente a mi alrededor, nuestros invitados parecían estar divirtiéndose. A pesar de la mezcla de estilos, el ambiente no desmerecía en absoluto. En contra de lo que había imaginado, no se habían formado grupos cerrados de conocidos o amigos. Sergio estaba hablando con Marc y Damián. Sentadas en el sofá, Alba y Emma cuchicheaban inspeccionando al personal. Raquel y Pedro charlaban con una de las parejas que había invitado Sergio. Volví a posar la vista en mi copa, pero a pesar de todo aquel buen rollo había un detalle que había pasado por alto. Levanté de nuevo la vista. En un rincón del comedor, cerca del despacho, Carlos le hablaba al oído a Ana y parecía estar contándole algo muy gracioso porque ella no dejaba de reír. Una descarga de cierta envidia me sacudió.

    - ¿Estás bien? –me preguntó Natalia.

    - ¿Eh? Sí, sí... estoy bien.

    - ¿Es ella?

    - Sí, es Ana, mi ex novia, y... está con Carlos.

    - ¿Quién es Carlos?

    - Mi hermano.

    - Creía que Ana había salido de tu vida.

    - Yo también lo creía... –en ese momento Carlos fue a la cocina y liberó a Ana-. ¿Me disculpas un segundo? Ahora vuelvo –le dije a Natalia.

    Antes de que Natalia pudiese responderme, yo caminaba en dirección a Ana. Nuestras miradas se cruzaron. Ella apartó su mirada y emprendió una sutil huída en dirección a Raquel y Pedro. La intercepté.

    - Hola –dije con una sonrisa.

    - Hola.

    - Me alegro de verte.

    - No puedo decir lo mismo, estoy aquí por...

    - ¿Carlos? –interrumpí yo.

    - Eso es –dijo con cara de pocos amigos.

    - Veo que os lleváis muy bien. ¿Ya has comprobado cuál de los dos folla mejor? –dije arrastrado por una repentina descarga de celos.

    - No voy a responder a tus ataques. Ni siquiera tú sabes lo que quieres, pero afortunadamente yo ya no tengo nada que ver en tu vida –respondió Ana con frialdad.

    - Lo siento, no quería ser tan brusco, simplemente me gustaría que supieses que puedes contar conmigo para lo que necesites. Podemos ser amigos... –dije consciente de la estupidez que acababa de decir.

    - Juan, tú y yo por no ser no somos ni enemigos. Lo mejor que puedes hacer es olvidarte de mí, es fácil, te lo aseguro... yo ya me he olvidado de ti. Ni siquiera me he molestado en odiarte como te dije, la indiferencia es mucho más sana. Te deseo lo mejor, y ahora si me disculpas...

    Ana se reunió con Raquel, que parecía haber estado atenta a nuestra conversación y me lanzó una fulminante mirada. A pesar de que me dolía ese acercamiento entre Carlos y Ana, me alegré al verla animada, al saber que no me guardaba rencor. Lo que no encajé tan bien fue esa indiferencia, ¿tan poco valía para Ana?

    Cuando empezaba a recuperarme de aquella conversación, otro detalle llamó mi atención. Toni estaba sentado junto a Humberto en uno de los sofás. Mi amigo parecía estar bromeando con aquella especie de perra caliente estridentemente vestida y teñida. Cuando Toni se levantó la camiseta dejando a la vista sus poderosos abdominales y la manaza de Humberto se posó sobre ellos comprobando su firmeza, una descarga asco me removió el estómago. No pude contenerme y me acerqué a ellos.

    - Toni ¿tienes un momento? necesito que me ayudes en la cocina –mentí yo.

    - Claro –respondió con una sonrisa- enseguida vuelvo Humberto.

    Toni me siguió y entramos en la cocina. No había nadie más.

    - Acabas de decir una mentira.

    - ¿Cómo? –interrogó Toni perplejo.

    - Le acabas de decir a Humberto que volverás enseguida y no es cierto.

    - ¿Ah no? ¿Piensas retenerme atado a la puerta de horno? –bromeó Toni.

    - No sé como puedes tontear con esa loca –le recriminé yo.

    - No tonteo, me ha caído bien, me ha dicho que estaba muy cachas y le estaba enseñando el escaparate.... jejeje. Además, sobre gustos...

    - ¿Te gusta?

    - Juan, ¿me estás vacilando? ¿A qué viene el interrogatorio?... ¿No estarás celoso? –dijo Toni con una sonrisa burlona.

    - No seas imbécil Toni, simplemente me preocupo por ti... en esta fiesta hay gente no demasiado abierta a ese tipo de contactos entre dos tíos.

    - Juan, lo siento pero no me convences. Como no se te ocurra una forma más eficaz de retenerme tendré que volver con mi amado Humberto... jajaja.

    Me aparté de Toni, fui hasta la puerta de la cocina y la cerré. Me acerqué de nuevo a él, le sujeté de las dos manos y lo empujé contra la puerta de la nevera. Con una de mis manos sujeté sus brazos en alto impidiendo que los moviese. Con mi rodilla le abrí las piernas. Me acerqué aún más. Mi lengua se metió en su boca buscando la suya. Con mi mano libre le agarré el paquete iniciando un salvaje masaje. Cuando su polla estaba totalmente dura, me aparté de golpe y le liberé. Toni me miró con deseo.

    - ¿Convencido?

    - Muy convencido... –dijo con una sonrisa.

    - Me alegro... –sonreí yo.

    - Te aseguro que voy a devolverte este beso esta misma noche.

    - Inténtalo... y además, intenta mejorarlo –dije con una sonrisa mientras salía de la cocina.

    Volví al comedor con la polla dura. El morreo con Toni me había producido una descarga de excitación brutal. Intenté serenarme. Natalia estaba con sus amigos. Me acerqué a ellos.

    - ¡Ey Juan! Que a Natalia le da corte proponértelo, pero a mí no, así que ahí va: ¿te apetecería apuntarte a una semanita de albergue juvenil en el Delta del Ebro? –dijo Marc al verme.

    - No sé, me vendría bien tomarme un descanso, pero ¿te apetece que vaya con vosotros? –le pregunté a Natalia.

    - Claro, a mí me encantaría que vinieses con nosotros, pero no estaba segura de que te gustase la idea. Un albergue de la XAC no es el hotel Arts...

    - Haré ver que no he escuchado ese último comentario –dije con una sonrisa-. Pues bien, a mí me parece buena idea. ¿Cuál es el plan exactamente?

    - Pues la idea es pasarnos una semana en el albergue de la XAC en Deltebre, saldríamos en tren el día 23, así podríamos pasar la verbena de San Juan allí. –Explicó Natalia.

    - Pues por mí perfecto, así pasaré mi santo y mi cumpleaños con mis amigos –dije con una sonrisa-.

    - Vaya ¿tu cumpleaños también? –interrogó Marc.

    - Sí, mis padres me pusieron Juan, por el santo del día en que nací.

    - Curioso... ¿naciste de noche? –preguntó sorprendida Alba.

    - Sí, a las 00:05 del 24 de junio de 1980 para ser exactos.

    - Naciste la noche más corta del año, en plena llegada del solsticio de verano... una noche mágica –dijo Alba adoptando una pose de vidente de televisión local.

    - Y su madre parió al lado de una fogata en el campo, mientras comía coca de piñones y bebía cava... hay que joderse Alba, déjate de rollos... jajajaja- bromeó Damián.

    - Mira que eres corto Damián, ¿todo lo tienes tan corto? –le increpó Alba.

    - ¿Me la quieres comer para comprobarlo? –dijo él mientras se agarraba el paquete por encima de la ropa.

    - Chicos... haya paz –intervino Natalia-. Para cerrar el tema del viaje, nosotros hemos quedado en Passeig de Gràcia sobre las 10 de la mañana. Si no se echa nadie para atrás somos siete: Marc, Damián, Alba, Humberto, Marta, tú y yo. ¿Nos encontramos contigo allí también?

    - Bien, allí estaré, pero quedamos en el exterior de la estación.

    - ¿Por? –interrogó Natalia.

    Antes de que pudiese contestar, mi teléfono móvil sonó.

    - Si me disculpáis –me excusé mientras salía del comedor para contestar.

    - ¿Sí?

    - Ya he pensado en algo para mejorar tu beso.

    - ¿Dónde estás?

    - Antes dime si aceptas.

    Dudé unos instantes. Mi polla volvía a ponerse dura, tenía ganas de que alguien se la comiese. No pude resistirme.

    - Acepto... y ahora dime dónde estás –respondí.

    - Sabía que dirías que sí... ¿Sabes? Tienes una terraza preciosa, desde aquí veo todo el Eixample.

    - ¿Estás en la azotea?

    - Compruébalo.

    Y colgó. Sobra decir que aquella conversación me había encendido completamente. Arrastrado por una descarga de curiosidad y de morbo, me aseguré de que no había nadie que pudiera verme y salí del piso.

    Llegué hasta el ático en ascensor y subí las escaleras que daban a la azotea. La puerta estaba entreabierta. Al notar el aire fresco de la noche me estremecí.

    - ¿Toni? –susurré- ¿Estás ahí...?

    Avancé por la terraza flanqueando las chimeneas y los respiraderos del edificio y le vi.

    ¿Qué haces subido ahí? Tío estás loco... –le dije al verle desnudo estirado sobre una especie de cubierta de metal y cristal que protegía de la lluvia el patio interior del edificio.

    - Ven... sube... –me dijo con voz firme.

    - ¡Que dices! Ni loco... ¿y si no aguanta el peso de los dos?

    - ¿Quieres saber que se siente cuando te comen la polla suspendido a unos 20 metros del suelo?

    A pesar de la reservas que tenía a subirme sobre aquella estructura de dudosa rigidez, la excitación pudo más. Puse un pie en la pared de ladrillo que soportaba la estructura y dándome impulso me encaramé a ella.

    - Yo he cumplido mi parte, ahora te toca a ti –dije mientras me desabrochaba los pantalones y me sacaba la polla fuera-. Cómetela.

    Me arrodillé sobre una de las vigas de la estructura y Toni se lanzó hambriento a mi polla. Antes de dejársela comer, se la pasé por la cara. La lengua de Toni intentaba rozar mi polla y mis huevos. Sujetándome la polla tiesa con una mano le golpeé en los labios y en la lengua. Cuando Toni rayaba la desesperación se la metí de golpe. Le sujeté con fuerza la cabeza y le empecé a follar la boca.

    La excitación que me producía ver a mi amigo casi sin aire mientras le follaba la boca, se acentuaba cada vez que recordaba que estábamos a más de 20 metros del suelo del patio de luces que se abría bajo nuestros pies. Aquella mamada me estaba volviendo loco, clavé con fuerza mis rodillas en el suelo y empujé a Toni sobre mi polla. Su boca la hacia desaparecer toda. De repente un crujido. Toni se detuvo.

    - Joder, mejor será que nos bajemos de aquí... –dije yo asustado.

    - ¿No quieres follarme? –dijo Toni mientras me sujetaba con fuerza la polla haciéndome una brutal paja.

    Había dicho las palabras mágicas. Renuncié a mi idea de bajarnos de la cubierta.

    - Síííí... –dije yo envuelto en una descarga de placer.

    - Pues me vas a tener que comer el culo para dilatarlo...

    Tras decir eso, Toni me empujó estirándome sobre el frío cristal, y se colocó sobre mí en sentido opuesto. Mientras su boca volvía a atrapar mi polla succionándola con desesperación, mi lengua rozó su apetecible agujero. Lamía la cara interior de sus nalgas con timidez. Toni aceleró la mamada y me encendió por dentro. Mi lengua despertó como electrizada y empecé a comerme su culo con desesperación. Le separaba las nalgas arrastrado por la excitación y mi lengua se introducía cada vez más en su apretado esfínter.

    Estaba al límite. Le sujeté de las caderas con fuerza y le alcé. Sin liberarlo de la presión de mis brazos me incorporé y le obligué a ponerse a cuatro patas. Dos de mis dedos le penetraron sin aviso. Toni empezó a gemir.

    - Ahhhhhhh... sigue... –dijo Toni mientras le penetraba el culo con mis dedos.

    - Me encanta que te pongas tan perra cuando te meto un dedo por el culo, pero sé que necesitas más...

    Despojé su culo de mis dedos y con la polla en la mano apunté hacia su agujero. Estaba tan dilatado que mi verga entró con facilidad. Toni lazó un leve quejido. Empecé a follármelo con energía. Le sujetaba por las caderas atrayéndolo hacia mí, haciendo más intensa y profunda cada envestida de mi polla. Nada podía detener aquel placer, ni si quiera los crujidos que oíamos a nuestros pies.

    Casi sin tocarse la polla, Toni se empezó a correr en medio de un grito ahogado. Pocos segundos después, mi polla empezaba a lanzar descargas de semen caliente en el interior de Toni.

    Exhaustos, nos estiramos el uno junto al otro.

    - Será mejor que volvamos a la fiesta... –dije yo recuperando el sentido común.

    - Ha sido el mejor polvo de mi vida... –añadió Toni con una sonrisa.

    Decidimos volver a la fiesta por separado. Bajé por el ascensor y entré en el piso. Al cruzar el recibidor me pareció oír un grito ahogado por la música. Otro grito. Alguien detuvo la música. Entré en el comedor.

    - ¿¿Pero de que vas loca?? He notado como me rozabas el culo... ¡me das asco! Eres escoria, lo peor. Los pervertidos y depravados como tú os deberíais estar pudriendo en la cárcel. –Dijo Sergio a voces.

    Humberto estaba a unos pasos de mi compañero de piso, soportando sus gritos ante la mirada impasible del resto de los invitados. Humberto intentaba contener sus lágrimas.

    - Yo... yo... no te he tocado –dijo con dificultad.

    - ¿¿No?? ¡¡Pedazo de maricona!! Pero si llevas toda la noche mirándome, lo he aguantado por respeto a la gente que está aquí, pero que me toques... ¡por ahí no paso!

    - Por favor ¡basta! Sólo te ha rozado al pasar, creo que estás sacando las cosas de quicio –dijo Natalia visiblemente alterada.

    - ¿¿Basta?? Hasta que esta puta no salga de mi casa no voy a quedarme tranquilo, ¡largo!

    Estaba inmóvil junto a Pedro, no me atrevía a decir nada, nadie se atrevía a decir nada. Sergio parecía fuera de control. Recorrí el comedor con la vista, buscando a Carlos. Sólo él podría calmar a Sergio, puesto que el resto de sus amigos parecían jalear su actitud. Pero Carlos no estaba en el comedor, y lo que más me cabreó, Ana tampoco estaba allí.

    - ¿Quieres calmarte? Creo que te has pasado mucho esta noche –dijo una voz a mi espalda. Era Toni.

    - ¡Vaya! Otra loca en esta casa... asquerosos enfermos depravados, lo estáis infestando todo con vuestras mariconadas. ¡Pero me niego a que lo hagáis en mi casa!

    - Maldito hijo de puta –soltó Toni mientras se abalanzaba sobre Sergio.

    Toni le asestó un brutal puñetazo en la mandíbula a Sergio, que cayó sobre la mesa lanzando por el suelo los platos y los vasos que reposaban sobre ella. Sergio no se calmó, se levantó encolerizado y cargó contra Toni. Un puñetazo en el estómago, y sin dejarlo reaccionar otro golpe en la mandíbula. Los dos perdieron el equilibrio y cayeron al suelo enzarzados en una incontrolable descarga de violencia.

    - ¡Ya basta! –gritó Carlos entrando en el comedor- ¡Separaos!

    Cuando Carlos sujetó a Sergio por la espalda los demás parecimos reaccionar. Sin dudarlo me abalancé sobre Toni y le sujeté con firmeza intentando controlarle. Los separamos con la ayuda de Damián y Marc.

    Me llevé arrastras a Toni y lo dejé en mi habitación mientras iba a buscar algo para curarle la herida del labio, y un poco de hielo para los golpes. Al salir de la cocina camino de mi habitación el espectáculo que podía verse era de caos total, Humberto lloraba en un rincón del comedor mientras Alba y Natalia le consolaban. Sergio continuaba profiriendo gritos desde la habitación de Carlos. Ana y Pedro recogían los platos y los vasos rotos.

    - Señores... la fiesta ha terminado –dijo una voz a mi espalda.

    Volví a mi habitación. Toni se había quitado la camiseta y estaba estirado en mi cama. Me acerqué en silencio y le limpie con cuidado la herida del labio.

    - No debías haberte metido por medio...

    - Claro, veo como el fascista ese insulta a Humberto delante de todos y me voy a quedar quieto como habéis hecho todos. Debería daros vergüenza.

    - Sergio es así...

    - Sergio es un maldito cabrón y no entiendo como puedes compartir piso con alguien así.

    - Basta con pasar de él –dije con timidez.

    - Yo no puedo pasar de él. Mira Juan, cuando me decidí a salir del armario, sabía que no todo iba a ser tan fácil. Sabía que en la vida me encontraría con opiniones y actitudes como las de Sergio, y ante ellas no vale quedarse callado. Siempre he tenido claro que ese tipo de gente es una minoría, una minoría intolerante y homófoba cuyas actitudes cada vez están menos presentes en una sociedad que tiende a madurar y a ser tolerante. Por eso no me asusta la gente como Sergio, porque no son muestra de nada, o en todo caso de un pasado que se resiste a desparecer pero que el tiempo acabará por enterrar. Con gente como Sergio me arriesgo a que me rompan la cara, pero es un riesgo que merece la pena correr, estos golpes duelen menos cuando sabes que has defendido algo tan básico y fundamental como tu sexualidad. Ser homosexual no se elige, ante eso no existe ningún argumento en contra, ni si quiera los golpes pueden cambiar esa realidad.




    Continuará...
     
  •  

    CAPITULO XXXVI: SAN JUAN.


    Me levanté sobresaltado, juraría no haber oído el despertador. Miré incrédulo las manecillas del reloj, evidentemente llegaría tarde una vez más. Me levanté y me duché en un tiempo récord.

    En la cocina, mi hermano preparaba su desayuno antes de irse al trabajo. Me sorprendió verle vestido con un elegante traje de Adolfo Domínguez. Al verme Carlos sonrió.

    - Como mañana no te voy a ver... ¡Felicidades hermano! Ya te queda un poco menos para jubilarte -dijo Carlos mientras me abrazaba.

    - Gracias... –Carlos no me soltaba-. Verás, si me sueltas me harías un gran favor, llego un poco tarde.

    - ¡Ah! Es verdad, que te esperan los niños de la Tribu de los Brady... jejeje.

    - ¿Tú eres tonto o qué? –dije con una sonrisa burlona-. Mis amigos estarán en el instituto, pero por lo menos no son unos psicópatas en potencia.

    - Ufff, no me nombres al Innombrable. Desde la fiesta no he hablado casi con él, me avergonzó tanto su actitud que prefiero no hablarle...

    - Claro, entonces esperaremos a la próxima bronca... –dije yo resignado.

    - No, no habrá próxima bronca. La noche de la fiesta le advertí que si volvía a suceder algo así, tendría que irse de esta casa. No pienso tolerar ese tipo de comportamientos.

    - Apoyo totalmente tu decisión.

    - Ayer llamé a Toni para disculparme por lo sucedido, al fin y al cabo Sergio es amigo mío. Como a Humberto no le conozco personalmente te pido que te disculpes en mi nombre.

    - Lo haré, gracias. Y ahora te dejo, que se me hace tarde y aún tengo que recoger el coche que he alquilado.

    - Bien, no te entretengo más pues. Que vaya bien Juan, y... cuídate.

    Carlos se acercó a mí y me miró detenidamente. Se respiraba cierta tensión en el ambiente. Sin decir nada me dio un beso en la mejilla.

    - Tú también... –respondí yo.

    Salí a toda prisa de casa, no podía entretenerme más. Recogí el monovolumen que había alquilado y conduje hasta al estación de tren donde había quedado con Natalia y sus amigos.

    A las 10:30 dejaba la calle Aragó y me detenía junto a la estación de RENFE en Passeig de Gràcia. Afortunadamente me estaban esperando fuera. Hice sonar el claxon y tras mirarme sorprendidos se acercaron al monovolumen.

    - ¿Qué es esto? –Preguntó Natalia con brusquedad.

    - Se llama monovolumen, lo inventó Renault en los años 80. Se caracteriza por un interior amplio, una carrocería sobreelevada y la posibilidad de contar con siete plazas en un interior absolutamente modulable...

    - Juan ¿me tomas el pelo?

    - Sólo bromeaba. Pensé que sería más cómodo que el tren y lo he alquilado para toda la semana. Pero... ¿podéis subir ya? Estoy muy mal aparcado –rogué yo.

    Natalia se dio la vuelta para consultarlo con sus amigos, pero no pudo. Damián y Marc ya estaban cargando las maletas, mientras Marta y Humberto se acomodaban en la última fila de asientos. A regañadientes Natalia entró en el coche y se sentó en la fila central junto a Alba.

    - ¿No te sientas conmigo? –Pregunté yo perplejo.

    - Prefiero quedarme aquí –dijo con dureza.

    Damián se sentó con ellas y Marc tomó asiento en la parte delantera, junto a mí. Aquello fue el inicio de mi perdición. Dos atléticas piernas bajo un pantalón corto que se ajustaba peligrosamente a su piel al sentarse. Camiseta de tirantes al limite de su elasticidad cubriendo un apetecible pecho, y... dejando a la vista unas morbosas axilas. “Juan ¡deja de mirarle y arranca este trasto!” me dije a mí mismo. Intermitente, pisar embrague, insertar la primera y soltar embrague. No, a pesar de esa visión tan turbadora no había olvidado como se conducía.

    El silencio reinó en el interior de la Espace hasta que salimos de Barcelona. Una vez en la autopista nos fuimos soltando poco a poco. Alba me tendió un Cd para que pusiese música y, tras aprender a utilizar los extraños controles de aquella especie de nave espacial, las insulsas canciones de los chicos de Operación Triunfo empezaron a inundar de letras noñas y canciones enlatadas y refritas el interior del coche.

    - A pesar de que Natalia se lo haya tomado un poco mal, alquilar este pedazo de monovolumen ha sido una idea genial –me susurró Marc.

    - Me alegro de que te parezca bien la idea. Mejor en coche que en tren, especialmente si tenemos en cuenta como está el transporte ferroviario en este país últimamente...

    - Jajajaja... que cabrón –sonrió Marc.

    Mientras conducía empecé a sentirme muy a gusto. Una semanita en la segunda zona húmeda más grande del país, en contacto directo con la naturaleza, rodeados de playas... en un delta de incalculable valor por su carácter de reserva biológica. Volví a mirar a Marc. Tenía los ojos cerrados. Descansaba con la cabeza ladeada, con sus manos reposando sobre su paquete. Envidé aquellas manos. ¿Playas? A quién le importaban las playas con dos apetecibles diecisieteañeros tan cerca de mí. Me pregunté como nos íbamos a organizar para dormir. ¿Marc, Damián y yo? No, no... seguro que no iba a tener tanta suerte.

    Tardamos más de dos horas y media en recorrer los 180 km que separan Barcelona de Deltebre. Justo en la entrada de la población, en el corazón del Delta del río Ebro, estaba el albergue de la XAC. Marc y yo descargamos las maletas de la Gran Espace mientras el resto se inscribía en el albergue.

    - Espera, te ayudo –le dije a Marc mientras sujetaba la pesada maleta de Alba y le ayudaba a descargarla-. Ufff... está haciendo un calor horrible estos días.

    - Vaya tío... no veas las ganas que tengo de darme un buen baño en la playa. Cuando era pequeño venía a menudo con mis padres y mis primos al Delta para coger berberechos, almejas y esas cosas. Nos lo pasábamos de puta madre. Como normalmente había poca gente, mi primo y yo nos despelotábamos y nos bañábamos desnudos. Luego nos poníamos a tomar el sol entre las dunas...

    Aquel recuerdo pronunciado en voz alta hizo que automáticamente me imaginase a Marc y a su hipotético primo desnudos, corriendo por una inmensa playa del Delta, con un par de impúberes pollas colgando. Me los imaginé tumbados en la arena, acariciándose, descubriendo tímidamente su sexualidad. Mi polla se puso totalmente dura bajo la tela de mis pantalones cortos de Miró Jeans.

    - Y... esta vez, ¿lo repetirás esta vez? –interrogué yo dejándome llevar por un monumental calentón.

    - Pues no me gusta correr en pelotas solo, pero... si te animas...

    - Chicos –interrumpió Damián-. No quedan habitaciones para grupos, sólo hay dos de cuatro camas. Natalia ha propuesto que duerman Humberto, Marta, Alba y ella en una de las habitaciones y nosotros tres en la otra. ¿Cómo lo veis tíos?

    Una sonrisa se dibujo en mi cara. Miré a Marc, a él también parecía haberle alegrado la noticia.

    - Pues por mí bien... -respondí yo de inmediato.

    - Perfecto –dijo Marc sin dejar de sonreír.

    - Bien, voy a decírselo a los demás –dijo Damián mientras volvía a entrar en el albergue.

    - Será una semana genial... –añadió Marc con una sonrisa.

    Después de comer, terminamos de instalarnos en las habitaciones. Estaba algo inquieto por la actitud de Natalia, así que mientras Damián y Marc se estiraban para dormir la siesta, yo me acerqué a su habitación. Llamé a la puerta y entré.

    - Hola... ¿y los demás? –interrogué yo al ver a Natalia sola en la habitación.

    - Están en la piscina.

    - Vaya, mejor así. Quería hablar contigo a solas.

    - Tu dirás...

    - Pues que no sé que te pasa, pareces enfadada desde que hemos salido de Barcelona.

    - ¿Y no sabes por qué? Alquilas un monovolumen sin consúltanoslo y modificas los planes previstos sin contar con nuestra opinión...

    - Pesé que os parecería bien la idea. Lo siento. Aunque no creo que sea para tanto, el alquiler lo he pagado yo.

    - A eso me refiero Juan, a eso me refiero. Te comportas como si salieses con unos niños de clase media a los que debes deslumbrar con tus ideas de niño pijo.

    - Creo que estás siendo demasiado dura conmigo. Pretendía ser amable, sorprender a tus amigos. Aunque si te vas a sentir más cómoda, compartiremos el coste del alquiler de la Espace.

    - No es el dinero Juan, es tu actitud. El dinero no te hace ser mejor persona, no te hace ni más listo, ni más amable, ni más bueno, ni más simpático, ni... mejor. Querías sorprendernos... pero lo que vas a conseguir es convertir una excursión, una aventura... en algo previsible, aburrido, organizado...

    - Natalia, si el dinero no es lo importante, deja de pensar en él. Si he hecho lo que he hecho es porque me apetecía, no hago las cosas para impresionar a nadie. Y me parece que estás exagerando, únicamente he cambiado el tren por el coche, hablas como si os hubiese apuntado a un viaje organizado por el Inserso a Benidorm.

    - ¿Exagero? Pues olvídate por estos días de tu Visa, de los coches de lujo, de tu ropa de marca... deja de lado todos tus prejuicios. Seguro que en algún momento de tu vida hubo un tiempo donde divertirse no costaba nada... olvídate de todo y disfruta.

    - ¿De todo?

    - De todo.

    Me acerqué a ella y le planté un sorpresivo beso en los labios.

    - Abre la mano...

    - ¿Por?

    - Por favor, abre la mano y cierra los ojos.

    Natalia cerró con indecisión sus ojos y tendió su brazo. Con suavidad puse mi mano sobre la suya y le di las llaves del Renault.

    - Iremos en bici toda la semana –le dije con una pícara sonrisa.

    Aquel gesto hizo que las cosas con Natalia mejoraran. Durante la cena el buen rollo se apoderó de nosotros. Me disculpé con Humberto por el incidente con Sergio, y Natalia pareció valorar positivamente mi actitud.

    Después de cenar nos sentamos en los sillones de la sala de descanso. El albergue estaba casi al límite de su capacidad pero había poco movimiento a esa hora. Seguramente la gente había salido a celebrar la verbena de San Juan.

    - ¡Ey! Acabo de hablar con unos tíos de por aquí, les he preguntado dónde está la marcha hoy... –dijo Damián entrando en la sala.

    - ¡Marcha! Sisisisisi... ¿dónde? –Interrogó Alba con impaciencia.

    - Pues... por aquí no hay mucho ambiente. Si no nos queremos quedar en el pueblo y celebrar la verbena con los amables vecinos de la zona, pues... podemos ir hasta la playa. La peña enciende hogueras de San Juan y hay música, alcohol, chatis...

    - ¡Pues nos vamos! –gritó Marc.

    - ¡Venga pues! Nos llevarán en su camioneta –añadió Damián.

    - ¿Conoces algo más arriesgado que viajar de noche con unos colgados en la parte posterior de un pick-up? –Me dijo Natalia al oído.

    - Creo que vas a necesitar algo más arriesgado para sorprenderme –bromeé.

    Apiñados en la caja de carga de un Toyota Hilux llegamos a una de las playas del Delta. A pesar de que la marea había subido por la noche, la extensión de arena seguía siendo inmensa. Saltamos de la camioneta. La luz de varias hogueras algo clandestinas encendidas a lo largo de la playa iluminaba el cielo. El fuego se reflejaba en la superficie del mar en una estampa cargada de belleza.

    Nos acercamos a la fogata y saludamos al resto de la gente. Nos ofrecieron algo de beber. Me serví un whisky en un vaso de plástico. Del potente equipo de sonido de un Golf aparcado cerca de la hoguera salía una estridente música electrónica que no supe identificar.

    - ¿A que no tienes huevos a bañarte ahora? -me dijo Marc mientras me pasaba el brazo por encima del hombro y me apretaba contra él.

    - Joder, no me he puesto bañador... –dije al ver que él se había quitado la camiseta y llevaba puesto un bañador tipo bermuda.

    - No pasa nada... te bañas con los calzoncillos, total, seguro que son de marca... jejeje.

    - No sé... –dije yo dubitativo.

    - ¡Damián ven! Tenemos un insurrecto.

    Cuando quise darme cuenta, Damián y Marc me habían cogido entre los dos y me llevaban hacia la orilla. A mis espaldas oía como el resto del grupo jaleaba su ocurrencia. Justo en la orilla me dejaron en el suelo. Damián me quitó la camiseta y Marc empezó a desabrocharme los pantalones. Me dejaron únicamente con unos boxers blancos de CK.

    - ¡Al agua! –Gritó Marc.

    Preferí no pensármelo más. El roce de las manos de Damián y Marc habían despertado mi polla, el agua se encargaría de controlar mi rebelde erección.

    Nos lanzamos de golpe al agua. La verdad es que la temperatura no era desagradable. El agua se había ido calentando durante el día. Marc y Damián empezaron a nadar alejándose lentamente de la orilla. Les seguí.

    - Joder tíos... me apetecía mucho este baño –dijo Damián.

    - Se puede mejorar –dijo Marc con una sonrisa pícara-. Sus manos de deslizaron bajo el agua. De repente me lanzó algo. Su bañador.

    - ¡Mola! –Dijo Damián mientras se quitaba el suyo.

    - ¿Y tú a qué esperas? –Me preguntó Marc.

    - No, no... yo ya estoy bien así.

    - ¡Damián! ¿Vamos a dejar que se nos rebote?

    - ¡Calzoncillos fuera! –Gritaron los dos mientras se sumergían de golpe y buceaban hacia mí.

    Sus manos se posaron sobre mis caderas y deslizaron el elástico de los boxers bajo el agua. El roce de sus dedos en mi culo y en mis piernas, y una furtiva caricia en mi polla, me provocaron una erección de Record Guinness.

    - Ahora estamos en igualdad de condiciones... –dijo Marc con una sonrisa al volver a la superficie.

    - ¿Sabéis cómo se podría mejorar aún más este baño? –nos preguntó Damián.

    - ¿Con un minibar flotante? –respondí yo.

    - No, con tres tías bien abiertas de piernas esperándonos en la orilla. Y saldríamos los tres con la polla dura, apuntando al cielo, y se la clavaríamos sin dejarlas ni moverse.

    - Vaya... estás calentito –dijo Marc con una sonrisa-. Pues tías no te puedo proporcionar, pero hay algo en lo que puedo ayudarte...

    Marc se acercó un poco más a Damián y su mano se perdió bajo el agua.

    - Mmmm... me gusta...

    No pude evitar llevarme una mano a la polla y acariciármela con discreción bajo el agua. Marc le estaba haciendo una paja acuática a su mejor amigo ante mi perpleja mirada. La cara de Damián no podía reflejar un gesto de placer mayor.

    - ¿Para qué están los amigos sino? –Dijo Marc mientras clavaba su mirada en mí-. Tengo una mano libre... ¿te has corrido alguna vez bajo el agua?







    Continuará...

     
  •  

    CAPÍTULO XXXVII: FOLLARSE A UN CANGREJO.


    - No gracias... no me apetece –respondí ante tan complicada situación.

    - Sólo es una paja entre amigos... –se excusó Marc con una sonrisa.

    No pude decir nada más, mis labios y mi lengua parecían sellados, era incapaz de articular una sola palabra. Marc continuó con la paja que le estaba haciendo a su amigo. Damián tenía los ojos cerrados y soltaba pausados suspiros. A pesar de estar lejos de la orilla, continuábamos haciendo pie, por lo que Marc podía dedicar toda su energía a aquella paja. Damián estiró su brazo y lo deslizó por encima de los hombros de Marc, acercándose más a él. Yo me acariciaba suavemente la polla, con movimientos precisos y poco delatadores.

    - Ahhhhhhh... –musitó Damián.

    - ¡Ey! Buena corrida campeón –celebró Marc.

    - Gracias tío, te debo una.

    - Tranquilo, mañana me comes la polla y listo... jajaja –bromeó Marc.

    - Jajajaja... –rió Damián.

    - Y ahora salgamos del agua... empiezo a congelarme –dijo Marc.

    Salimos del agua. De espaldas a mis dos nuevos amigos, para ocultar la dureza de mi polla, me puse los pantalones y la camiseta. Mientras escurría el agua de los boxers, Damián volvió con los demás. Marc estaba sentado en la arena, con los pies muy cerca del agua.

    - Estás muy callado... –murmuró-. ¿Sucede algo?

    - No, nada... estoy bien –mentí.

    - Creo que te ha molestado lo de la paja.

    - ¿Por qué iba a molestarme?

    - No sé... no has vuelto a decir nada desde entonces.

    - Tranquilo Marc, simplemente me ha sorprendido, pero nada más.

    - No sé... no es nada que deba sorprenderte, son cosas entre...

    - ¿Amigos?

    - Eso es... amigos –repitió Marc.

    No hubo más comentarios al respecto. Nos reunimos junto al resto del grupo y continuamos bebiendo y bailando. Ni pude, ni quise hablar con Natalia aquella noche. El alcohol empezaba a hacer efecto y decidí relajarme y dejarme llevar por la fiesta.

    Cuando la energía empezó a desfallecer, volvimos al albergue. Ya en la cama, escuchando las acompasadas respiraciones de mis dos compañeros de habitación, mi mente volvió a revolverse entre los recuerdos de nuestro baño. Marc le había hecho una paja a Damián, delante de mí, sin darle importancia a aquel gesto. Fue una paja vacía de significado, un gesto de amistad... eso es lo que Marc se había empeñado a aclarar, pero ¿de verdad era sólo una inocente paja entre amigos?

    Me imaginé la mano de Marc bajo el agua, acariciando con suavidad la polla tiesa de Damián, pajeándola. Volvía a tener la polla dura. Me destapé con cuidado y me bajé los boxers con los que dormía. Sujeté mi polla con fuerza y empecé a cascarme una salvaje paja. En medio de aquella frenética masturbación me recriminé no haber accedido a que Marc me masturbara, lo estaba deseando y me corté. La imagen de Natalia, la sombra de una nueva cadena de mentiras me sacudió. La erección de mi polla se esfumó. Si volvía a suceder algo parecido entre Marc, Damián y yo ¿qué debía hacer?

    Me levanté casi sin fuerzas a la mañana siguiente, me di una ducha y me puse ropa cómoda. Cuando llegué al comedor del albergue mis amigos ya estaban desayunando. Me serví un bol de cereales y me senté a la mesa.

    - ¡¡FELICIDADES!! –Gritaron todos al unísono.

    Sin darme tiempo a reaccionar, Natalia apareció con un regalo. La sorpresa fue realmente grata. Entre todos me regalaron una bolsa de deporte de la línea de productos originales de Ferrari, de un intenso color rojo y con el logo del “cavallino rampante”. Todo un detalle.

    - Gracias a todos... chicos sois cojonudos –dije yo agradeciendo el gesto.

    Aún sin conocerlos demasiado, agradecí tenerlos cerca en aquel momento. Me sentía bien entre ellos. Eran mis amigos... mis únicos amigos.

    Después del desayuno, alquilamos unas bicicletas en el mismo albergue, y bordeando el río Ebro emprendimos una excursión por el Delta.

    Durante el recorrido, no pude evitar observarlos. A pesar de que en ciertos momentos tenían sus diferencias, parecían un grupo muy unido. Me produjo cierta nostalgia presenciar de nuevo aquella sorprendente capacidad que tenemos durante la adolescencia para pensar que las amistades durarán siempre, que no habrá nada que rompa ese vínculo. A los 17 la vida no ha tenido mucho tiempo para decepcionarte.

    Después de organizar un improvisado picnic al llegar a la playa, Natalia y yo nos alejamos del grupo caminando por la orilla. Sentíamos el agua golpeándonos los tobillos. A pesar del aplastante sol, soplaba una ligera brisa que hacía agradable aquel paseo.

    - ¿Crees que estoy cumpliendo con mi palabra? –interrogué yo.

    - Creo que sí... que has hecho un esfuerzo por divertirte sin más. Cuando ayer te diste un baño con Marc y Damián y te vi reír con ellos, disfrutar... me sentí muy bien. Me alegra que te lleves tan bien con ellos.

    - Será porque he dejado mis preocupaciones en Barcelona –respondí con una sonrisa.

    - De eso se trataba.

    - Cuando vuelva ya pensaré en todo lo que me preocupa... las notas y la graduación me esperan a la vuelta –una mueca de intranquilidad se dibujó en mi cara.

    - Seguro que todo irá bien, pero no pienses en eso ahora...

    Sin dejarme responder, Natalia se detuvo, me rodeó con sus delgados brazos y me besó. Me cogió por sorpresa aquel beso, pero poco a poco fui respondiendo y nuestras lenguas se enredaron. Estábamos lejos del grupo, solos en medio de aquella playa. Interrumpí el beso y la miré detenidamente. Cubierta por un escueto bikini azul, con la piel magistralmente bronceada, con el pelo suelto resbalándole por los hombros y perdiéndose por su espalda.

    - ¿Crees que podemos ser algo más que amigos?

    - Ya somos mucho más que amigos, Juan.

    Nos besamos de nuevo, con ternura, sintiendo el roce de nuestros labios, sintiendo el contacto de nuestras lenguas. Mis manos acariciaban su piel con suavidad, leyendo cada uno de los rincones de aquel cuerpo terso y joven.

    - Natalia... te qui...

    - No, no lo digas –dijo Natalia mientras posaba uno de sus dedos en mis labios-. No lo estropees.

    Nos abrazamos de nuevo, en silencio. Me sentí extrañamente poderoso al rodearla con mis brazos, al cubrir su aparente fragilidad con aquel abrazo. Casi podía contar los latidos de su corazón al rozar su piel en mi pecho desnudo. Por fin Natalia entraba en mi vida.

    De vuelta al albergue el ambiente fue muy distinto. Apenas hablamos. Pedaleé muy cerca de Natalia durante todo el camino, observándola, contemplándola, deseándola. Al tomar una curva del sendero por el que circulábamos, Marc y Natalia quedaron ante mi vista. Contemplé aquella espalda ancha, bronceada, aquellos brazos firmes y definidos, aquellas piernas musculadas cubiertas de vello. Contemplé aquel cuerpo esbelto, frágil, de piel suave y tersa, aquel intenso cabello moreno sobre unos perfectos hombros. Deseé no tener que decidir jamás, deseé seguir viviendo por encima de aquella decisión.

    Después de darme una ducha me reuní con el resto del grupo en el comedor. Devoramos una cena ligera a base de verdura y fruta, y salimos al jardín del albergue.

    Nos sentamos en el borde de la piscina. Natalia estaba a mi lado, estiré el brazo y le acaricié la mano. Nos miramos en silencio. La voz de Alba relatando una sesión de espiritismo con su tía y unas amigas se fue perdiendo en la lejanía. Las risas de Damián al escuchar lo que estaba contando su amiga eran casi inaudibles.

    - ¿Vamos a dar una vuelta?

    - Vamos... –respondió Natalia-. Chicos, vamos a dar una vuelta, no tardaremos...

    - ¡Ey! Cuidado con lo que hacemos, pillines... jajaja -bromeó Damián.

    Nos alejamos del resto del grupo y salimos del albergue. Caminamos en dirección al río, alejándonos del pueblo. El paisaje era espectacular. Enormes explanadas de arrozales, inmensas extensiones de humedales, una flora y una fauna de gran riqueza... me estremecí al pensar que el irresponsable Plan Hidrológico Nacional del Gobierno Español podía arruinar para siempre aquel paisaje. Un Plan que de llevarse a cabo destrozará el equilibrio biológico de la zona, provocará el retroceso del Delta y el aumento de la salinidad en las aguas. Y todo para regar campos de golf, parques temáticos, urbanizaciones y enormes extensiones de cultivos de regadío en tierras de secano. Me sentí realmente insignificante ante aquel estallido de la naturaleza.

    Cuando estábamos bastante alejados del pueblo, nos detuvimos junto al río, en una explanada arbolada. Lejos de cualquier mirada.

    - Estás preciosa... –le dije mientras la observaba detenidamente y acariciaba su mejilla.

    - Pues estoy como siempre... –respondió con una sonrisa.

    - No, ahora hay algo distinto en ti...

    - ¿Sí, el qué?

    - Ahora eres algo más que mi amiga...

    Natalia me besó. Sus manos se posaron en mi pecho. Mi mano se posó en su abdomen y lo recorrió lentamente hasta que mis dedos rozaron sus pechos. Natalia suspiraba... parecía estar caliente. Cuando una de sus manos se posaron sobre la tela de mis pantalones de lino a la altura de mi paquete, mi polla se enderezó completamente. Posé mi mano sobre la de Natalia y la apreté contra mi entrepierna. Mientras, mis labios recorrían su cuello en dirección a su escote. Estaba muy caliente, sólo pensaba en completar con éxito aquel prometedor polvo. Sin dejar de besar su largo cuello, empecé a liberar mi polla por la parte superior de los pantalones. Los dedos de Natalia rozaron mi glande.

    - Mmmmm... quiero que me la comas –dije arrastrado por la excitación.

    - Juan... Juan –dijo Natalia mientras soltaba mi polla e intentaba separarse-. Aquí no...

    - Natalia, estamos solos... relájate –dije mientras le acariciaba el interior de sus muslos camino de su sexo.

    - Juan... por favor...

    - ¡Joder Natalia! –Resoplé mientras la liberaba-. Primero me calientas, me la pones dura ¿y ahora me dejas con el calentón? Estoy hasta los cojones de esa actitud. ¿Y ahora que se supone que debo hacer? ¿Follarme a un cangrejo? –Dije furioso por aquel desesperante cambio de actitud.

    - Sólo te pido tiempo, necesito estar segura...

    - ¿Segura? Muy bien Natalia, muy bien... ¿y mientras te decides puedes dejar de ir calentando pollas por ahí?

    Natalia se levantó de golpe y sin decir nada, sin ni siquiera mirarme, se dio la vuelta y empezó a caminar hacia el pueblo. Me incorporé y corrí hasta alcanzarla. La sujeté con fuerza del brazo.

    - ¡Suéltame!

    - Lo siento, no quería ser tan brusco... –dije confuso.

    - La has vuelto a cagar Juan, lo has vuelto a hacer... –me dijo mirándome fijamente a los ojos.

    La solté. Natalia siguió caminando mientras yo me quedaba inmóvil, allí de pie. Lo había vuelto a hacer... ¿qué coño había vuelto a hacer? ¿Intentar que me comiese la polla? Tan encantadora y guapa como estrecha. Maldije a Natalia por esa actitud de protagonista de comedia romántica. ¿Qué tenía de malo echar un polvo? Pues mucho, al parecer la chica necesitaba pruebas de amor, de entrega, de verdadero interés... y otras mil estupideces más, para dejarse follar. Me acaricié la polla por encima del pantalón, aún estaba dura. Necesitaba follarme a una tía. Necesitaba demostrarme a mí mismo que aún podía follarme a una tía.

    Volví al albergue con un cabreo monumental. Los amigos de Natalia seguían en la piscina, pero de ella no había ni rastro. Sin decir nada me fui a la habitación. Necesitaba estar solo. Me estiré en la cama con la luz apagada. A pesar de tener la ventana completamente abierta, el calor era sofocante en aquella habitación. Unos suaves golpecitos en la puerta me hicieron recuperar la conciencia.

    - Adelante...

    - Juan ¿va todo bien? –preguntó Marta.

    - No tengo ganas de hablar con nadie Marta.

    - He estado hablando con Natalia.

    - Ya... ¿y qué?

    - Pues está dolida...

    - Pues lo siento mucho, pero yo también lo estoy. No es justo que juegue conmigo.

    - Juan, posiblemente no sea quien para hablar...

    - No, no eres quien... –respondí con brusquedad.

    - Por favor déjame terminar –dijo Marta con un tono algo imperativo-. A Natalia le gustas, y mucho... es más, diría que está enamorada de ti. Pero hay algo que no entiendes...

    - Ahora mismo no entiendo nada...

    - Natalia tiene miedo a que te tomes todo esto como un pasatiempo, como un reto. No sé si te das cuenta que cuanto más insistas, más se negará ella... Natalia necesita ir a su ritmo, siempre ha querido tener las cosas claras antes de tomar una decisión...

    - Natalia me confunde, Marta. Natalia me desespera, me enciende y me deja tirado sin darme tiempo a reaccionar. Natalia me interesa más de lo que te imaginas, pero tenemos formas distintas de entender la sexualidad.

    - Juan, seguro que a ella le apetece tanto como a ti estar contigo, pero no así. No puede evitar desconfiar de ti... quizás porque es muy sensitiva y capta los pequeños indicios de que algo va mal...

    - No hay nada que vaya mal –mentí yo-. Si no confía en mí, lo siento, pero no puedo hacer nada más. Buenas noches Marta.

    Marta salió de la habitación tras soltar un suspiro de resignación. Pocos minutos después entraron Marc y Damián.

    - Pero tío quítate la ropa para dormir, que se te arruga el modelito.. jajaja –bromeó Damián al verme tumbado en la cama con la ropa puesta.

    Marc se desvistió en un abrir y cerrar de ojos. Vestido únicamente con un ajustado slip de UNNO que dibujaba una polla algo morcillona, se tumbó en la cama. Damián siguió su ejemplo y se desvistió. Su cuerpo de adolescente deportista quedó cubierto por un boxer gris bastante ancho. Se dio la vuelta y me mostró un prieto culito. ¡Joder que culo! Mi polla volvió a ponerse dura.

    - Tío desvístete y vámonos a dormir –insistió Damián mientras se tumbaba en la litera, encima de Marc.

    Si me desvestía delante de ellos, mi erección me delataría. Improvisé una excusa.

    - Mejor me desvisto con la luz apagada, así os dejo dormir.

    - Como quieras –dijo Marc mientras apagaba la luz de la mesilla de noche.

    Me desvestí en silencio. Sin taparme con la sábana me estiré en la cama. El calor era sofocante. La discusión con Natalia volvió a mi cabeza. Me revolví en la cama. No podía dormir. Empecé a contar ovejas pero siempre había sido muy malo para eso, las muy cabronas se me escapaban y más que combatir el insomnio me aceleraba aún más.

    20 minutos y 607 ovejas perdidas después, seguía sin conciliar el sueño. No sé porqué pero me acaricié instintivamente la polla por encima del slip. Seguía dura. Una paja no me vendría mal. En silencio me bajé el slip y mi polla saltó como un resorte. Empecé a masturbarme lentamente, procurando no hacer ruido. Con la imagen de la paja que Marc le hizo a Damián empecé a calentarme. Mi polla empezaba a estar húmeda. Se me escapó un suspiro.

    De pronto la luz se encendió. Marc había encendido la lámpara de la mesilla. Me miró con los ojos abiertos de par en par. En contra de lo que yo pensaba, no estaba dormido. Sus ojos se calvaron en mi polla tiesa, en la paja que me estaba haciendo. Me quedé inmóvil, con las manos en mi verga, sin saber que hacer.

    - Podías avisar cabrón... –dijo con una traviesa sonrisa.

    La luz se apagó. Escuché un pequeño movimiento entre las sábanas de Marc y la luz volvió a encenderse. Lo que vi no se me olvidará en la vida. Marc se había quitado el slip y se estaba pajeando la polla estirado en su cama, mirándome con detenimiento. Tenía una polla algo más pequeña que la mía, pero más gruesa. Con un suave movimiento iba descubriendo la piel que cubría su capullo. Ni en la mejor de mis pajas hubiera imaginado una polla como esa. De piel clara y con un glande rosado, muy proporcionada y con unos huevos cubiertos de un finísimo vello rubio.

    - ¿Te apetece que nos la pajeemos mutuamente? –Dijo con una expresión de lujuria en su cara.

    No pude resistirme, esta vez no pude resistirme. Sin decir nada asentí con la cabeza. Marc saltó de su cama y caminó hacia la mía. Me incorporé dejándole un sitio y nos sentamos el uno junto al otro. Sus manos no tardaron ni dos segundos en cogerme la polla y empezar a masturbarme.

    - ¿A qué esperas? Mi polla te necesita –dijo Marc con una sonrisa.

    Sin vacilar un instante más, cogí su polla con una mano y empecé a cascársela. Me gustó sentir de nuevo la dureza de una polla entre mis manos. Marc no tardó en empezar a solar suaves y rítmicos gemidos.

    - ¿Qué hacéis tíos? –Interrogó Damián mientras se frotaba los ojos con las manos como despertando de un ligero sueño. Asustado, aparté de golpe mi mano y solté la polla de Marc.

    - Nos estamos haciendo una paja –dijo Marc sin dejar de masturbarme. La situación era explosiva-. ¿Te apuntas?




    Continuará...
     
  •  

    CAPITULO XXXVIII: LA HISTORIA SE REPITE.


    Claro... –contestó Damián mientras saltaba de su cama y se acercaba a nosotros.

    Se quitó los boxers dejando a la vista un precioso pollón moreno rodeado de un oscuro vello rizado. La polla de Damián comenzaba a despertar. Al tiempo que tomaba asiento en mi cama, Marc le cogió la polla y empezó a pajearla. El chico parecía tener ganas de polla, o más bien de pollas.

    Nos estaba masturbando a los dos con absoluta dedicación. Sentí que debía corresponderle, cogí de nuevo su verga y continué con la paja. Damián tenía los ojos cerrados y se acariciaba el pecho disfrutando de lo que le estaba haciendo su mejor amigo. Marc soltó mi polla y se concentró en disfrutar de mis caricias.

    La polla de Marc empezaba a rezumar líquido preseminal. Movido por al excitación se inclinó sobre Damián y sus labios y su lengua empezaron a jugar alternativamente con los pezones de su amigo. Inclinado, dándome ligeramente la espalda, el precioso culo de Marc quedó a la vista. Redondeado, firme, sin un solo pelo. Sin dejar de pajearle empecé a jugar con uno de mis dedos en la entrada de su ano. Marc no lo rechazó, más bien al contrario, me apartó la mano de su polla y se acomodó abriendo aún más sus piernas. El muy cabrón estaba empezando a dilatar. Mi dedo se perdió sin esfuerzo en aquel apetecible culo. Marc suspiró mientras su lengua seguía recorriendo el pecho de Damián.

    No pude resistirme y le metí otro de mis dedos. Arrastrado por el placer que empezaba a sentir en su culo, Marc descendió por el pecho de Damián y su lengua rozó el glande de la polla de su amigo.

    - ¿Qué haces tío? –Dijo Damián mientras abría repentinamente los ojos.

    Marc no se detuvo. Su boca empezó a mamar y a succionar la polla de su amigo. No hubo más quejas. Damián volvió a cerrar los ojos y empezó a acariciar con suavidad el pelo de su amigo.

    - Ufffff... no sabía que te gustaba comer polla... –murmuró Damián.

    Retiré mis dedos del culo de Marc y le ayudé a ponerse a cuatro patas mientras él seguía mamando la polla de Damián. Su culo abierto quedó ante mis ojos. Separé con las manos sus nalgas haciendo que su agujero quedase totalmente expuesto. No pude resistirme, mi lengua se paseó por la parte interior de sus nalgas.

    - Mmmmmmmm... por favor cómeme el culo...

    Comencé a comerle el culo con desesperación, me agarré la polla y empecé a pajeármela. Con la otra mano separaba aún más sus nalgas intentando que mi lengua penetrara aquel virginal ano.

    No podía aguantar más. Dejé su culo y me puse de rodillas sobre la cama, junto a Damián. Mi polla quedó cerca de la boca de Marc. Su cara se encendió al ver dos pollas ante él. Liberó la verga de Damián y empezó a comerme la mía.

    - Muy mal, muy mal... un buen comedor de pollas puede con dos rabos a la vez –dijo Damián mientras volvía a acercar su polla a la boca de su amigo.

    La respuesta de Marc no se hizo esperar, abrió bien la boca y empezó a comerse, aunque con alguna dificultad, nuestras dos pollas.

    - Así me gusta chupapollas... –dijo Damián satisfecho.

    Notar como los labios de Marc hacían presión sobre nuestras pollas, notar su lengua jugando entre los dos capullos, notar el roce de mi verga contra la de Damián... la sensación era brutal. Pero quizás lo que más me excitaba de aquella situación era ver a Marc ensartado por dos pollas, comiéndoselas con un hambre insaciable.

    - Quiero que os corráis en mi cara... –soltó Marc mientras dejaba de mamarnos las pollas y se estiraba en la cama.

    Damián y yo nos colocamos uno a cada lado de Marc, y los tres empezamos masturbarnos.

    - Quiero ver como os coméis la boca... -dijo extasiado Marc.

    Arrastrado por el calentón, me acerqué a Damián. En su cara había un gesto de duda.

    - ¡Besaos! –gritó Marc

    Sin más, Damián acercó sus labios a los míos. Nos besamos casi con torpeza. Pero la excitación pudo más que cualquier prejuicio en aquel momento. Casi sin darnos cuenta nuestras lenguas se estaban peleando. El muy cabrón hundía su lengua en mi boca, la retiraba de golpe y jugueteaba con sus dientes en mis labios. El placer que me estaba produciendo aquel beso era desesperante.

    Aceleramos el ritmo de la paja. El primero en correrse fue Damián, que descargó toda su leche caliente sobre el pecho y la cara de Marc. Con el contacto del esperma de su mejor amigo, Marc empezó a eyacular. Mi corrida no se hizo esperar, mis disparos fueron muy certeros. Mi semen cayó en la cara de Marc y en su cuello, arrastrado por un orgasmo brutal, mi nuevo amigo intentaba llevarse nuestra leche a la boca.

    Sin decir nada, Marc se levantó de golpe, cogió una toalla de su bolsa y despareció por la puerta de la habitación. Mientras, Damián y yo nos vestimos y nos estiramos de nuevo en la cama. Ninguno de los dos se atrevía a decir nada.

    - Supongo que lo que ha pasado en esta habitación no saldrá de estas cuatro paredes... ¿No?

    - Por supuesto... –dije yo algo sorprendido por la pregunta- ¿Soléis hacer esto muy a menudo?

    - ¿Me tomas el pelo? –respondió con brusquedad Damián.

    Aquella fue la primera vez que veía a Damián tan serio. Su humor, su ingenio y su buen rollo no existían en aquel momento. Viéndolo tan serio, con esa dura expresión, no parecía el mismo Damián que había conocido semanas atrás. Aquella reacción me resultó familiar.

    - No... sólo es una pregunta. Por la paja de ayer había deducido que...

    - Pues no deduzcas tantas cosas, Juan. Es cierto que nos habíamos hecho alguna paja juntos, pero lo que ha pasado aquí esta noche no había sucedido antes... y no volverá a suceder jamás.

    - Jamás es una palabra que compromete demasiado...

    - Jamás Juan.

    La puerta de la habitación se abrió y entró Marc, envuelto en una toalla. Sin decir nada terminó de secarse de espaldas a mí, lanzó la toalla a un rincón y se acostó en la cama mientras apagaba la luz.

    *

    Me desperté pensando en que el polvo de la noche anterior había sido un sueño. Marc y Damián dormían aún. ¿Lo habría soñado? Me levanté de la cama y recorrí con la vista las sábanas... algunas manchas sospechosas confirmaban que no había sido producto de mi imaginación. Sentí una punzada en el pecho. Ahora, con la mente fría, hubiese preferido haberlo soñado.

    Me duché y fui al comedor a desayunar. Sólo había dos chicas sentadas en una mesa, charlando. Me serví un vaso de leche con Nesquick y me senté en una de las mesas.

    - ¡Juan! –Gritó una voz a mi espalda.

    - ¿Qué pasa? –Interrogué yo al ver a Alba tan nerviosa.

    - Natalia está hecha polvo...

    - ¿¿Por qué?? –Pregunté asustado.

    - Su madre acaba de llamar, su hermano Rafa ha tenido un accidente de coche. Está en el hospital.

    - Joder... –dije yo un tanto aliviado. Sí aliviado, posiblemente era un cerdo por sentirme aliviado, pero por un momento pensé que Natalia había descubierto algo.

    - Si te parece, despierta a los chicos y nos vamos ¿sí? –Dijo Alba al ver que no me movía de mi sitio.

    - Claro, claro... ahora mismo voy.

    Volví a la habitación deseando que el accidente de Rafa no hubiese sido nada grave. Le había visto sólo un par de veces, una de ellas en la fiesta donde conocí a Natalia, y aunque no le conocía demasiado, me sentí apenado por él y por Natalia. Me sorprendí a mí mismo con aquel sentimiento de solidaridad con la desgracia ajena. ¡Vaya! A los 23 estaba descubriendo que tenía sentimientos.

    Cuando alcancé la puerta de la habitación, me pareció oír a Damián hablando. No sé porqué, pero sentí la necesidad de detenerme y escuchar. Me detuve frente a la puerta entreabierta y miré cautelosamente hacia el interior de la habitación.

    - No, no Marc, lo de anoche no fue una paja entre amigos como las muchas que nos hemos hecho... lo de anoche fue...

    - ¡Joder Damián! No le des más vueltas... pasó y ya está...

    - Es que no puedo evitarlo... me comiste la polla tío, nos comiste la polla... eso es de... de...

    - ¿Maricones?

    - Tú lo has dicho Marc...

    - ¡No me toques los cojones Damián! Humberto es un maricón, con su pluma, su afeminamiento, siempre con las tías, siempre haciendo cosas de tías... ¡YO NO SOY MARICÓN! Simplemente nos ayudamos mutuamente. Llevamos siglos intentando follarnos a una tía, ¿qué tiene de malo que nos divirtamos mientras?

    - ¿Divertirnos? Lo de anoche no fue diversión... fue sexo...

    - Claro... el señor se arrepiente de que le haya comido la polla... pues déjame que te diga una cosa, si me llamas maricón a mí, aplícate el cuento también a ti, porque fuiste tú el que se morreó con Juan.

    - ¡No me jodas Marc! Lo hice porque estaba caliente, nada más. Ni si quiera me gustó.

    - Pues muy bien Damián, ¡¡olvídalo!! Fue un calentón y nada más, joder -dijo Marc mientras se acercaba a Damián y le pasaba el brazo por el hombro-. Somos amigos ¿no?

    - No me toques –dijo Damián mientras apartaba el brazo de su amigo-. Hace años que somos amigos, significas mucho para mí, Marc, pero... no lo estropees.

    - ¿Qué pasa, que si me gustara comer polla ya no podríamos ser amigos? –Dijo Marc con la voz temblorosa.

    Damián no contestó, le miró fijamente a los ojos y sin más, continuó vistiéndose. Marc se quedó de pie, inmóvil, esperando una respuesta que no tuvo en aquel momento.

    Entré en la habitación.

    - Chicos, tenemos que volver a Barcelona...

    - Perfecto –dijo Marc con un hilo de voz, sin ni siquiera preguntar por qué. Daba igual el motivo, lo importante era salir de allí cuanto antes.

    Tras hacer las maletas y desayunar, cargamos la Espace. Natalia fue la última en subir. Antes de que entrase en el coche la detuve.

    - Quiero que sepas que si necesitas algo puedes contar conmigo, cualquier cosa...

    - Gracias Juan –dijo Natalia con la voz temblorosa.

    Nos abrazamos y la besé en la mejilla. Sentía la necesidad de decirle que podía contar conmigo. A pesar de nuestras diferencias, me entristecía verla sufrir.

    Camino de regreso a Barcelona apenas hablamos. Esta vez Damián viajaba a mi lado. Miré por el retrovisor interior y vi a Marc apoyado en la ventanilla, con cierta tristeza en su expresión. Aquella imagen volvió a resultarme muy familiar. Con toda probabilidad la historia volvería a repetirse. Cuántos más habremos pasado por una situación como ésta...



    Continuará...

     
  •  


    CAPITULO XXXIX: CUESTIÓN DE PRIORIDADES:


    Salía caminando de la facultad, de mi ceremonia de graduación, bajo un sol aplastante. El verano más caluroso de los últimos 30 años según decían en los periódicos. Pero ni si quiera el sol podía restarme un ápice de felicidad aquel día.

    - ¡Juan! –Gritó Jordi a mi espalda.

    - ¿Qué?

    - ¿Te apetece venirte con nosotros a celebrar la graduación? Iremos a casa de Ruth.

    - Agradezco tu buena intención, pero no creo que sea lo más indicado. Además, tengo una comida familiar.

    - Bien, no insistiré. Si cuando termines con tu familia te apetece quedar, llámame ¿de acuerdo?

    - Lo tendré en cuenta...

    - Por cierto, ayer fui a ver a Rafa. Está en el hospital de Sant Pau, por si te apetece pasarte.

    - Gracias por avisar. ¿Cómo está?

    - Mejor, en pocos días le darán el alta.

    - Me alegro.

    - Bien, tengo que irme Juan, si vas a ver a Rafa salúdale de mi parte. Y... ¡anímate joder! Que ya eres un Licenciado en Derecho... jejeje.

    - Estoy muy feliz, de verdad Jordi. Hoy nada, ni nadie va a estropearme el día –Dije con una sonrisa algo ambigua.

    Volví al coche. A pesar de la felicidad y la satisfacción personal que produce terminar una carrera dentro del tiempo establecido en el plan de estudios y con un expediente brillante, mi felicidad no era completa. Cuatro días después de volver a Barcelona tras interrumpir el viaje de forma tan brusca, no había tenido noticias de Natalia. Bueno, para qué mentir, Natalia no era lo que más me preocupaba. Lo sucedido entre Marc, Damián y yo había revuelto dentro de mí un poso de sensaciones y sentimientos que durante meses había intentado controlar.

    La expresión de Marc durante el camino de vuelta a Barcelona era la misma expresión que se podía leer en mis ojos el día del accidente en el garaje de mi casa, el día en que Toni y yo nos enrollamos por primera vez. Y no es que me preocupase mucho por Marc, que cada cual aguante su propia cruz, el problema estaba en que todo aquello había revuelto algo en mi interior. Llevaba semanas sin pensar demasiado en el valor de mis actos, en su significado. Si me follaba a un tío ya no me planteaba si hacía bien o si hacía mal, ni si quiera me planteaba si follarme a un tío alteraba mi condición sexual. Pero aquellos días en Deltebre habían vuelto a desatar el temporal.

    Dejé el coche en un parking y caminé hasta el restaurante en el que habíamos quedado. En otro capítulo del particular Barrio Sésamo que Carlos escribía cada día de su vida, se había propuesto reunirnos a mi madre y a mí.

    - Hola –dije al tomar asiento.

    - ¿Todo bien en la ceremonia de graduación? –Preguntó Carlos.

    - Muy bien... –respondí.

    - Me hubiese gustado estar allí, pero he respetado tu decisión... –dijo mi madre.

    - Mejor así. Era un momento demasiado importante para estropearlo con reproches –respondí yo sin mirarle a los ojos.

    Después de pedir algo, comimos en silencio. Se respiraba cierta tensión en el ambiente. Antes del postre Carlos decidió precipitar los acontecimientos.

    - Ahora vuelvo, voy un momento al baño... –dijo mientras se levantaba y desparecía entre las mesas del restaurante sin darnos tiempo a responder.

    - Siento mucho como me comporté... –dije yo sin esperar más.

    - Bien, yo también lamento mucho lo que sucedió. Debí haberte dicho la verdad desde buen principio.

    - Cierto, hubiese preferido que no me mintieras. Me dolió mucho tu comportamiento y me dolió aún más verte con aquel hombre...

    - Pensaba que te habías disculpado por tu comportamiento...

    - Y lo he hecho Rosa, siento haberte dicho las cosas de esa forma, pero no siento haberte dicho lo que te dije. Sigo pensando que te estabas equivocando.

    - Me entristece que sigas siendo incapaz de entenderme. Para mí Fran era alguien importante, para mí estar con él era importante. Pero ahora ya da igual. No le he vuelto a ver desde el día de la discusión. Cuando llevas una vida llena de sacrificios personales, qué importa uno más.

    - Si pretender tu felicidad implica ser exigente, pues lo soy. Tú vales demasiado para acabar con un ignorante como Fran.

    - No puedes valorar a una persona por criterios tan accesorios como su cultura o su estatus económico Juan, porque quizás algún día alguien use criterios tan injustos como esos para valorarte a ti.

    - Bien, el día en que eso ocurra prometo pensar en ti.

    - Viéndote, se podría decir que el cinismo se hereda, pero esta vez no voy a equivocarme. Cuando conocí a tu padre, su egoísmo, su prepotencia y su complejo de superioridad me produjeron cierta tristeza. Pensé que con los años sería capaz de cambiarle, pero si la vida me ha enseñado algo es que las personas no cambian, al menos no en lo fundamental. No pienso pasarme el resto de mi vida intentándolo de nuevo contigo. Demasiado tarde para que pueda conmoverte algo más allá del saldo de tu Visa.

    - Bien, pensé que estábamos aquí para arreglar las cosas, pero veo que sólo conoces la cultura del reproche. ¿Quién destrozó vuestro matrimonio Rosa? ¿Quizás tú con esa actitud?

    - No Juan, no pienso discutir de nuevo contigo. Eres mi hijo, te quiero y sólo deseo que la vida no se encargue de demostrarte que has desperdiciado la oportunidad de hacer un esfuerzo por entender a los demás.

    - ¿Todo bien? –Dijo Carlos al volver de lavabo.- Veo que volvéis a hablaros.

    - Todo bien... –respondió mi madre con una fingida sonrisa.

    - Mejor que nunca –respondí.

    Cuando terminamos de comer, me despedí de Carlos y Rosa y salí del restaurante. Caminando por Passeig de Gràcia algo en mi interior me decía que, a pesar de que las cosas entre Rosa y yo recuperarían una aparente normalidad, nada volvería a ser como antes. Rosa se empeñaba en decir que no la entendía, bien ¿y qué? No iba a perder el tiempo tratando de entenderla. Cuando ni si quiera entiendes tus propios sentimientos ¿cómo vas a hacer un esfuerzo por entender a los demás?

    El sonido del teléfono móvil puso punto y final a mis reflexiones.

    - Hola Ricardo.

    - Hola hijo, ¿cómo ha ido la ceremonia de graduación?

    - Muy bien, ya soy un Licenciado en Derecho, aunque aún me queda solicitar el título oficial y colegiarme.

    - Bien, eso es lo de menos, todo a su debido tiempo. Ahora déjame que te felicite hijo, ya eres todo un abogado, como tu padre.

    - Gracias.

    - No sabes lo feliz que me has hecho hoy. Desde que me dijiste que ibas a estudiar Derecho, no había vuelto a experimentar tanta satisfacción.

    - Me alegro Ricardo, me alegro.

    - ¿La comida con tu madre ha ido bien?

    - Bueno, más o menos. Hemos reducido algunas tensiones, pero no han faltado los reproches.

    - Tu madre es la reina de los reproches. Cuando estábamos juntos se empeñaba en...

    - Ricardo, no necesito escuchar tu versión –interrumpí yo- en la vida siempre hay dos versiones de un mismo conflicto, y esta vez prefiero no conocerlas.

    - Cierto, en la vida como en el Derecho siempre hay más de una forma de verlo.

    - Bueno Ricardo, tengo que colgar, voy a entrar en un parking.

    - Bien, sólo una cosa más.

    - Dime.

    - El miércoles que viene deberías pasarte por el despacho, me gustaría hablar contigo y con Ángel antes de que os incorporéis a la firma.

    - Bien, pero ¿quién es Ángel?

    - Nuestro otro gran fichaje, también acaba de licenciarse, los dos empezaréis por la pasantía este verano.

    - Pensaba que ya teníais la plantilla completa.

    - Y la tenemos, pero la contratación de Ángel es una recomendación de Roberto, ¿le recuerdas?

    - Claro, como olvidarle –dije yo recordando el piropo que me soltó Roberto la primera vez que nos vimos.

    - Bien, pues nos vemos el miércoles, cuídate hijo.

    Con la tarde por delante, decidí pasarme por el Hospital de Sant Pau para visitar al hermano de Natalia. Con mucha suerte me encontraría con ella también.

    Pregunté en la recepción cuál era la habitación de Rafa y subí por las escaleras. El particular olor a hospital invadió mis fosas nasales. El inmaculado blanco de las paredes y la escasa altura de los pasillos empezaban a provocarme cierta sensación de angustia.

    Cuando llegué a la puerta de la habitación, vi a Natalia sentada en un banco en el pasillo.

    - Hola –me dijo mientras se levantaba.

    - Hola –dije dándole un cálido abrazo.

    - Gracias por venir. Siento no haberte llamado, pero ya puedes imaginarte como han sido estos días...

    - No te preocupes, Jordi me ha informado, pero ¿qué tal está tu hermano?

    - Bien, ahora ya está mejor. Sufrió un traumatismo raquídeo dorsal con lesión en dos vértebras, una lesión en la córnea y algunas contusiones y pequeñas heridas. Tendrá que hacer recuperación, pero lo importante es que ahora ya está fuera de peligro.

    - Me alegro mucho de que Rafa esté bien. ¿Puedo entrar a verle?

    - Ahora está dormido, pero le diré que has venido.

    - Gracias –respondí-. ¿Y tus padres?

    - Se han ido a casa a descansar un rato. Llevan varios días junto a Rafa.

    - Entiendo.

    - ¿Y tú cómo estás, Juan?

    - Bien, ya soy un Licenciado en Derecho –respondí con una amplia sonrisa.

    - Vaya, me alegro... me alegro mucho por ti –dijo Natalia-. Si te apetece esperarte un rato más, cuando venga mi padre podemos salir a cenar y celebramos tu graduación.

    - Me encantaría –dije yo ciertamente animado.

    Mi teléfono móvil vibró dentro del bolsillo trasero de mi pantalón. Había recibido un mensaje.

    - Disculpa un segundo –le dije a Natalia mientras me retiraba para leer el mensaje:

    “Pensaba que te encontraría en el gym, pero parece que no has ido hoy. Si te apetece podemos cenar juntos.”

    Una sonrisa se dibujó en mi cara. David volvía a dar señales de vida. Desde la última vez que nos vimos me había propuesto a mí mismo mantener la mente fría en mi relación con David. Lo había conseguido, hasta aquel momento lo había conseguido.

    - Lo siento Natalia, olvidé que tenía una cena con mi padre para celebrar la graduación –mentí yo-. Si te parece quedamos otro día.

    - Bien, ya quedaremos Juan.

    Nos dimos un breve abrazo de despedida y caminé de nuevo hacia el ascensor.

    Natalia había encajado bien el plantón, o por lo menos eso fue lo que quise creer. No es que no me apeteciese estar con ella, pero si te dan a elegir entre una cena romántica con una chica encantadora y una noche de sexo con un tío insultantemente guapo y con un cuerpo de impresión ¿qué elegirías? Cuestión de prioridades.


    Continuará...

     
  •  

    CAPITULO 40.- ¿PUEDES CONTROLAR TUS SENTIMIENTOS?.


    Le llamé desde el coche y concretamos una cita en el restaurante Casa Calvet de la calle Casp. Volví a casa para ducharme y cambiarme de ropa. Como el restaurante quedaba relativamente cerca de casa, decidí dejar el coche en el parking que había alquilado e ir caminando.

    Cuando le vi aparecer por la puerta del restaurante vestido con unos pantalones de algodón de Zegna Sport y una camisa de Gucci, algo se removió en mi interior. Al verme sonrió. Llevaba el pelo algo más largo que el último día que nos vimos, y una incipiente y nada casual barba remarcaba su poderoso mentón.

    - Hola Juan –me dijo mientras tomaba asiento.

    - Hola David, ¿qué tal estás?

    - Bien, acabo de volver de Salvador de Bahía, la empresa de Mónica prevé levantar un hotel allí.

    - Pensaba que huías de las grandes empresas y preferías trabajar en “la noche” –dije yo algo sorprendido.

    - Cierto, pero mis ingresos como Relaciones Públicas del SkyDome y los de Jefe de Nuevos Proyectos en la empresa de la familia de Mónica no son comparables –respondió con una sonrisa.- En definitiva, he vuelto a mi actividad de antes. Digamos que en esta etapa de mi vida prefiero afrontar retos profesionales más ambiciosos.

    - Ya entiendo. ¿Y Mónica?

    - Pues ella se ha quedado en Brasil, así que nada más poner un pie en Barcelona he pensado en ti.

    - ¿Me lo parece o tus ganas de verme son algo cíclicas? –interrogué algo molesto.

    - Mis ganas de estar con alguien siempre son variables, no sólo en tu caso. Creía que eso ya había quedado claro –respondió David sin perder su sonrisa, eso sí, esta vez algo forzada.

    - Muy claro.

    - Bueno, cuéntame qué tal te va a ti...

    - Pues bien, me acabo de licenciar. No hay nada que desease más en esta vida que terminar de una vez la carrera.

    - Vaya, felicidades –dijo David mientras me acariciaba la mano por encima de la mesa-. Eso tendremos que celebrarlo...

    La voz del maître nos interrumpió. David no retiró su mano y la mirada indiscreta del maître no se hizo esperar. Realmente a David no le preocupaba nada más allá de su propia existencia. Retiré la mano con suavidad y le miré fijamente mientras él observaba la carta con detenimiento. Hay personas que con sólo verlas sabes que no esconden nada, que son transparentes, en esos casos sabes bien a que atenerte. Pero hay otras que nunca llegas a conocer realmente. David estaba en el segundo grupo. Y quizás ese magnetismo que provoca el misterio, la curiosidad por descubrir lo desconocido, hacía que me sintiese más atraído por él.

    - ¿Y con tu familia las cosas han mejorado? –preguntó David cuando el maître se retiró.

    - Bueno, más o menos. Las tensiones entre mi madre y yo se han reducido, pero ahora eso ya no me preocupa. Hace algunas semanas que me mudé con mi hermano y un amigo suyo a un piso en el Eixample.

    - Veo que ha habido muchos cambios en tu vida últimamente, me alegro. Quizás puedas enseñarme tu nueva casa esta noche...

    - Pues no creo que sea posible, Carlos y Sergio deben estar en casa, mañana trabajan –dije yo resignado.

    - Bien, como quieras –respondió David con una sonrisa-. Ya pensaremos un plan alternativo.

    Terminamos de cenar mientras me hablaba del espectacular hotel que pensaban construir en la playa de Itapuá en Salvador de Bahía. Cuando salimos del restaurante David propuso terminar la velada tomando una copa en Sitges. Acepté a pesar de que llevaba años sin vivir de cerca la marcha nocturna de la zona. La primera sorpresa de la noche llegó al ver el coche nuevo de David.

    - ¿Te gusta? –dijo al verme con los ojos abiertos de par en par.

    - Si tenemos en cuenta que los coches son una de mis pasiones, se podría decir que la Clase SL de Mercedes es uno de mis amores platónicos –dije con una sonrisa.

    - Bueno, pues hoy será algo menos platónico ¿te apetece conducir?

    No hizo falta respuesta, en pocos segundos estaba sentado al volante de aquel 500SL. David tomó asiento junto a mí y pulsando la tecla mágica, el techo duro se replegó magistralmente escondiéndose en el maletero. Con el cielo por techo, me esperaban 30 Km de sensaciones.

    Saliendo de Barcelona en dirección a Sitges, David pulsó el reproductor de Cd’s del Mercedes y la intensidad y la fuerza de O Fortuna de la obra coral Carmina Burana empezaron a inundar el habitáculo, provocando en mí una extraña sed de velocidad. Descapotados, con el viento arremolinándose tras nuestras cabezas, pisé el acelerador. Los limites legales de velocidad pasaron a ser una anécdota en aquel viaje.

    Cuando llegamos a Sitges casi me faltaba la respiración.

    - Puedes aparcar aquí –musitó David mientras bajaba el volumen de la música.

    Pisé instintivamente el pedal de freno y el desmesurado equipo de frenos detuvo el coche casi de inmediato, la deceleración fue sencillamente brutal. David y yo nos miramos unos segundos, intentando recuperar el sentido.

    - Creo que a la vuelta conduciré yo... jejeje –dijo con una sonrisa cómplice.

    Sin demasiado conocimiento de la marcha nocturna de Sitges, entramos a un bar musical de ambiente ibicenco. Tras cruzar la puerta, David me arrastró literalmente al centro de la pista de baile. Sonaba “Fiesta” de DJ Méndez.

    Si su sonrisa, sus ojos, su cara, su cuerpo... me habían conquistado, su forma de bailar era diabólicamente seductora. Yo apenas trataba de moverme. Una sonrisa se dibujó en mi cara y mis ojos se clavaron en aquel cuerpo moviéndose al son de la música. Ante él viví una sensación extraña, aquella sensación que se experimenta al tener tan cerca algo que deseas de forma incontenible, y sabes que no puede ser tuyo, no en ese momento. Mis dedos hubiesen querido rozar su piel, mis manos hubiesen querido atrapar su cuerpo, mis labios hubiesen querido rozar los suyos. Mi polla se había puesto en guardia ante tan seductora estampa.

    - Vámonos –le susurré al oído.

    David sólo sonrió e interrumpiendo su magnética danza, se dio la vuelta y se dirigió a la puerta del local. Le seguí sin dejar de contemplar aquella robusta espalda. Aquella noche entendí que David iba a ser mi perdición, pero aún así quise perderme con él.

    Volvimos al coche, aparcado cerca de la playa. Nos sentamos reclinando los asientos y clavamos la mirada en el cielo totalmente despejado de aquella noche.

    - Creo que necesitaré algo más relajante que mirar las estrellas a orillas del Mediterráneo para vencer el jet-lag... –susurró David.

    - Una noche como ésta, no hace mucho, un amigo me enseñó una buenísima técnica de relajación. Quizás ya va siendo hora de que le devuelva el favor –respondí mientras posaba mi mano sobre su pierna.

    - Seguro que fuiste un gran alumno.

    Mis manos ascendieron hasta tomar contacto con el paquete de David. Así confirmé la evidencia, estaba totalmente empalmado. Le desabroché lentamente el cierre del pantalón y liberé su preciosa polla. De mis manos a mi boca en sólo un segundo. De nuevo aquel peculiar sabor inundándolo todo. De nuevo sus gemidos delatando el placer que estaba sintiendo.

    Aceleré el ritmo de la mamada mientras acariciaba sus huevos. Su polla se tensó inevitablemente y David empezó a correrse. Mi boca no cesó en su empeño hasta dejar completamente limpia aquella maravilla de la naturaleza.

    - Hay cosas que realmente sabes hacer muy bien, Juan –dijo David con una sonrisa de satisfacción-. Ahora me toca corresponderte.

    Había disfrutado tanto comiéndome su polla, dándole tanto placer, que realmente no me hacía falta correrme, aún así David me hizo una espectacular mamada para recompensarme.

    Después de correrme, permanecimos unos minutos más en silencio. Sentados en el Mercedes, en medio de un aparcamiento de la playa, vacío a esas horas.

    - Me siento muy bien cuando estoy contigo Juan...

    - Creo que es mutuo.

    - Pues no es demasiado bueno...

    - ¿Por qué? –interrogué temiéndome la respuesta.

    - Más allá de mi relación con Mónica, no hay nada, no debe haber nada...

    - ¿No puede haber sentimientos?

    - No.

    - ¿Y puedes controlar tus sentimientos?

    No hubo respuesta, David giró la llave electrónica y el embriagador sonido del V8 lo ocupó todo. De vuelta a Barcelona, ninguno de los dos rompió el silencio.

    Cuando crucé la puerta de mi casa eran casi las 5 de la madrugada. Pensaba encontrarme a Carlos y a Sergio durmiendo, pero me equivoqué.

    - ¿Qué haces despierto aún? ¿No trabajas mañana?

    - Estaba preocupado por ti... –respondió Carlos con brusquedad.

    - Lo siento, debería haber avisado. Pero si estabas preocupado ¿por qué no me has llamado?

    Carlos levantó su mano mostrándome mi teléfono móvil.

    - Joder, me lo debo haber dejado cuando he venido a cambiarme de ropa –me justifiqué yo.

    - ¿Las cenas con Ricardo duran tanto?

    - ¿Cómo? –pregunté perplejo.

    - Natalia te ha llamado al móvil, como ha insistido tanto he optado por responder. Quería quedar contigo mañana y me ha dicho que hoy ibas a cenar con tu padre...

    - Cierto... –mentí yo-. ¿Y qué tiene de raro?

    - Pues nada... si no fuese porque esta noche he cenado con él.

    - ¿Has cenado con Ricardo? Pensé que no os hablabais... –dije sintiéndome acorralado.

    - Te lo debía por haber aceptado comer hoy con Rosa.

    - Me alegro...

    - Espero que algún día te decidas a contarme la verdad.

    - Quizás algún día –respondí yo saliendo del comedor y dando por zanjada aquella conversación.

    Me desvestí con rapidez y me estiré en la cama. Con la luz apagada fijé mi vista en la oscuridad. Nadie, ni si quiera Carlos con sus sospechas, podía estropear una noche como aquella. Las dudas de David, la mirada insegura de David fueron mis últimos recuerdos aquella noche.



    Continuará...

     
  •  


    CAPITULO 41.- LA PLAYA.


    Cuando estuve en la puerta del edificio me sorprendí, sinceramente había imaginado algo menos ambicioso. El bufete ocupaba un bloque de oficinas en la entrada a Barcelona por la Diagonal. El edificio era de construcción reciente y formaba parte de un pequeño complejo de oficinas. “Lafarge i Associats” decoraba la parte superior de la fachada en unas minimalistas letras metálicas iluminadas por la parte posterior por una tenue luz anaranjada. Por fin había llegado el esperado miércoles.

    Crucé la puerta del vestíbulo y saludé a la recepcionista. Al parecer mi padre me estaba esperando. Subí por el ascensor hasta la última planta. Una de las secretarias me indicó la sala de juntas. Efectivamente, allí estaban Ricardo, Roberto y un chico que supuse que debía ser Ángel.

    - Buenos días Juan –me saludó Ricardo.

    - Buenos días, siento llegar tarde. Creo que acabaré viniendo en metro –me disculpé yo.

    - Tranquilo, no llegas tarde, nosotros somos los que hemos llegado pronto –aclaró Roberto con una sonrisa.

    Roberto era un hombre ciertamente atractivo, de unos 40 años, pelo moreno, mirada abierta y sincera, sonrisa perfecta y un cuerpo que obviamente se había trabajado en un gimnasio. Realmente interesante para su edad.

    - Bien, antes de empezar, me gustaría presentarte a Ángel –continuó mi padre-. Ángel él es Juan, mi hijo.

    - Encantado Juan –dijo Ángel posando discretamente su mirada en mí.

    - Encantado –respondí yo mientras le estrechaba la mano.

    - Empecemos pues. Como sabéis os hemos reunido aquí para hablar de vuestra incorporación a la firma. Los dos tenéis un expediente brillante y habéis logrado un puesto destacado en la promoción de vuestras respectivas Universidades, nuestro bufete está orgulloso de poder contar con vosotros. Puesto que respondemos ante el resto de socios de vuestra contratación, esperamos que todos podamos estar satisfechos de vuestro desempeño en la firma –dijo Ricardo.

    - Antes de que empecéis con la pasantía, nos gustaría que recibieseis un curso de incorporación a la firma. La idea es formaros en aquellos elementos de funcionamiento que son propios de este bufete. Será un plan de acogida corto, en principio sólo hasta la pausa de agosto –añadió Roberto.

    - Como os podéis imaginar, dada la baja actividad que esperamos registrar en el mes de agosto, os daremos vacaciones. Vuestra incorporación efectiva será, pues, en septiembre. ¿Tenéis alguna duda? –Interrogó mi padre.

    - Supongo que por especialidad no nos integraremos en el mismo grupo de trabajo... –dijo Ángel.

    - Pues sí. Los dos estáis especializados en Derecho Penal y vuestra contratación no ha sido casual, es uno de los equipos de trabajo de la firma que deseábamos reforzar. ¿Queréis añadir algo más?

    - Pues por mi parte, únicamente que estoy deseando empezar –dije yo.

    - Perfecto pues, mañana tendremos listos vuestros contratos, el plan de acogida y los horarios –respondió Roberto.

    - Me gustaría deciros que el comienzo nunca es una tarea fácil, especialmente por la dureza de la pasantía. Por ello es aconsejo que os toméis estos días para adaptaros y que carguéis bien las pilas estas vacaciones de agosto –dijo mi padre con una sonrisa.

    Tras acordar la cita para mañana, Ángel y yo salimos de la sala de juntas y entramos en el ascensor. En silencio, le miré con disimulo. Debía tener unos 22 años, físicamente destacaba por un cierto equilibrio en sus proporciones, aunque ligeramente eclipsado por su delgadez. Un cabello castaño despeinado, cara de niño bueno y ojos grandes. Ángel no era especialmente atractivo, pero tampoco feo, quizás común.

    - Ufff... estoy muy nervioso.

    - ¿Por qué? –interrogué yo.

    - Siempre me pongo nervioso ante un reto profesional, especialmente si significa tanto para mí como la incorporación a este bufete.

    - Entiendo, a mí me pasa algo parecido, aunque intento controlarme. Sé que estaré en una gran empresa y haré todo lo que esté en mi mano para integrarme.

    - Cierto, no hay nada de lo que preocuparse –dijo Ángel con una sonrisa nerviosa.

    - ¿Te apetece ir a tomar algo y así charlamos un poco más? –Pregunté yo.

    Aquella fue la primera vez que vi como se iluminaba la mirada de Ángel. Me repetí a mí mismo que no podía sospechar de todos los hombres que me rodeaban.

    - Me encantaría.

    Fuimos caminando hasta el centro comercial de L’Illa Diagonal y entramos en una cafetería.

    - Mmmm... estás muy bueno –dijo Ángel mientras daba un sorbo a su capuccino.

    - ¿Cómo? –interrogué yo perplejo.

    - Queee, que... quiero decir, que está muy bueno, el capuccino. Sí, muy bueno...

    - Jejejeje... –no pude evitar sonreír, me divirtió verle ruborizado.

    - Joder, en qué estaría pensando...

    - Pues no sé... jejeje. Tú sabrás –respondí con una sonrisa-. ¿De dónde eres Ángel?

    - De Reus...

    - Ahhh, mi abuela vive cerca, en Tarragona. ¿Es cierto que os lleváis tan mal las dos ciudades? –bromeé.

    - Jejeje... bueno, digamos que hay una cierta rivalidad histórica, pero en el fondo nos necesitamos.

    - ¿Y qué te trae por aquí?

    - Pues a veces un tren o a veces un coche, depende... –bromeó Ángel.

    - Jajajaja... muy agudo.

    - Va, ahora en serio... –dijo mientras recuperaba la seriedad-, si estoy en “Lafarge i Associats” es por Roberto.

    - Sí, ya me dijo Ricardo que tu contratación era una recomendación suya. ¿Sois familia?

    - No, somos... pareja -respondió Ángel con un gesto de duda en su cara. Esperaba mi reacción.

    - ¡Ah! Que bien ¿no? –no supe decir otra cosa. Una expresión de asombro debió dibujarse en mi rostro.

    - Sí, muy bien, nos llevamos francamente bien.

    - Tengo un amigo que también es gay, ya te lo presentaré. Seguro que os llevaríais muy bien –dije pensado en Toni.

    - Jejejeje... –Ángel sonrió.

    - ¿Qué? –pregunté sorprendido.

    - Perdona, pero es que imaginaba que ibas a decir algo parecido. Los hetero tenéis la costumbre de decir cosas por el estilo cuando alguien os dice que es gay.

    - Perdona, pensé que igual te apetecía hacer amigos en Barcelona –dije yo algo avergonzado.

    - No, no me malinterpretes por favor, únicamente reflexionaba sobre tu propuesta. Lo agradezco, pero quizás tu amigo y yo sólo tengamos en común la orientación sexual, y para hacer amigos hay cosas mucho más importantes en las que puedes coincidir.

    - Cierto –dije yo reparando en su argumentación-. Quizás he sido algo frívolo.

    - No te preocupes, nos queda mucho que aprender sobre la diversidad sexual –dijo Ángel con una sonrisa.

    Cuando terminamos el café, salimos del local. Me despedí de Ángel cerca de su coche, un Mégane nuevo de color negro.

    La verdad es que aquel chico me había sorprendido, no sólo por sincerarse conmigo, era obvio que si íbamos a trabajar juntos era mejor hacerlo cuanto antes, si no porque me hizo sentir cómodo. Me hizo sentir como si por primera vez en mucho tiempo no tuviera nada que esconder.

    Cuando volví a casa, Carlos y Sergio me estaban esperando para comer. No hablamos demasiado durante la comida, desde el incidente en la fiesta, mi relación con Sergio no había mejorado demasiado. Aunque mi hermano sí había hecho un esfuerzo por el entendimiento.

    Después de comer, Carlos me propuso aprovechar su tarde libre e irnos a la playa. El plan me pareció perfecto. Una tarde con mi hermano no me vendría mal para estrechar lazos.

    Puesto que las playas de Barcelona en verano siempre están atestadas de turistas pardillos y otra fauna de similar origen, decidimos ir a Sitges, al fin y al cabo sus playas ya nos resultaban familiares.

    Cuando me bajé del Alfa Romeo de Carlos miré detenidamente a mi alrededor, aquel parking me resultaba familiar. David y yo habíamos estado allí pocos días antes.

    Ya en la playa, tendí mi toalla y me apresuré a quitarme la camiseta y las chanclas. Mi hermano empezó a desvestirse. No pude evitar observarle mientras me ataba el cordón de mi bañador tipo bermuda de O’Neill. Carlos se quitó la camiseta y los pantalones cortos y me sorprendió con un ajustado bañador de lycra corto de D&G.

    - ¿Qué? –Interrogó mi hermano al ver que no dejaba de mirarle.

    - No te había visto ese bañador –me justifiqué yo.

    - ¿No? Pues ya es raro... porque es tuyo –respondió Carlos con una pícara sonrisa.

    - Jejeje... que cabrón, no me gusta que me cojas ropa del armario sin pedirme permiso.

    - Bueno, te consultaré la próxima vez. Pero no me digas que no me sienta mejor a mí que a ti... –dijo Carlos mientras se acariciaba el abdomen y deslizaba su mano hasta rozar el elástico del bañador.

    - Jajaja... no te flipes tío –dije yo entre risas-. Te falta material para llenarlo...

    - Jejejeje... pero que tonto eres chaval. Cuando quieras nos la medimos... –dijo mi hermano respondiendo a mi provocación.

    - Bien, anoto en mi agenda: comprar cinta métrica –dije con una sonrisa.

    Nos estiramos en las toallas. Carlos había caído en mi provocación, pero obvio que aquel bañador le quedaba incluso mejor que a mí, especialmente en la zona central. En aquel momento deseé que la gente de nuestro alrededor despareciera y pudiera lanzarme sobre Carlos para arrancarle a mordiscos aquel diabólico bañador. Con esa imagen en la cabeza, no me quedó más remedio que darme la vuelta y tumbarme bocabajo, la razón era evidente.

    El calor era aplastante en aquella playa. El cielo estaba completamente despejado y la intensidad de aquel sol de julio me quemaba la piel. Me incorporé y saqué el protector solar de la bolsa.

    - Cuando acabes me lo pasas –dijo mi hermano sin abrir los ojos.

    - Vale, enseguida termino.

    Me apliqué la crema solar en los brazos, el pecho, las piernas, el cuello y cuando estaba intentando cubrir mi espalda con aquel aceitoso mejunje, mi hermano murmuró:

    - ¿Quieres que te ponga crema en la espalda?

    - No, gracias pued... –Carlos no me dejó terminar la frase, incorporándose, tomó el bote de crema de mi mano y la pulverizó sobre mi espalda.

    Después de la sensación de frío que me produjo el contacto de la crema en mi piel, una increíble sensación de calor me invadió. Las manos de Carlos recorrían mi espalda extendiendo el protector solar. Cuando sus dedos rozaron la parte baja de mi espalda hubiese querido gritarle: ¡mi polla también necesita protección! Afortunadamente me contuve. Me recriminé estar pensando otra vez con la polla. Como le había dicho Alba a Damián en una ocasión: “las hormonas de los hombres siempre están de fiesta en la polla y sólo suben a la cabeza a por hielo”.

    Cuando Carlos dejó de extenderme la crema solar, abrí los ojos. Me pareció estar viendo visiones. Los cerré nuevamente. Volví a abrirlos. No era una visión ¡estaba allí! David estaba allí, unos metros más allá, tumbado en su toalla, junto a una imponente chica morena. Me levanté como electrizado.

    - Ahora vengo Carlos, voy a saludar a un... amigo.

    - Vale...

    No sé que me llevo a hacer algo así, pero no pude controlar el impulso. Necesitaba verle, verle de cerca, hablarle...

    - Hola.

    David abrió los ojos ligeramente. Cuando me reconoció, se incorporó de inmediato.

    - Hola ¿qué haces tú aquí? –preguntó con frialdad.

    - A ver, esto es una playa, estamos en julio y voy en bañador... ¿tú que crees?

    De repente David se levantó me cogió del brazo y me arrastró lejos de su toalla.

    - ¿Sabes quién es la chica que está dormida a mi lado? –dijo con brusquedad.

    - ¿Mónica?

    - ¡Muy bien! Lo has acertado, es Mónica, y entonces dime una cosa ¿a qué coño estás jugando?

    - Sólo me he acercado a saludarte –dije yo un tanto confuso por su sorprendente reacción.

    - No hacía falta que te molestases. Si Mónica me ve hablando contigo, no dejará de hacer preguntas.

    - Si tu novia te hace preguntas será porque le das motivos para que sospeche. ¿No teníais una relación abierta? ¿O es que el abierto sólo lo eres tú? Además, has sido tú el que me ha arrastrado del brazo hasta aquí, ahora las preguntas también me las harán a mí –dije mientras fijaba mi vista en Carlos, que tumbado en su toalla observaba discretamente la escena.

    - Pues vuelve con tu nuevo Action Man y déjame tranquilo, Juan. Ahora ya tienes una polla de repuesto...

    Si no fuese porque David había dejado claro que fuera de su relación con Mónica no podían existir los sentimientos, hubiese pensado que aquella frase era casi un reproche.

    - Que te jodan David.

    Sin darle tiempo a un contraataque me di la vuelta y volví junto a mi hermano.

    - ¿Sucede algo? –interrogó Carlos.

    - No, nada...

    - ¿Siempre que vas a saludar a un amigo discutes con él?

    - Voy a darme un baño –respondí con un hilo de voz mientras me levantaba y empezaba a caminar hacia la orilla. Aunque hubiese querido, no hubiese podido decir nada más.



    Continuará...

     
  •  

    CAPÍTULO 42.- PARA MÍ ESTÁS MUERTO.


    Mi primera mañana en “Lafarge i Associats” fue caótica. Entre reunión y reunión mi mentor, un aburrido abogado de unos 38 años especializado en Derecho Mercantil, intentó explicarme el funcionamiento interno de la firma, aunque sin demasiado éxito. Era obvio que a punto de llegar las vacaciones de agosto, los empelados del bufete querían solventar todos sus asuntos pendientes.

    Afortunadamente estuve bien acompañado gran parte de la mañana. Valeria, la secretaria de mi mentor, hizo todo lo que estuvo en su mano para darme a conocer las interioridades de la empresa. Valeria debía tener unos 26 años, morena y de piel oscura, con unos rasgos mexicanos poderosamente atractivos. De lo poco que trascendió de su vida durante nuestra conversación, pude saber que Valeria era originaria de Puebla, México.

    A la hora de comer, Ángel y yo nos encontramos en un restaurante del L’Illa Diagonal.

    - ¿Qué tal el primer día? –Me preguntó mi nuevo compañero.

    - Ufff... pues si exceptuamos que he conocido una secretaria muy simpática y realmente atractiva, el resto ha ido bastante mal. El abogado que me han adjudicado como mentor ha estado toda la mañana ocupado. ¿Y a ti qué tal te ha ido?

    - Bueno, comparado con lo tuyo, supongo que bien. Mi mentor está especializado en Derecho Civil, ha estado toda la mañana conmigo y ha sido realmente amable. Aunque tengo la cabeza a punto de estallar, desde que me ha dicho “hola” al verme, no ha dejado de hablar en toda la mañana. De hecho, creo que aún debe seguir hablando, diría que ni si quiera me ha escuchado cuando le he dicho que iba a comer... jejeje.

    - Vaya, un hombre de conversación fácil –dije con una sonrisa-. Bueno, a ver si esta tarde mejoran las cosas...

    - Eso espero, pero bueno, cambiemos de tema. ¿Ya tienes algo planeado para estas vacaciones?

    - Pues tengo ganas de irme de Barcelona, pero aún no sé ni adónde ni con quién. No he tenido demasiado tiempo para pensar en ello últimamente.

    - ¿No te vas con tu novia?

    - No tengo novia... bueno, creo que no tengo novia.

    - ¿Crees que no?

    - Pues no estoy muy seguro. Hace unos días empecé a salir con una chica, Natalia, pero discutimos durante un breve viaje a Deltebre, y desde entonces no sé en que punto se encuentra exactamente nuestra relación.

    - Vaya, pues lo siento... ¿tan grave fue la discusión?

    - Digamos que me comporté bastante mal con ella...

    - ¿Infidelidad?

    - ¿Qué? –Pregunté algo descolocado por la pregunta.

    - Que si te liaste con otra...

    Dudé por unos instantes, no supe muy bien que contestar. Técnicamente no le había sido infiel a Natalia porque me tiré a sus amigos justo después de la discusión.

    - No, no... ese no fue el motivo de la discusión. Digamos que en el tema sexo vamos a velocidades distintas.

    - Vaya –dijo Ángel con una mueca de desaprobación- no me gustan nada los prejuicios en el sexo. ¿Qué necesidad hay de limitar un placer como ese?

    - Pues ninguna supongo. Pero bueno, muchas facetas de nuestra vida limitan nuestra sexualidad, por ejemplo una pareja estable ¿no?

    - Bueno, en mi caso sí. Es cierto que una relación estable limita en cierta manera tu sexualidad, pero en este caso es una limitación voluntaria, no responde a una carga moral, a miedos o a inseguridades. Aunque personalmente creo que la fidelidad no es una opción sencilla... especialmente si trabajas al lado de chicos como tú... jejeje.

    - Jejejeje... tranquilo, yo me ocupo de que sigas practicando la fidelidad con Roberto –respondí con una pícara sonrisa-. Aunque no te va a faltar material para tentarte entre tanto abogado estiloso. ¿Ya has visto si hay algún candidato?

    - Pues tío la verdad es que no. No sé si sabrás que se dice que entre los gays existe una especie de sexto sentido para captar a otros gays. No sé, un juego de miradas, un gesto, una manera de hablar, de vestir, de vivir, etc... pero la verdad es que yo nunca he sido capaz de captar esos indicios. Debe ser que cuando me apunté a esto de ser gay me olvidé de rellenar la solicitud del “sexto sentido”... jejeje.

    - Jajajaja... claro, por eso ahora “en ocasiones, ves gays”...

    - Jejejeje... pues eso debe ser, en ocasiones, porque por regla general no me entero de nada. Tendré que poner más atención...

    - ¿Qué haces? –Pregunté al verle en silencio, mirándome fijamente.

    - Prestado atención... a ver si capto algún indicio... jejeje.

    - Jejejeje... si me sigues mirando así, serán los demás los que capten indicios de que entre tú y yo hay algo –respondí con sorna.

    - Pues a mí no me importaría... especialmente si fuese verdad que entre nosotros hubiera algo –dijo Ángel con una amplia sonrisa.

    - ¡Ey! Que te olvidas de Roberto... jejeje.

    - Por ti me olvidaba hasta de mi madre... jajajaja

    - Jajajaja... ¿sabes que eres muy útil para subirme la moral?

    - ¿Sólo la moral?

    - Jejejejeje... de momento sí.

    - ¿Puedo preguntarte algo personal?

    - Mmmm... bueno, dime... –respondí un tanto temeroso por su pregunta.

    - ¿Has fantaseado alguna vez con montártelo con un tío?

    Cuando Ángel soltó la bomba, yo acababa de beber de mi copa de vino. La pregunta se me atragantó literalmente y empecé a toser mientras intentaba secarme con la servilleta.

    - Perdón... –dijo Ángel ruborizado.

    - No te preocupes, sólo me he atragantado con el vino. ¡Por cierto! Olvidé que tenía el coche mal aparcado, ahora vuelvo... –dije levantándome de la mesa.

    - Juan...

    - ¿Qué? –Me detuve.

    - Has venido en metro esta mañana, tú mismo me lo has dicho...

    - ¡Ah! Cierto, dónde debo tener la cabeza... jejeje –reí nerviosamente.

    Ángel captó, obviamente, mi nula predisposición para seguir hablando de aquel tema, y terminamos de comer mientras me contaba sus planes para las vacaciones. Ángel era un fanático de los parques temáticos, y después de conocerse el Resort Universal Mediterránea en Salou como si fuera su propia casa, estas vacaciones posiblemente pasaría algunos días en Disneyland París.

    Después de comer regresamos al bufete. La tarde fue sencillamente más de lo mismo. Más teléfonos sonando sin parar, más prisas, más clientes, más faxes imprimiéndose, más reuniones... y mi escurridizo mentor continuó sumergido en aquella vorágine prevacacional. Cuando en mi reloj las agujas marcaron las 6, salí huyendo de aquella jauría de lobos hambrientos.

    Llegué a mi casa y como un autómata me desnudé y entré en el baño de mi habitación para darme una ducha. Bajo los potentes chorros de la ducha hidromasaje me dejé llevar. Lo cierto es que mi primera incursión en el mundo laboral me estaba produciendo un desgaste importante ¡Por dios Juan, que llevas sólo un día de trabajo! Me repetí a mí mismo. Me lavé el pelo con champú y tras enjuagarlo, me apliqué un acondicionador. Me enjaboné el pecho, los brazos, las axilas... deslicé mis manos por mis nalgas, hasta las piernas. Me gustaba sentir el tacto de mi piel húmeda y resbaladiza por el agua y el jabón. Mis manos encontraron el camino hacia mi polla que empezaba a cobrar vida. Me enjaboné el tronco de mi verga con lentitud y suavidad, sintiendo como se acababa de poner dura. Luego mis dedos se detuvieron en mis huevos, completando el recorrido.

    Salí de la ducha y me sequé a conciencia. Me miré al espejo. Algún indiscreto pelo asomaba en mi entrecejo. Cogí las pinzas y tiré de ellos sin piedad. Me acaricié la barbilla... tenía que afeitarme. Como no me apetecía usar cuchilla decidí pedirle prestada la Philips Shave a mi hermano ¿para qué están los hermanos sino?

    Salí del baño con una toalla anudada a la cintura y fui hasta la habitación de Carlos. La puerta estaba entreabierta y me pareció escuchar voces en el interior. En mi nueva línea de maruja cotilla me detuve frente a la puerta.

    - Ana, sabes que tengo tantas ganas como tú de que nos veamos, pero quiero aclarar las cosas con Juan antes de... () ¡Ana! Juan es mi hermano, quiero hablar de todo esto con él... () Te dije que podríamos pasar parte del mes de agosto juntos, sí, lo recuerdo. Juan se irá de vacaciones al menos durante 15 días, entonces tendremos tiempo para ver como van las cosas entre nosotros... () Yo también Ana, como te dije la noche de la fiesta, hacia siglos que no sentía algo parecido, aún no entiendo como Juan te dejó escapar... () Hablamos mañana, sí... () Yo también Ana... () Cuídate, un beso.

    En aquel momento supe lo que sintió Marion Crane, el personaje interpretado por Janet Leigh, cuando Norman Bates, Anthony Perkins, le asestaba varias puñaladas en la célebre escena de la ducha de la película “Psicosis”. La única diferencia era que en vez de un desequilibrado travestido de jubilada asesina, era mi propio hermano el autor de semejantes puñaladas traperas.

    Después de colgar, Carlos caminó hacia la puerta, cuando la abrió, la imagen de su hermano parado frente a su habitación, con una toalla como única vestimenta y con una cara de furia reprimida, le dejó fuera de combate.

    - ¿Cuánto tiempo llevas aquí?

    - Si te refieres a cuanto tiempo llevo en el mundo, pues 23 años... si te refieres a cuanto tiempo llevo escuchando tu conversación telefónica, te diré que lo suficiente como para pedirte una explicación...

    - Entra por favor...

    Entramos en la habitación y Carlos me indicó que tomara asiento en la cama, pero no lo hice.

    - Lo siento, llevo semanas queriendo hablar de este tema contigo, pero no he tenido oportunidad...

    - Vivimos juntos Carlos, nos vemos cada día de nuestras putas vidas, no me digas que no has tenido tiempo... ¿o es que preferías seguirte aprovechando de mis fracasos a mis espaldas?

    - Te juro que iba a hablar contigo. Ana me interesa, te lo dije el día que fuimos a ver el piso con Sergio...

    - No, aquel día me dijiste que erais sólo amigos, ¿me mentiste entonces?

    - Juan, mis sentimientos hacia Ana han ido variando durante estas últimas semanas... Ana es una chica fantástica...

    - ¡Joder Carlos! ¡¡Debe haber más de 3.000 millones de mujeres en el mundo y has tenido que irte a fijar en mi ex novia!!

    - La ayudé cuando pasaba un mal momento y poco a poco descubrí que tenía demasiadas cosas buenas para dejarla escapar...

    - ¿Demasiadas cosas buenas? ¿A qué te refieres, a lo bien que te come la polla o a lo bien que se abre de piernas para que te la folles?

    - Juan, no te consiento que hables así de ella. Ana y yo no nos hemos acostado ni una sola vez en todo este tiempo... simplemente nos hemos dado tiempo para conocernos...

    - Claro, no te la has follado nunca... claro. ¿Qué pasa Carlos que sólo te gustan las sobras que van dejando los demás? –dije con rabia.

    - Juan, eres un cabrón, un estúpido sin escrúpulos que no se merece el apoyo de nadie. Ana fue alguien importante en tu vida, no sé como puedes hablar así de ella...

    - No hablo de ella, Carlos, ¡hablo de ti! Del ave de carroña que tengo por hermano, del ingrato y cínico hermano que se ha aprovechado de mi propia desgracia personal para verse a mis espaldas con una chica de la que aún guardo demasiado como para que me sea indiferente ver como se lanza a tus brazos...

    - La culpa de que tu vida se haya convertido en una tonelada de mierda que te va cayendo encima y te va cubriendo poco a poco es única y exclusivamente tuya. Llevas meses mintiéndote, escondiéndote... llevas meses rodeado de mentiras. Te he ofrecido mi ayuda en repetidas ocasiones... si no la quieres, al menos déjanos vivir a los demás...

    - Si me hundo en la mierda tú te hundirás conmigo. No quiero que vuelvas a ver a Ana, si tu hermano aún es importante para ti, decide: o Ana o yo.

    - No puedes pedirme algo así Juan...

    - Sí puedo.

    - Pues entonces no me dejas otra salida... elijo a Ana.

    - Eres un maldito hijo de puta... no quiero saber nada más de ti el resto de mi vida, para mí estás muerto.

    - Nunca me cansaré de ofrecerte mi ayuda, Juan... nunca.

    No contesté. Volví a mi habitación y me encerré de un portazo. Las lágrimas empezaban a resbalar por mis mejillas. Necesitaba llorar... necesitaba llorar sin que nadie me oyese. Removí mis viejos Cd’s y puse uno en el equipo de música. “Me quedaré solo” de Amistades Peligrosas fue el silencio que necesitaban mis lágrimas.


    Continuará...
     
  •  

    CAPÍTULO 43.- A B R A Z A M E .


    Salí de casa sin desayunar. Tenía que salir de allí. Aquella mañana no hubiese soportado cruzarme con Carlos. El ambiente en aquel piso se había vuelto irrespirable. A mi enemistad con Sergio había que añadir ahora la ruptura de mi relación con mi hermano Carlos. Aquello fue un gran mazazo.

    Posiblemente Carlos es la persona a la que más quiero en este mundo, pero aquella tarde perdí los nervios. Saber que Carlos me había traicionado y había sacado partido de mi propia desgracia personal fue un golpe muy duro. Ni siquiera había tenido la valentía de sincerarse y hablarme de su relación con Ana. Quizás si hubiese sido sincero conmigo, me habría tomado las cosas de otra forma.

    Mientras aparcaba el coche en el parking del bufete volví a contener las lágrimas. El resentimiento, el rencor, la rabia y la furia se habían instalado en mi interior. Cada vez que el silencio me rodeaba, las palabras de mi hermano durante su conversación telefónica retumbaban en mi cabeza como si de un diabólico e infinito eco se tratase: “Yo también Ana...”, “no entiendo como Juan te dejó escapar...”, “Te dije que podríamos pasar parte del mes de agosto juntos...” “Un beso...”, “Un beso...”, “Un beso...”, “Un beso...”, “Un beso...”. ¿Cómo había podido hacerme algo así mi propio hermano?

    Durante toda la mañana estuve prácticamente ausente de las explicaciones del nuevo mentor que me habían asignado. Ni si quiera quise salir a comer, no tenía hambre. A media tarde me encontré a mi padre.

    - Hola Juan, ¿cómo va todo?

    - Bien, más o menos bien... –dije casi sin ganas.

    - ¿Sucede algo? –Dijo mi padre al verme tan decaído.

    - Carlos... –murmuré.

    - ¿Qué pasa con Carlos?

    - Hemos discutido...

    - ¿Discutido? ¿Por qué?

    - Lo siento... –fue lo último que dije antes de salir corriendo hacia el baño

    Tuve el tiempo justo para llegar hasta un compartimiento del baño, levantar la tapa del retrete y vomitar.

    Me sentía realmente mareado. Salí del váter y me detuve frente al espejo. Me aflojé la corbata de mi traje Hugo Boss y me mojé las manos y el cuello. Estaba pálido. Una oleada de asco me sacudía. Asco por mi actitud, asco por la actitud de Carlos, asco por todo lo que había pasado. Jamás pensé que una mentira me produciría tanto asco. Me sentía engañado.

    Consciente de que en aquella situación no iba a ser capaz de retener ningún tipo de información, decidí tomarme el resto de la tarde libre. Por una salida de tono así me hubiesen despedido de cualquier otro bufete, pero Ricardo era mi padre y Ricardo era uno de los socios fundadores.

    Salí caminando del bufete, necesitaba tomar el aire. Crucé la Diagonal y caminé en dirección al campus de la UPC. Poco a poco sentí que empezaba a serenarme y la sensación de angustia fue desapareciendo.

    Caminaba tan absorto en mis pensamientos que ni siquiera me di cuenta de que empecé a cruzar la calle cuando el semáforo para los peatones se puso rojo. El claxon de un coche que tuvo que detenerse bruscamente al toparse conmigo me devolvió a la realidad.

    - ¡Juan! –gritó una voz.

    Me giré hacia el coche del que provenía aquel grito, era un BMW Z4 gris oscuro. Cuando mi vista enfocó la imagen, pude ver que la autora de la llamada era una vieja conocida... era Ruth.

    - Hola –dije mientras me acercaba al coche.

    - Hola Juan, cuanto tiempo...

    Ruth se había detenido en un lateral de la calle y su coche impedía la circulación de los que venían detrás. El sonido de las bocinas impacientes no se hizo esperar.

    - No puedo pararme aquí...

    - Bien, ya nos veremos Ruth.

    - Si no tienes nada que hacer sube por favor, me gustaría hablar un segundo contigo...

    Ruth estiró su brazo y abrió la puerta del acompañante. Su sonrisa fue el argumento que terminó de decidirme, la misma sonrisa que mi mente retuvo de la noche de nuestro trío con Toni. Cuánto tiempo hacía ya de eso...

    Subí al coche y Ruth arrancó. Giró a la derecha y se detuvo en una zona de carga y descarga de una calle poco concurrida.

    - Será sólo un momento... –dijo Ruth tras detener el BMW-. Verás, quería agradecerte todo lo que hiciste por Jesús y por mí, y quería disculparme en mi nombre y en el suyo por haber estado tanto tiempo sin dar señales de vida.

    - Estoy harto de tanta disculpa. Después de que todos me dieseis la espalda por mi ruptura con Ana, lo mejor que podéis hacer ahora es olvidaros de mí.

    - No quiero olvidarme de ti Juan, ni Jesús no yo queremos perderte como amigo. Y no voy a justificarme por darle mi apoyo a Ana, hice lo que me pareció más oportuno en aquel momento. Pero no ha sido la única razón por la que no nos hemos visto en todo este tiempo. También han estado los exámenes finales por medio. Jesús llevaba semanas repitiéndole que debíamos arreglar las cosas contigo, pero te juro que no hemos tenido ni un respiro durante estas últimas semanas.

    - No me interesa la amistad de alguien que me ha fallado tanto...

    - Me pongo en tu lugar y te entiendo Juan, sé que para ti también debe haber sido difícil, pero sólo te pido que nos des una oportunidad...

    - Y si tantas ganas teníais de arreglar las cosas ¿por qué no vinisteis a la fiesta que dimos en mi nueva casa?

    - Carlos nos invitó pero no nos pareció lo mejor, para entonces nuestra relación con Pedro, Raquel, Ana, Emma y Carlos no pasaba por un buen momento...

    - ¿No pasaba por un buen momento?

    - No, Pedro, Raquel y Emma daban su apoyo a la relación de Ana con tu hermano, pero a Jesús y a mí nos pareció que aquella situación era realmente injusta contigo y decidimos no tomar parte en todo aquello...

    - ¿Sabíais que Carlos y Ana salían juntos? –La rabia volvió a encenderme.

    - Sabíamos que Carlos se había colgado de Ana, todos los sabían...

    - Todos no, yo no lo sabía –dije con un hilo de voz.

    - Supongo que Carlos trató de aplazar el momento, quizás para que el tiempo sacase a Ana de tu vida o quizás para estar seguro de lo que sentía por ella.

    - ¿Y por qué nadie me dijo nada? –Pregunté intentando controlar mi furia.

    - Porque era algo demasiado importante para que los demás tomásemos cartas en el asunto. Pero supongo que Carlos acabó contándotelo...

    - No, no lo hizo, me enteré ayer por accidente...

    - Vaya, lo siento... –dijo Ruth con cara de “acabo de meter la pata”.

    - Odio a mi hermano.

    - Juan, estoy convencida de que Carlos ha hecho lo imposible por no enamorarse de Ana, pero los sentimientos son incontrolables. Además, Ana ya no forma parte de tu vida...

    - Se aprovechó de mi desgracia y me mintió...

    - Se enamoró de Ana y trató de no hacerte daño, pero al final supongo que las cosas escaparon de su control. No le guardes rencor, desde que os conozco, siempre he visto a Carlos darlo todo por ti.

    - Ayer nos peleamos, le dije que para mí estaba muerto... –dije avergonzado.

    - Habla con él, estoy segura de que Carlos nunca ha querido hacerte daño. Intenta ponerte en su lugar, lo ha pasado muy mal desde que Sara le dejó...

    - ¿Fue Ana quién te contó que estaba enamorada de Carlos?

    - No, fue tu hermano el que nos lo dijo a Jesús y a mí. Ya sabes que desde que nos conocemos los del grupo, tu hermano ha sido uno más, por eso valoramos su confianza. Por nuestra parte le dijimos que debía hablar contigo.

    - Bien... –dije yo sin más.

    - Bueno Juan, ahora tengo que irme, me están esperando. ¿Quieres que te lleve a algún sitio?

    - No gracias, tengo el coche en un parking aquí cerca... –dije mientras abría la puerta.

    - ¡Ah! Se me olvidaba... –añadió Ruth cuando yo ya había salido del coche.

    - Dime...

    - Me preguntaba si querías venirte de vacaciones este mes de agosto a París...

    - ¿A París?

    - Sí, Jesús y yo nos vamos a pasar unos días a la casa de mis abuelos, ellos vienen a pasar el verano a la Costa Brava y dejan su casa libre.

    - ¿Jesús, tú y yo?

    - No, también hemos invitado a Jordi y a Toni, aunque nos lo tienen que confirmar, además, tú puedes traer a quien quieras.

    - Bien Ruth, no es mala idea, pero déjame que lo piense... han pasado tantas cosas en estos últimos meses que prefiero no precipitarme en mis decisiones.

    - Bien Juan, esperaré tu llamada. Cuídate y créeme, siento todo lo que ha pasado.

    - Cuídate Ruth.

    Tras despedirnos, Ruth arrancó y salió a toda velocidad.

    Nuestra conversación me había hecho reflexionar sobre la actitud de Carlos. ¿No había maldad en lo que había hecho? Quizás no, seguramente no... pero el daño era el mismo.

    Continué caminando sin dejar de pensar en todo aquello. Cuando quise darme cuenta, estaba en Sarriá. A unos doscientos metros de mí se levantaba el edificio donde vivía David. Me acerqué a la valla de la propiedad. Justo detrás de mí escuché el sonido del motor de un coche que se detuvo a pocos metros. Mi giré y le vi.

    - Sube.

    Subí al coche y cruzamos la puerta de la propiedad. David dejó el Mercedes en el parking y subimos en el ascensor hasta su casa. Durante ese tiempo no cruzamos una sola palabra.

    -¿Qué hacías en la puerta de mi casa? –Interrogó David.

    - Pasaba por aquí... –dije yo con total sinceridad.

    - Claro, vives en el Eixample y paseas por Sarriá...

    - Trabajo cerca de aquí, me encontraba mal y he salido a dar una vuelta para tomar el aire –me justifiqué yo.

    - No me cuentes películas Juan... últimamente tengo la impresión que nos encontramos en todas partes...

    - Te estoy diciendo la verdad -musité con un hilo de voz.

    - ¿Qué te pasa? -Preguntó David.

    - Nada... no debí haber venido hasta aquí –mientras esas palabras salían casi sin fuerza de mi boca, hice un esfuerzo por contener las lágrimas de nuevo.

    - Juan, ¿qué te pasa?

    - Me he peleado con mi hermano... –no pude terminar la frase.

    David me rodeó con sus brazos. Aquel cálido y reconfortante abrazo era exactamente lo que necesitaba en aquel momento. Volví a sentirme bien junto a él, volví a sentir que necesitaba tenerle cerca. Nos besamos.

    Aún no sé exactamente como acabamos desnudos en su cama, aunque posiblemente sus besos y sus caricias me habían arrastrado hasta allí. Aún no sé porqué nos revolvimos entre abrazos y caricias desesperados. Aún no sé porqué cuando David se colocó un preservativo y me pidió que me colocará sobre él, lo hice. Aún no sé porque conduje su polla dura hasta la entrada de mi virgen agujero y dejé que empezara a penetrar en él.

    No sé porqué me relajé y empecé a disfrutar sintiendo como su polla se introducía poco a poco en mi apretado esfínter. No sé porque empecé a pedirle que me follara... no sé porque me moví sobre David frenéticamente mientras él me masturbaba, acabando los dos en medio de un brutal orgasmo. No sé que me llevó a hacerlo, lo único que sé es que aquella fue la primera vez que hice el amor con un hombre.

    Terminamos exhaustos, con las sábanas revueltas y mojadas por el sudor. Nos estiramos el uno al lado de otro.

    - Gracias... –dije- necesitaba estar contigo...

    David no contestó. Sus dedos acariciaron ligeramente mi brazo. El contacto fue extremadamente suave. El roce de sus dedos temblorosos me dejó sin habla.

    - Vete...

    - ¿Cómo? –Pregunté perplejo.

    - Vete por favor... –susurró David.

    - ¿Por qué? ¿No estás bien conmigo?

    - Vete...

    - ¿Por qué?

    - Estoy esperando una visita... un chico, otro chico...

    Me incorporé y le miré. David cubrió sus ojos con sus manos.

    - No es cierto... –dije yo casi sin voz.

    - Se llama Héctor, es modelo... hemos quedado para follar. No esperaba verte hoy...

    Me levanté en silencio y empecé a vestirme. Aquélla tarde hubiese apostado mi vida a que David se inventó aquella cita. ¿David se estaba enamorando? Sí, David, se estaba enamorando... y yo de él. Aquella excusa fue una salida hacia delante, una huída en toda regla.

    Tras regresar al bufete para recoger mi coche, volví a casa. Nada más entrar fui directo a mi habitación, cerré la puerta y me estiré en la cama. Con la cara hundida en los almohadones volví a sentir como brotaban mis lágrimas. Mis sollozos se oían en el silencio del piso.

    Cuando la puerta de mi habitación se abrió y Carlos entró, no oí nada. Fue la intensidad de su abrazo lo que me hizo tomar conciencia de que mi hermano estaba allí.

    - No quiero llorar... –dije avergonzado mientras me incorporaba y abrazaba a mi hermano.

    - Llorar es a veces la única manera para sentirse mejor...

    - Llorar te hace débil ante los demás...

    - Todos tenemos alguna debilidad. Si lloras por mi culpa, si estás así por lo que te he hecho, créeme que lo siento...

    Le abracé con más fuerza.

    - Me ha jodido la vida... –susurré entre sollozos.

    Necesitaba repetirme a mí mismo que David me había jodido, aquella era la única forma de lograr que empezase a salir de mi vida. En aquel momento poco me importó que Carlos me oyese balbucear aquellas palabras, sentí que nunca había estado tan cerca de él como en aquel abrazo.

    - Abrázame... –susurré.



    Continuará...

     
  •  

    CAPÍTULO 44.- LUEGO SI QUIERES COMPARAMOS...


    Días después de que las cosas con David empezasen a torcerse y mi hermano me viese en aquel estado, logré serenarme. Carlos no insistió para que me sincerase con él, supongo que intuyó que era algo realmente importante para mí y prefería no hablar de ello con nadie.

    Durante días me repetí a mí mismo que pretender que entre David y yo hubiese algo más que una relación sexual esporádica era una locura. Mi lado racional me repetía que por más que me jodiese en aquel momento, David había tomado la mejor decisión. Mantener una relación con él a estas alturas de mi vida hubiese sido algo imposible. Pero mi lado emocional aún me revolvía el estómago al pensar que no volvería a ver aquellos ojos y aquella sonrisa, que no volvería a sentir su cuerpo... que ni siquiera volvería a escuchar su voz.

    Era obvio que David había tomado la decisión más sencilla, la de echarme de su vida. Era obvio que terminar con aquellos tormentosos e incipientes sentimientos era lo mejor para los dos. Pero aún sabiendo todo eso, me jodió que adoptara esa actitud para acabar con lo nuestro, si es que algún día hubo algo llamado “lo nuestro”. Pero estaba claro que David había utilizado un recurso fácil, adoptar una actitud realmente negativa y despreciable que provocase un rechazo en mí. Pero no funcionó, David no fue capaz de despertar mi rechazo. Mintió diciéndome que había quedado con otro. Ni si quiera fue capaz de mirarme con sus impenetrables ojos negros, aquella vez tuvo que ocultar su mirada para exigirme que saliese de su casa... de su vida.

    Por suerte, a lo largo de los días mi lado racional acabó imponiéndose al emocional y empecé a ver las cosas por el lado positivo. David empezaba a salir de mi vida y con él o sin él, me queda mucho por vivir.

    Aunque después de que Carlos me prestará su apoyo aquella tarde, volvimos a hablarnos con cierta normalidad, me repetí que debía hablar con él y disculparme por la discusión sobre Ana. Pero tuvieron que pasar algunos días más para que Carlos y yo tuviésemos la conversación que estaba esperando. Fue en casa de Rosa, cuando nos invitó a comer diciéndonos que necesitaba hablar con nosotros.

    El sábado al mediodía, cuando Carlos volvió del club de natación, salimos en mi coche hacia casa de Rosa. Por el camino fuimos escuchando una maqueta del grupo de un amigo de mi hermano, Candymen.

    Cuando llegamos a casa de mi madre, ella no había llegado aún de la inmobiliaria. Me senté en el sofá, estaba destrozado después de mi primera semana en el bufete. Carlos fue hasta la cocina y volvió con dos vasos de leche.

    - Carlos, creo que te mereces una disculpa por todo lo que te dije...

    - Tranquilo, los dos estábamos demasiado nerviosos y dijimos cosas que no queríamos decir –respondió Carlos mientras me tendía el vaso.

    - No, no... quiero disculparme. Te acusé de haberte aprovechado de mi ruptura con Ana, de haberte fijado en ella para hacerme daño y de haberme mentido, incluso te pedí que la dejases... me comporté como un estúpido.

    - Juan, nada de eso... la culpa fue mía. Fui un imbécil al no decirte que Ana me interesaba y al aplazar mi decisión durante tanto tiempo.

    - Cierto, me hubiese gustado que me lo contases tú mismo, pero eso no justifica la forma en que me comporté.

    - Bien, no hay duda de que los dos la hemos cagado bastante en este tema...

    - Vaya par de idiotas que estamos hechos... jejeje –bromeé yo.

    - Jejeje... debe ser la genética.

    - Y bien, cuéntame qué tal con ella...

    - Pues nos estamos conociendo, ni si quiera salimos... pero como ya te dije en nuestra accidentada conversación, creo que siento algo especial por ella. La verdad es que cuando corté con Sara y Ana cortó contigo, nos ayudamos mutuamente... fue un momento difícil.

    - Entiendo... y a pesar de que sé que debo aceptarlo, no puedo negarte que se me revuelve el estómago cuando pienso que Ana y tú podéis ser algo más que amigos...

    - Te entiendo Juan, para mí tampoco es fácil, no sólo en este tema, sino también en el de Sara y Ricardo. Que tu novia se enamore de tu padre y tengas que soportar su insultante felicidad no es fácil...

    - Bien, pues entonces ya sabes como me siento. Supongo que necesito tiempo para asimilar la noticia...

    - Yo también he preferido tomarme con calma mi relación con Ana. Nos estamos conociendo...

    - Bueno pues me alegro por ti, de verdad... con todo lo que haces por los demás, te mereces ser feliz, sin duda –respondí.

    - Todos nos merecemos ser felices, y creo que es lo que intentamos...

    - Cierto. Y en la búsqueda de esa felicidad, ahora que vuelves a tener a alguien en tu vida, la sequía sexual de la que me hablaste ya deber ser historia...

    - Uffffff...

    - Jejejeje... ¿qué? –Pregunté con una sonrisa.

    - En absoluto tío, no es un tema resuelto aún. Como te dije, entre Ana y yo no ha habido nada serio, y mucho menos sexo...

    - ¿Me estás diciendo que llevas varios meses sin tener sexo? –Pregunté sorprendido.

    - Sí, eso es lo que te estoy diciendo...

    - Pues vaya, la debes tener contenta...

    - ¿A quién?

    - Pues a tu amiga... –respondí mientras señalaba su entrepierna.

    - Jajajaja... mi amiga hace siglos que no conoce otra compañía que mi mano derecha...

    - Jejejeje... ¿y no se aburre?

    - Bueno, ahora estoy empezando a practicar con la izquierda... jejejeje.

    - Jajajajaja... no sé si notará el cambio... –dije yo entre risas.

    - Que va... ¡si es que estoy tan salido que me rozo con una jubilada en el metro y se me pone dura!

    - Jejejeje... tu amiga no entiende de esas cosas.

    - Mi polla últimamente sólo entiende un lenguaje... el lenguaje de la necesidad...

    - Jejeje... –sonreí.

    ¿Polla? ¿Mi hermano había dicho “mi polla”? Sin lugar a dudas la conversación estaba tomando un camino algo delicado... el sexo.

    - No, en serio... tú no sabes lo que daría por notar una boca en mi polla o volver a meterla. Con lo bien que me la comía Sara... bueno, creo que tú fuiste partícipe de una de aquellas mamadas... –dijo Carlos guiñándome el ojo.

    - ¡Ah! Pues casi no lo recordaba –mentí yo.

    - Ves, ahora me viene a la cabeza tu comentario del otro día en la playa, acerca de que me faltaba material para llenar tu bañador... pues creo que aquel día pudiste ver el material que uso para rellenar bañadores ¿aún tienes dudas?

    - Jajajaja... que memoria tío. Pero si no vi casi nada... –dije con cierto nerviosismo.

    - ¿No me viste la polla? –Preguntó Carlos adoptando una pose de cierta seriedad.

    - Bueno, algo vi... pero no sé, no recuerdo demasiados detalles de aquel día, iba pensado en mis cosas cuando entré en casa y os vi... –volví a mentir.

    - Vaya... –dijo Carlos con un tono en el que me pareció captar una leve decepción-. Pues no sé, creo que para ser hermanos tenemos poca confianza... desde pequeños no nos hemos visto en bolas... no sé ni como la tienes de grande...

    Joder con Carlos... la conversación no sólo me estaba poniendo nervioso, si no que además me la estaba poniendo dura. Si Carlos estuviese hablando con alguien con una mente menos desordenada que yo, quizás sus palabras no hubiesen dado lugar a malos entendidos, pero Carlos estaba hablando conmigo, y a mí todo aquello me sonaba demasiado fuerte. Intenté continuar con cierta dosis de humor...

    - Bueno, eso tiene solución, trae una cinta métrica y me la mides... jejejeje.

    - ¡A que no hay huevos a dejar que te la mida! –Me provocó mi hermano.

    Diosssssss... ¡que había dicho! ¿¿Qué había hecho?? Demasiado tarde para cortarme ahora...

    - Ya tardas chaval... a ver esa cinta... –dije yo entre risas, esperando a que Carlos se cortase.

    - Voy... –dijo mientras se levantaba y salía del comedor.

    Joder, joder... la situación iba a ser de lo más embarazosa. ¡Si Carlos seguía con la provocación me iba a tener que desnudar y enseñarle la polla para que me la midiese con una cinta métrica! Bueno, por lo menos si me la medía se la iba a encontrar en toda su plenitud... que desastre.

    - Ya estoy aquí –dijo Carlos entrando de nuevo en el comedor con una cinta de costura en la mano-. Joder, con sólo hablar de sexo se me pone la polla dura –dijo mientras se detenía a unos pasos del sofá donde estaba yo y se sujetaba su abultado paquete con la mano.

    - Ya veo... –dije yo con la voz temblorosa, aquello se estaba escapando de mi control.

    - Va, sácate la polla y la medimos...

    - No sé... –dudé yo.

    - Tío que soy tu hermano, estamos en confianza, no sé... me hace gracia ver como la tiene mi hermano. Luego si quieres comparamos...

    Aquella frase me pareció tan cargada de una inocencia fingida, que actuó como detonante. Sin dudarlo más me levanté de un salto del sofá y quedándome a unos pasos de Carlos, empecé a desbrocharme los pantalones vaqueros.

    - Joder, se te marca una buena polla ¿la tienes dura? –dijo Carlos cuando me bajé los pantalones quedándome únicamente con unos boxers azules ajustados.

    - ¿Tú que crees? –dije mientras deslizaba mis dedos por encima de la tela del boxer recorriendo la forma que dibujaba mi polla empalmada.

    Oímos el ruido de unas llaves girando en la cerradura. Los tres o cuatros segundos que Rosa tardó en abrir la puerta del adosado fueron suficientes para subirme de un tirón los pantalones y, sin ni si quiera abrochármelos, sentarme en el sofá y taparme con un cojín.

    Carlos se guardó la cinta métrica en el bolsillo y fue hacia el recibidor a saludar a Rosa. Cuando mi madre entró en el salón me miró extrañada.

    - Que manía tienes de abrazar los cojines cuanto te sientas en el sofá... con el calor que hace...

    - Estoy falto de cariño... –bromeé yo.

    Ufff... me alegré en cierta medida de que mi madre hubiese llegado antes de que Carlos empezase a tomar medidas de mi polla. Quién sabe que hubiese pasado si veo a mi hermano tocándome la polla para medirla. Maldita testosterona.

    - Supongo que os preguntaréis porque os he pedido que vinieseis –soltó mi madre.

    - Pues un poco sí... –dijo Carlos con una sonrisa.

    - Bien, quiero presentaros a alguien, esta vez voy a hacer las cosas bien.

    - ¿A alguien? -Pregunté yo sorprendido.

    - Sí, a un amigo muy especial. No quiero que pase algo parecido a lo que sucedió con Fran, así que me gustaría que le conocieseis.

    - ¿Y de qué le conoces? -Preguntó Carlos.

    - Pues me lo presentó Carmen. Se llama Eduard, tiene 42 años y es periodista freelance. Vendrán él y su hijo Mario a comer hoy.

    - ¿Divorciado? –Interrogué.

    - Eso es... ¿alguna objeción?

    - Espera a que le vea... –dije yo con ironía.

    - Os pido que seáis amables...

    - Tranquila Rosa, lo seremos... –respondió Carlos.

    Cuando el timbre sonó, Rosa se lanzó hacia la puerta. Tras ella, un hombre de unos 180 cm, moreno, con una incipiente barba, de espalda ancha, brazos y piernas robustos y bastante atractivo de cara. No era un súper cachas como Fran, pero tenía un aspecto entre viril y silvestre que me llamó bastante la atención. A su lado un chico de unos 14 años, delgado, algo más bajo que su padre, castaño y con los ojos marrones.

    Tras las presentaciones de rigor, ayudamos a Rosa a poner la mesa y a terminar de preparar la comida, y nos sentamos a comer.

    Lo cierto es que durante el almuerzo Eduard se mostró de lo más atento con Rosa, fue amable y destiló un sentido del humor que conectó con todos, aunque yo personalmente seguía teniendo mis reservas. Eduard nos habló de sus corresponsalías durante la guerra del Golfo, el conflicto en los Balcanes o la guerra de Afganistán.

    Rosa aclaró que Carmen los había presentado en una cena entre amigos, porque le había hablado de Rosa a Eduard y él tuvo mucho interés en conocerla. Eduard se había divorciado hacía poco más de dos años.

    Todo iba francamente bien hasta que, después de comer, Carlos propuso irnos a dar un baño en la piscina comunitaria. A Eduard y Mario les pareció buena idea, así que Carlos acompañó a Mario a su habitación para ponerse el bañador.

    Cuando Rosa, Eduard y yo terminamos de recoger la mesa, mi madre me pidió que acompañara a Eduard a mi antigua habitación para que pudiese cambiarse, así que no me tocó mas remedio que acompañarle.

    - Bien, puedes cambiarte aquí –dije yo mientras le abría la puerta de mi cuarto.

    - ¿Y tú? ¿No vas a cambiarte?

    - Sí, debo tener algún bañador en el armario... pero esperaré.

    - Por mí puedes entrar...

    Joder... ¿dos situaciones de tensión sexual en un mismo día? Eso era demasiado para mí... ¡ni en las películas porno de Falcon Studios se lo ponen tan a huevo al protagonista!

    Y entré, claro... y pasó lo que tuvo que pasar y nada más. Pasó que Eduard se quitó la camisa dejando a la vista un pectoral más definido de lo que había imaginado. Luego se quitó los pantalones y aparecieron unos boxers anchos de algodón, bueno, algún defecto tenía que tener aquel ejemplar de Tarzán. Eduard estaba justo delante de mí, así que cuando su polla quedó al descubierto, mis ojos captaron la imagen como si de una Polaroid se tratase. En estado de reposo se veía una buena polla, con el capullo cubierto pero asomando ligeramente. Me pregunté si Rosa ya habría probado aquel pollón.

    De pronto levanté mi vista de su entrepierna y me encontré con los ojos de Eduard. Debía haber reparado en mi interés por su herramienta, sin más me sonrió. No dijo nada. Una vez en bañador, nos reunimos en la piscina con Mario, Rosa y Carlos.

    La tarde fue realmente entretenida. Mario, que al principio parecía un chico excesivamente tímido, fue soltándose poco a poco, especialmente con Carlos, y los dos se pasaron la tarde jugando en la piscina.

    Cuando fueron casi las 7 de la tarde, Carlos y yo nos despedimos del resto porque él tenía una cena con sus amigos. Antes de irme, me acerqué a Rosa y le susurré al oído:

    - Esta vez has elegido mucho mejor... -mi madre no contestó, sonrió y me plantó un beso en la mejilla.

    De nuevo en el coche, Carlos suspiró y me dijo:

    - No hay nada como un almuerzo en familia para pasar un buen día.

    - Sin duda, no hay nada como una buena comida familiar...




    Continuará...

     
  •  

    CAPÍTULO 45.- TODO LLEGA...



    En la recta final del mes de julio, a pocas horas de mi merecido descanso, seguía sin saber que iba a hacer. Lo cierto es que después de un fin de semana realmente aburrido dedicado casi exclusivamente a poner en orden, junto a Carlos y a Sergio, la leonera en que se había convertido nuestra casa, no había tenido demasiado tiempo para solucionar el problema.

    A media semana me propuse darle una respuesta a Ruth sobre su invitación para pasar parte del mes de agosto en París. Cuando llegué al despacho, la llamé para invitarla a ella y a Jesús a cenar en un restaurante del centro esa misma noche y así poder discutir el tema del viaje. Cuando Ruth aceptó la invitación, llamé a Natalia y la invité a la cena. Preferí no decirle nada del viaje por teléfono y sorprenderla más tarde. No estaba seguro de que Natalia fuese a aceptar mi invitación, pero por mi parte pensaba que unos días con ella, lejos de todos nuestros problemas, nos podrían venir bien.

    El plan de acogida había ido realmente bien, y ahora que estaba a punto de finalizar, Ricardo me pidió que nos reuniésemos en su despacho justo antes del almuerzo.

    - ¿Qué querías? –interrogué yo nada más entrar a su despacho.

    - Pues saber qué tal ha ido todo... –respondió mientras me indicaba que tomase asiento.

    - Bien, bien... todos han sido muy amables conmigo, aunque lo cierto es que estoy deseando empezar...

    - Perfecto... –dijo mi padre con una sonrisa-. El mentor que te asignamos me ha dado unos informes excelentes sobre ti. Por lo de empezar a ejercer no te preocupes, cuando volvamos de las vacaciones de agosto, empezarás a trabajar de verdad.

    - ¿Volvamos? ¿Tú también te vas?

    - Sí... creía que te lo había comentado. Sara y yo nos vamos a las Seychelles. Aunque me han dicho que es un destino algo trillado, a Sara le entusiasma la idea de visitar las Islas Seychelles.

    - Cierto, algo me habías dicho... ¿y quién se quedará al mando?

    - Pues algunos de los otros socios, entre ellos Roberto. La firma está arrancando y no es cuestión de que nos vayamos todos.

    - Pues vaya, vas a cargarte las vacaciones de Ángel... –dije yo con resignación.

    - Supongo que lo dices porque ya sabes que Roberto y Ángel son pareja.

    - Eso es...

    - Bueno, pues que le vamos a hacer, la próxima ocasión me tocará a mí sacrificarme. Por cierto, ¿qué tal te llevas con Ángel?

    - Bien, muy bien... es un chico muy trabajador y nos hemos ayudado mucho.

    - Me alegro de que tu opinión sobre los gays haya cambiado tanto desde la última vez que hablamos del tema.

    - Mi vida ha cambiado mucho desde entonces... –dije sin más.

    - ¿Y eso? –Preguntó mi padre sorprendido.

    - Pues me refiero a que algunas veces la vida te enseña a ver las cosas de otra forma –aclaré.

    - Dicen que de todo se aprende ¿no? Incluso de los errores... pero tu no habrás cometido ningún error ¿verdad?

    No me gustó aquella pregunta, además de inoportuna, era realmente malintencionada.

    - ¿Un error? –Pregunté yo sin dar crédito a su pregunta.

    - Sí, me refiero a que si te ha sucedido algo que ha hecho cambiar tu opinión respecto a la homosexualidad...

    Mi espectacular bronceado veraniego se convirtió por unos instantes en un blanco de rigor mortis. Me jodió la pregunta de Ricardo, no sólo por lo que tenía de íntima, si no porque venía de alguien que se enorgullecía de tener amigos homosexuales. ¿Error? Me hubiese gustado soltarle a mi padre que si por error se refería a follarse a un tío, yo había cometido muchos errores, y lo que era más importante, empezaba a no arrepentirme de ellos.

    - No, claro que no... –mentí yo.

    - Juan... –dijo mi padre cuando abrí la puerta de su despacho.

    - ¿Qué?

    - Recuerda que mañana empiezan tus vacaciones.

    Salí de su despacho con el corazón en la garganta. ¿A qué había venido aquello? Era obvio que Ricardo sabía de mi ruptura con Ana, pero además de eso, no creo que supiese nada más, a no ser que... Carlos le hubiese contado durante su encuentro detalles de mi extraño comportamiento. ¡Qué les jodan! ¡Qué les jodan a todos! A pocas horas de mis vacaciones, no iba a dejar que nada me las estropease.

    Aproveché la hora del almuerzo para despedirme de Ángel y desearle unas buenas vacaciones. Aún sin Roberto, iba a irse unos días a Disneyland París con un amigo. ¿Estaría a salvo su fidelidad?

    Por la tarde, después de entregarle a Valeria la jurisprudencia sobre delitos de estupro que me habían encargado desde el departamento de Penal, recogí mis cosas de la improvisada mesa-despacho que me habían asignado, y salí del bufete.

    Llegué a mi casa con tiempo para ducharme y vestirme. Carlos no había llegado aún, y Sergio ya se había ido a Madrid de vacaciones. ¡De vacaciones a Madrid en agosto! Bueno, según él, iba a ver a sus abuelos, pero yo creo que realmente iba a visitar la tumba de su ídolo... Franco.

    Recogí a Natalia y llegamos al restaurante siete minutos antes de la hora acordada, empezaba a tener puntualidad de abogado. Ruth y Jesús llegaron casi al mismo tiempo.

    - Juan, tío... me alegro de volver a verte –dijo Jesús mientras me daba un abrazo.

    - Yo también... mmmm... ¿perdona cómo te llamabas? –Bromeé yo.

    - Jejejeje... cabrón.

    - Bueno, chicos, os presento... ella es Natalia, una amiga muy especial. Natalia, ellos son mis amigos Ruth y Jesús.

    Besos de rigor, miraditas de curiosidad y alguna sonrisa forzada. Nos sentamos a la mesa y pedimos la carta.

    - Bien, ¿has decidido algo sobre mi propuesta? –Interrogó Ruth.

    - Todavía no, por eso he invitado a Natalia esta noche.

    - ¿Por qué? –Preguntó ella sorprendida.

    - Verás, Ruth y Jesús me propusieron irme a pasar unos días a casa de los abuelos de Ruth a París, y me preguntaba si querías venirte con nosotros.

    - Saldremos mañana por la tarde, si os decidís seguro que aún podemos encontrar algún vuelo. De eso me ocupo yo –añadió Ruth.

    Natalia me miró con cara de “¡y me lo dices ahora!”.

    - Bueno... yo... no sé, con tan poco tiempo para preparar las cosas...

    - Yo no tengo nada listo aún, pero tienes toda la mañana... –dije yo con una sonrisa.

    - Va anímate mujer, los abuelos de Ruth se vienen a la Costa Brava y nos dejan un ático fantástico en el centro de París... –añadió Jesús.

    - Lo siento pero no puedo... –Natalia se puso muy seria, parecía que la situación le incomodaba.

    - Natalia, por favor, nos vendría bien estar juntos unos días, lejos de todo esto...

    Me miró con frialdad y mientras se levantaba de la mesa dijo:

    - Si me disculpáis...

    - ¡Natalia!

    Me levanté y la seguí hasta el hall del restaurante.

    - ¿Qué te pasa?

    - ¡Joder Juan! ¿Pero tú te crees que es normal que me sueltes lo del viaje el último día, y encima delante de tus amigos?

    - Natalia, no empecemos, no he tenido tiempo de consultártelo desde que me lo dijo Ruth hace uno días. Pero si quieres venir, aún estás a tiempo...

    - No, no hay tiempo. Debería hablarlo con mis padres, pedirles dinero, y aún quedaría Rafa y su rehabilitación. Me comprometí a ayudarles...

    - Yo puedo hablar con tus padres, el dinero no es problema y por lo de Rafa, seguro que pueden arreglárselas durante unos días...

    - No, no...

    - Natalia, me encantaría pasar un tiempo a solas los dos, en un ambiente propicio para lo nuestro. Necesitamos darnos una oportunidad.

    - Mi familia es lo más importante en este momento, Juan. Si quieres estar conmigo estas vacaciones, no te vayas a Francia con tus amigos.

    - Quiero unas vacaciones de verdad...

    - Tú siempre has estado acostumbrado a las cosas “de verdad” –dijo lanzándome una mirada de desprecio- pero así no se hacen las cosas, Juan.

    - Natalia, quiero que vengas conmigo... –dije yo sin estar demasiado seguro de mis palabras.

    - Buenas noches, Juan –respondió mientras caminaba hacia la salida del local.

    - Si sales por esa puerta, no habrá más oportunidades –Natalia me miró con una fingida indiferencia y sin responderme salió del restaurante.

    Cuando la puerta del local se cerró tras ella, algo me dijo que aquello no iba a terminar así.

    - ¿Y Natalia? –Preguntó Ruth cuando volví a la mesa.

    - Chicos, me temo que sólo iré yo a París...

    - Quizás deberías haber hablado con ella antes –murmuró Jesús.

    - Quizás, pero con Natalia nunca acierto, si la sorprendo me dice que debería haberla avisado, si lo tengo todo previsto me dice que no improviso, si tengo ganas de estar con ella, sospecha, si paso de ella, se enfada...

    - Mujeres... –soltó Jesús con una irónica sonrisa.

    - Hombres... –respondió Ruth mirándole con una mirada amorosamente aniquiladora.

    - Al menos Jordi y Toni sí vendrán ¿no? –Interrogué yo pensando que aún podía salvar mis vacaciones.

    - Pues Jordi ya nos ha dicho que sí, pero Toni no vendrá, ya tenía planes para irse a Ibiza con un amigo suyo –respondió Ruth.

    - ¿Un amigo? –pregunté sin poder evitarlo.

    - Sí, no sé nada más... –respondió Ruth con una mirada cómplice.

    Cenamos mientras nos poníamos al día de todo lo que habíamos hecho en esos últimos meses. Lo cierto es que recuperamos el buen rollo con cierta facilidad.

    Cuando terminamos de cenar, acordamos que Ruth me llamaría al día siguiente para confirmarme si había podido encontrar plaza en su mismo vuelo.

    De camino de vuelta a casa, no pude dejar de pensar en las vacaciones de Toni con ese amigo suyo en Ibiza. Me había jodido la noticia. Toni no era nada mío, eso estaba claro, pero aún así, me había encendido saber que había preferido irse con un amigo a Ibiza que venir a París conmigo. Cuando subía por las escaleras, sonó mi teléfono móvil. Era David.

    - ¿Qué quieres?

    - Hola Juan, antes de nada déjame que me disculpe por mi comportamiento del último día...

    - ¿Qué quieres? –Repetí con brusquedad.

    - Pues había pensado que, como Mónica se ha ido a Madrid, pues podríamos vernos... -su aparente cambio de actitud me hizo dudar. Estaba a punto de ceder.

    - ¿Vernos para qué?

    - Para follar, estoy con un amigo, Héctor, creo que ya te hablé de él... ¿te gustaría comerte dos pollas a la vez?

    - ¿Quieres hacer un trío?

    - Sí, me encantaría...

    - Pues entonces coge el coche y vete a una granja de cerdos, así tendréis el tercero.

    - Intuyo que eso es un No...

    - Que te jodan David.

    Y colgué. La rabia me encendió por dentro. Esta vez, David sí había logrado desconcertarme. O bien se había inventado lo del trío para despertar verdadero rechazo en mí, o bien lo del trío era cierto y David se había fumado lo que sentía por mí. Fuera como fuese, me dije a mí mismo que no iba a desperdiciar un segundo más de mi vida por David, ni si quiera para odiarle. Lo único que podía sentir por él era pena.

    Entré en el piso sin hacer ruido, Carlos podía estar durmiendo. Al cruzar la puerta me pareció ver el reflejo de la luz del televisor en el comedor y me acerqué lentamente. Me asomé cuidadosamente y vi a Carlos sentado en el sofá, de espaldas a la puerta, justo delante del televisor. En la pantalla, un zorrón rubio con tetas de silicona se la comía a un negro con un pollón inmenso. Los ligeros y rítmicos movimientos que hacía Carlos delataban que es lo que tenía entre manos.

    Volví a la entrada sin hacer ruido, abrí la puerta con suavidad y la cerré de golpe.

    - ¿Hola? –grité mientras volvía al comedor.

    Como había previsto, Carlos sólo tuvo tiempo de detener el reproductor de DVD’s y subirse los pantalones.

    - Hola... –repetí cuando lo tuve delante de mí.

    - Perdona, no te había oído... –musitó Carlos con cara de susto. Se le veía nervioso, sudado, con la ropa removida.

    - ¿Qué hacías? –Interrogué yo para hacerle sufrir un poco más, ¿no quería medirme la polla en casa de Rosa? Pues ahora que no se cortase por estar viendo una peli porno.

    - Pues nada... estaba viendo la tele...

    Miré de nuevo a la pantalla del televisor, el mensaje del menú del DVD era lo único que se podía leer: “Presione Play para continuar con la reproducción”.

    - ¿Viendo una película? –dije yo señalado el televisor.

    - ¿Eh? No, no... –respondió mi hermano sin saber que decir.

    - A ver que estabas viendo...

    Esquivé a Carlos y me lancé a por el mando a distancia que estaba sobre el sofá. ¿Dónde sino? Cuando alguien se hace una paja viendo un video, el mando a distancia siempre está muy a mano.

    - ¡Juan no, por favor!

    Demasiado tarde, la rubia tetona volvía a estar comiéndole la polla al negro.

    - Vaya, documentales de National Geographic sobre la procreación de la especie. Muy interesante... jejeje. ¿Y para eso tanto secretismo?

    - Ya, ya... no sé, me ha dado corte... –dijo Carlos visiblemente avergonzado.

    - Tío, que pajas nos las hacemos todos. Bueno yo me voy a mi habitación, te dejo que termines con lo que tenías entre manos... jejeje.

    - ¡No! –soltó Carlos antes de que saliese del comedor.

    - ¿No qué?

    - Quédate y la vemos juntos...

    No tuvo que decírmelo dos veces. Nos sentamos cada uno en un sofá y clavamos la vista en el televisor. Esta vez un revisor de la empresa del gas abusaba sexualmente de una siliconada ama de casa.

    - Joder, como le come la polla ¿no? –murmuró Carlos.

    - Sí...

    - Me encantaría que me comiesen la polla de esa forma...

    - Y a mí... –y a mí comerme esa polla quise decir, aunque no lo dije.

    - ¿Tú te llegas a la polla?

    - ¿Qué si me llego a la polla? –Interrogué perplejo.

    - Sí, quiero decir que si te llegas con la boca a la polla...

    - Pues no, no creo... –dije yo con sinceridad-. ¿Y tú?

    - Pues ahora ya hace tiempo que no lo pruebo, aunque seguramente ya no me llegaría, he perdido flexibilidad con el tiempo...

    - ¿Antes te llegabas? –Pregunté con un hilo de voz.

    - Cuando tenía 14 o 15 años sí...

    - ¿Y te comiste alguna vez a polla?

    - Pues... sólo llegué a rozar el glande de la polla con la lengua.

    - Joder que puntazo ¿no? ¿Y no te dio asco?

    - Que va tío, es mi polla... si me llegase ahora, me la comería sin dudarlo...

    Una voz en mi interior me decía que no hacía falta que Carlos se operarse para quitarse dos costillas y practicase la autofelación... ¡yo podía ayudarle!

    - Joder tío... estoy súper caliente –dijo Carlos posando de nuevo su vista en la peli porno-. ¿Te importa que continúe con la paja que me estaba haciendo?

    - Adelante... –dije yo casi sin voz.

    Se incorporó ligeramente y se bajó de un tirón los pantalones cortos que llevaba. Sentado en el sofá, pude ver como Carlos se quedaba en unos slips blancos de algodón. El bulto que se intuía era muy prometedor. Bajo la tela se marcaban sus grandes huevos y una polla en semierección que apuntaba hacia abajo y levantaba una irresistible carpa en su entrepierna. Cuando Carlos se bajó el slip, la imagen que, desde el día en que me masturbé con su ropa interior, había estado esperando, se mostró ante mis ojos incrédulos. La polla de mi hermano, la que había visto fugazmente mientras su novia se la comía, se mostraba ahora sólo para mí. Una polla larga, de unos 18 cm bien medidos, especialmente ancha y gruesa, y muy regular y proporcionada. Cuando terminó de quitarse el slip, la polla de mi hermano ya estaba completamente dura y la piel de su glande se había descubierto totalmente, dejando una polla perfectamente descapullada, casi de peli porno. La imagen no podía ser más irresistible, el rabo de mi hermano estaba totalmente empalmado e incluso húmedo por el precum. Carlos empezó masturbarse con su mirada clavada en el televisor.

    - ¿Y tú? ¿No te haces una paja? –Murmuró Carlos mientras me miraba con su polla en la mano.



    Continuará...
     

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