CuernavacaGay

Acercando a la comunidad gay de Cuernavaca.

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Una Historia Diferente.
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    CAPITULO XVI: E L P A C T O .

    Con mi padre instalado definitivamente en su nuevo piso, la idea de pasar una temporada con él en Barcelona me rondó durante la semana. Pero aún tenía temas pendientes para resolver antes de decidir si me trasladaba o no. El prácticum del martes en un despacho me dejó muy poco tiempo libre, así que me fue imposible hablar con mi hermano. Pero a mitad de semana decidí darme un respiro e intentar resolver algunos de mis dolores de cabeza.

    Después de las clases de la mañana llamé a Ana para rogarle que aceptara comer conmigo. Aunque en su voz aprecié un tono más distante que de costumbre, mi novia aceptó la invitación. Seguramente ella tenía tanto interés como yo en resolver una crisis que ya estaba durando demasiado. Como ella había pasado la mañana en el centro, nos encontramos en un restaurante japonés que hay en la calle Aragó. Sentados en la mesa, tras saludarnos sin ni si quiera besarnos, fui yo el encargado de romper el hielo.

    - Ana, no podemos continuar así.

    - No, claro que no... pero no creo que hayas hecho mucho por intentar un acercamiento.

    - Lo sé, asumo mi responsabilidad en todo esto. -Dije yo resignado.

    - No basta con eso Juan. Ni si quiera te acercaste a mí el fin de semana pasado en Salou. –Ana iniciaba una dura ofensiva con su mejor arma, los reproches

    - Quizás fue porque te pasaste el fin de semana con Iván. –Contraataqué yo.

    - ¿Iván? Sólo me faltaba oír eso. Iván me dio el apoyo que necesitaba de un amigo. Me pasé la tarde llorando después de la forma en que me contestaste durante la comida. –Dijo ella visiblemente apenada.

    - Os encontré durmiendo juntos en el sofá el domingo por la mañana. –Dije yo haciendo alarde de mi orgullo de macho herido.

    - ¿Nos viste? Pensaba que habías dicho que estabas durmiendo en el piso de arriba. –Interrogó expectante mi novia.

    Sin duda acababa de meter la pata. Reconociendo que vi a mi novia en el sofá junto a Iván, estaba admitiendo que había estado en el comedor antes de que despertasen. Pero afortunadamente mis nervios no me traicionaron entonces.

    - Sí, es cierto... pero antes de que despertaseis bajé al comedor. Luego volví a subir para ducharme. –Y tras decir eso, respiré aliviado, como si hubiese alejado el peligro nuevamente.

    - Entre Iván y yo no pasó nada, y en todo caso, no soy yo la que debo dar explicaciones. El que está destrozando nuestra relación con ese extraño comportamiento eres tú, Juan.

    - Mi comportamiento no tiene nada de extraño, es lógico que haya estado preocupado estas últimas semanas. Mis padres se han divorciado. –Dije yo intentando justificarme de algún modo.

    - ¿Preocupado por la separación de tus padres? Pues entonces ya me dirás porque eres el único de tu familia que no sabe por qué tu padre ha acelerado su marcha y por qué tu hermano no le dirige la palabra. ¿Dices que estás preocupado por tu familia y vives ajeno a ella?

    Ana acababa de apuntarse un tanto. A pesar de que la separación de mis padres me preocupaba, la verdad es que no había hecho demasiado para interesarme por la evolución de los acontecimientos. Ni si quiera había hablado con Carlos acerca de su enemistad con mi padre. Esa conversación empezaba a acorralarme. Volvía a sentirme presionado, juzgado, analizado.. y de mi boca siguieron saliendo mentiras.

    - ¿Qué es esto, una juicio Ana? Te he dado el motivo por el que me he comportado de forma un tanto extraña todo este tiempo. Si no quieres creerme quizás será mejor que dejemos lo nuestro. –Sabía que si la amenazaba con cortar Ana aflojaría.

    - Si rompemos será porque tú lo has querido, no hace falta que me amenaces con eso. Ahora soy yo la que no quiere continuar con todo esto a no ser que aclares todas mis dudas. –Dijo serena y exigente, en una reacción que, francamente, nunca me hubiese esperado de ella.

    - ¿Qué más quieres saber? –Dije temiéndome lo peor.

    - Necesito que me digas que no te vi desaparecer con Javier la noche del sábado durante la fiesta. Necesito que me digas que no tienes nada que ver con que Toni no quisiese volver con nosotros a Barcelona. Necesito que me digas que no eres el culpable de su estado anímico. Necesito que me digas que estoy equivocada.

    La gente calló. La música oriental cesó. El restaurante se esfumó. El tiempo se detuvo. Perdí toda conciencia de lo que nos rodeaba. Ante mí únicamente los ojos de Ana escrutando en mi expresión un atisbo de mentira. El nombre de Javier, enterrado en el corazón de mis recuerdos, fue arrancado y devuelto a mis pensamientos. Las sienes me latían. Sentí mi lengua como un trozo de trapo. Intenté hablar, intenté mentir, intenté inventar una excusa, pero de mi boca no salió nada. No estaba preparado para esa pregunta.

    El mundo echó a andar de nuevo mientras Ana se ponía la chaqueta y cogía su bolso. Y yo seguí allí sentado, helado, inmóvil.

    - Tienes una semana para encontrar una explicación, para conseguir que olvide todo esto. Siete días para evitar que todo el amor que siento por ti, se convierta en odio. –Añadió Ana justo antes de desparecer.

    Jamás pensé que llegaría ese momento. Me había rodeado de tantas mentiras que me había acostumbrado a vivir con ellas. Y ahora mi novia, con los ojos vidriosos, me pedía una explicación.

    Ana había atado algunos cabos y aunque debía haber intentado quitarse esa idea de la cabeza, no lo había conseguido. Quizás no necesitaba una explicación para seguir conmigo, Ana me amaba tanto que bastaría con una mentira. Bastaría con negar todo lo sucedido y prometer que nunca sucedería algo así. Ana me había propuesto un pacto de silencio y honor. Tan desperada estaba por mi amor que sería capaz de olvidar que me había tirado a dos de nuestros amigos.

    A veces amar sin medida nos lleva a humillarnos de una forma extremadamente dolorosa. Dos preguntas rondaron mi cabeza, ¿merecía la pena seguir siendo amado de esa forma? ¿Podría renunciar a una sexualidad recién descubierta? Dos preguntas que siguieron sin querer ser respondidas aquella tarde.

    Imposible volver a clase. El Derecho era una de las cosas que menos me preocupaba en ese momento. Después de salir del japonés bajé caminando hasta la Fnac del Triangle para comprar algo de música y despejarme un rato.

    Me coloqué en un punto de escucha para ver que tal sonaba el nuevo disco de Moloko. Si había un camino para alejar tantas preocupaciones de mi cabeza, ese pasaba necesariamente por la música. Intenté relajarme, incluso cerré los ojos durante unos instantes. Pero de repente me sentí observado. Abrí los ojos. Justo al pie de la escalera había un chico que se disponía a bajar. Le miré fijamente y él me devolvió la mirada. Se dio la vuelta abandonado la idea de bajar por la escalera y se puso a escuchar un Cd a pocos metros de donde estaba yo. Volví a mirarle y volví a cruzarme con sus ojos clavados en los míos. No era un chico extremadamente guapo, de unos 19 años, más bien delgado, pero con cierto atractivo.

    Nos quedamos unos minutos intercambiando miradas. No sabía a dónde me llevaría todo aquello, o mejor dicho, sí lo sabía, pero no me importaba. Puestos a empeorar el día, seguro que lo podría complicar todo un poco más.

    Colgué mis auriculares y me dirigí hacia donde estaba él. Al pasar por su lado le rocé ligeramente. El chico colgó los suyos y empezó a seguirme. Aceleró el paso hasta situarse junto a mí.

    - Perdona. –Me dijo rozándome el hombro.

    - ¿Qué?

    - Me ha parecido que me estabas mirando. –Dijo él con timidez.

    - ¿Te ha parecido? No te he quitado la vista de encima. –Contesté yo con arrogancia.

    - Vaya... veo que vas al grano. ¿Y qué buscas?

    - Buscar... más que buscar, quiero que me comas la polla. He tenido un día muy difícil y seguro que una mamada me resulta más útil que escuchar a Moloko. –Dije yo sin más. Como si estuviese proponiéndole la cosa más normal del mundo.

    - ¿Vamos a los servicios? –Preguntó él.

    No hizo falta que le respondiese, aceleré el pasó hacia los servicios. Entramos uno detrás de otro. Afortunadamente a esa hora de la tarde no había mucha gente comprando y los lavabos estaban desiertos. Abrí la puerta de un compartimiento y entré en él. El chico entró detrás de mí y cerró la puerta.

    Me bajé los tejanos y los boxers de un tirón, ambos de Hugo Boss, y me senté en la taza del váter con la polla totalmente erecta apuntando hacia aquel desconocido. El chico me miró sorprendido por mi comportamiento.

    - Cométela. –Exigí yo. Y dicho esto, se agachó y empezó a comerme la polla.

    Lamía con suavidad el tronco de mi dura verga, rozaba con su lengua mi capullo, para pasar a lamerlo como si fuera un helado. Pero yo necesitaba algo más. Empecé a mover mis caderas intentando acelerar el ritmo, pero él seguía chupando mi polla como si fuese la primera. Su lengua me resultó un tanto inexperta, y yo necesitaba algo más salvaje. Le sujeté la cabeza con fuerza hundiendo mi polla en su boca y aceleré el movimiento de mis caderas. Le estaba perforando la garganta con mis 17 centímetros de polla. No me importó una mierda que se estuviese atragantando o que al hundir su nariz en mi vello púbico casi no pudiese respirar.

    Seguí follándole la boca, apretando con firmeza su cabeza contra mi entrepierna. Cuando sentía que iba a correrme aceleré mis movimientos. Sin avisarle mi polla empezó a descargar chorros de lefa que inundaron su garganta. Cuando le saqué mi polla, él empezó a toser mientras mi leche caía de su boca. Estiré del rollo de papel y le tendí un trozo para que se secase, con el otro, me sequé la polla aún cubierta de semen. Me subí los pantalones de un tirón y abriendo la puerta salí de allí.

    No me importó dejarle allí tirado con la cara llena de semen, tenía demasiados problemas en mi vida como para preocuparme de un puto que se la chupa a cualquiera en los baños de un centro comercial. Yo nunca haría algo así.

    Durante el camino hacia mi casa, volví a pensar en el pacto que Ana me había propuesto unas horas antes. Pero tampoco entonces, escuchando “I still haven't found what I'm looking for” de los U2, en medio de un ruidoso atasco a la salida de Barcelona, puede tomar una decisión. Ana me había dado una semana, siete días para reorganizar mi vida o quizás para enredarla aún más.




    Continuará...


     
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    CAPITULO XVII: R E S P U E S T A S .

    Se acercaba el final de una semana horrible que prometía dar paso a otra todavía peor. La conversación con Ana fue una especie de cataclismo del que todavía no he logrado reponerme. Incapaz de ofrecerle una explicación razonable decidí aparcar el tema el resto de la semana. Quizás cuando el plazo terminase, ya habría encontrado respuestas a todas sus preguntas.

    El viernes, antes de irme a clase, busqué un momento para hablar con mi hermano. Carlos no había salido aún de casa. Tras terminar la carrera había empezado a buscar trabajo, y hoy, después de algún fracaso laboral, tenía una entrevista muy prometedora.

    - Carlos, podemos hablar un segundo.

    - Ahora no es un buen momento, Juan. Iba a prepararme para la entrevista.

    - Será sólo un minuto. -Rogué yo.

    - Está bien. Tu dirás.

    - Verás... no sé como empezar... lo cierto es que te he notado algo extraño últimamente.

    - Bueno, no estoy pasando por una de mis mejores épocas, pero lo superaré, siempre lo he hecho. –Contestó él con seguridad.

    - ¿Tu estado anímico tiene algo que ver con que papá me dijese que necesita hablar contigo? –Pregunté yo intentando reconducir la conversación. Nunca se me ha dado bien consolar a nadie.

    - No tengo nada de lo que hablar con él.

    - Ya veo, entonces sí tiene algo que ver -dije yo empezando a atar cabos-. Parece que últimamente no me entero de nada de lo que le sucede a mi familia. La culpa es mía, por centrarme tanto en mis propios problemas. –Dije yo sinceramente apenado.

    - Tranquilo, es mejor que toda esta basura no te salpique.

    - Carlos, necesito saber qué ocurre. –Le dije con voz de súplica.

    - Está bien. Te lo contaré muy brevemente. Sara se ha liado con Ricardo.

    - ¿Cómo? –Interrogué yo perplejo.

    - Has oído bien, la que fue mi novia durante más de cuatro años se ha liado con tu padre. Pero no quiero hablar más de todo esto. Y te pido que respetes mi decisión, ahora no es el momento. Tengo una entrevista de trabajo dentro de dos horas.

    - Está bien. Hablaremos cuando quieras. Lo siento Carlos. Lo siento por Sara y por ti, pero créeme, lo siento mucho más por no haberte dado mi apoyo cuando lo has necesitado.

    - Tranquilo Juan, tú tampoco estás pasando por un buen momento. Lo sé. Y también sé que detrás de tus preocupaciones hay mucho más de lo que dices. Mentir no te llevará a ninguna parte hermano.

    - Suerte en la entrevista Carlos. –Contesté solamente. No quería volver a sufrir un interrogatorio, mentir no me llevaría seguramente a ningún sitio, pero sincerarme ahora tampoco me serviría de mucho.

    Afortunadamente logré dejar mis problemas de lado para centrarme en las clases de la mañana. En las asignaturas que Ana y yo coincidíamos, no nos dirigimos la palabra. Ella estaba protegida por la arpía de Raquel, a la que mi todavía novia no debía haber contado demasiado sobre nuestra última conversación, y yo me pasé la mañana con Jordi.

    Al llegar la tarde, y después de una semana de faltar a mi rutina de ejercicios, decidí pasarme por el gimnasio. Convencí a Jesús para que jugara conmigo un partido de tenis. No hubo demasiado tiempo para hablar durante el partido.

    - Juan tío, yo me voy a ir ya, que tengo un montón de cosas que hacer antes de quedar con Ruth.

    - Vale tío, yo me quedaré un rato en las máquinas... aún es pronto.

    - ¿No sales hoy?

    - Pues no creo, ya ves... tal y como están las cosas con Ana... prefiero reordenar mis ideas.

    - Ya veo, supongo que necesitas pensar en los que sientes por ella, ¿no?

    - No te entiendo. –Dije yo sorprendido por la pregunta.

    - ¿La sigues queriendo? –Preguntó Jesús.

    A decir verdad, desde que mi vida se había convertido en una cadena interminable de errores y despropósitos no me había planteado cuáles eran mis sentimientos hacía Ana. Sabía que en cierto modo seguía queriéndola, pero no estaba tan seguro de que siguiese enamorado de ella. Sentía afecto, cariño por alguien con el que había compartido dos años de mi vida... pero aquello no era amor, aquello era en todo caso agradecimiento... compasión.

    La pena que sentía por haber dejado de amarla, se convirtió en una energía capaz de liberar parte de la culpa que me oprimía. Si me había comportado como un cabrón con Ana fue porque ya no estaba enamorado de ella. Quizás aquello no me justificaba, pero por lo menos sirvió para empezar a responder a algunas de mis dudas.

    - ¿Quererla? No estoy seguro... la verdad es que estoy muy confundido.

    - Seguramente pensarás que no soy el indicado para hablar de relaciones sentimentales, teniendo en cuenta que la mía con Ruth no es ningún modelo. Pero lo que sí puedo decirte es que si hay algo peor que una ruptura cuando se está enamorado, es seguir junto a alguien simplemente por pena. –Dijo Jesús con total sinceridad.

    - ¿Qué me aconsejas? –Pregunté yo adivinando la respuesta.

    - Que no lo alargues innecesariamente. Sea lo que sea lo que haya variado tus sentimientos hacia Ana, no merece la pena seguir haciéndole daño.

    Sin conocer los motivos por los que mi vida había cambiado tanto, Jesús describió perfectamente la situación en que me encontraba con Ana. Quizás ya tenía respuesta para la primera de mis preguntas... quizás ya no merecía la pena seguir siendo amado de esa forma.

    Una hora después de que Jesús se marchara, entré en el vestuario. Me duché rápidamente y me vestí. No había nadie más, aún era temprano. De pronto escuché la puerta, y le volví a ver. Sus ojos negros, su pelo moreno, su fibrado cuerpo.

    - Hola Juan. –Dijo él, y una sonrisa se dibujó en mi cara. Recordaba mi nombre.

    - Hola David. –Dije sin dejar de sonreír.

    - Me alegra volver a verte... aunque veo que ya te vas, ¿no? –Dijo él con cierta lástima.

    - Bueno, pues... no tengo prisa. –Dije yo casi automáticamente, seducido por aquella belleza tan masculina.

    - Perfecto, si te apetece tomar algo, me ducho y vamos al bar, ¿cómo lo ves? –Y tras decir eso volvió a sonreírme.

    - Me parece una idea genial. –Dije yo intentando ocultar la excitación que me había producido volver a verle.

    Allí delante de mí, David empezó un desesperante espectáculo. Se quitó la camiseta sudada que arrojó cerca del banco donde yo estaba sentado. Bajó sus pantalones, dejando a la vista el mismo abultado paquete con el que me había alegrado la vista días atrás. Cogió una toalla de su taquilla y dándose la vuelta se quitó lentamente los suspensorios que llevaba puestos y los arrojó junto al resto de la ropa.

    - Enseguida vuelvo. –Me dijo antes de entrar en las duchas y robarme la visión de su perfecto culo.

    - Aquí estaré... –Dije yo simplemente.

    Y allí, en el aquel silencioso vestuario, en el que únicamente se escuchaba caer el agua de la ducha donde estaba él, mis ojos se posaron sobre su ropa sucia. Estiré el brazo sigilosamente y recogí los suspensorios de David. Me recosté sobre la pared sentado en aquel banco de madera, y como arrastrado por una extraña atracción me llevé lentamente esa prenda tan íntima a la nariz. Aquella mezcla de olores a sudor, a hombre... a polla, me volvió loco. Volví a sentir algo parecido a lo que me sucedió al oler la ropa interior de mi hermano. Mi polla se endureció completamente. Y con la nariz enterrada en aquellos suspensorios que tan cerca de la polla de David habían estado, empecé a tocarme el paquete por encima de los pantalones Polo Ralph Lauren. Aquello empezó a excitarme de tal manera que no pude evitar desabrocharme los pantalones y sacar mi polla. Como un autómata empecé una paja desesperante.

    Pero de pronto algo me devolvió a la realidad. La puerta del vestuario se abrió de golpe. Lancé la ropa interior de David al suelo e intenté cubrir mi polla con la camiseta de Adolfo Domínguez que llevaba. No llegué a ver quien había entrado, debía haberse quedado en las taquillas que había justo al entrar. Pero aquello era demasiado arriesgado, así que me coloqué bien los pantalones y esperé a David.

    Cuando David estuvo listo, vestido con unos Dockers y una original camiseta de Cavali, salimos del vestuario y nos dirigimos al bar del club deportivo.

    - Por cierto, me encanta como vistes, tienes muy buen gusto. -Le dije yo intentado resaltar una de sus muchas virtudes.

    - Gracias. Ya ves, hay que cuidar la imagen, más que nada por el trabajo.

    - ¿A sí? ¿A qué te dedicas?

    - Soy relaciones públicas de un club nocturno en la costa. De ahí a que tenga tanto tiempo libre entre semana. -Dijo David sonriendo.

    - Vaya, eres un ave nocturna. –Dije casi embobado.

    - Pues sí, la noche es lo mío. Y tú, ¿qué haces, estudias?

    - Sí, estudio Derecho.

    - Vaya, interesante... aunque es una lástima que ese cuerpo se vaya a perder entre tantos papeles. –El comentario de David me descolocó y él lo notó.

    - ¿Cuerpo? Pues del montón... supongo.

    - No, no... no seas modesto, estás muy bueno –y diciendo esto apoyó su mano en mi hombro-. Seguro que tienes muchas chicas o chicos que se mueren por ti.

    - Tengo novia –dije yo herido por su insinuación respecto a mi sexualidad-. Bueno, o eso creo...

    - ¿Eso crees?

    - Sí, no pasamos por un buen momento.

    - Vaya... eres demasiado joven para empezar a sufrir por amor. Hay que vivir más intensamente esta vida. Quizás sea hora de probar otras alternativas...

    Las palabras de David despertaron cierto temor en mi interior, pero estaba tan caliente después de aquella paja frustrada, que decidí seguirle el juego.

    - ¿Se te ocurre algo? –Dije yo pausadamente.

    - Se me ocurren muchas maneras con las que un chico como tú podría divertirse –y diciendo eso deslizó su mano sobre mi pierna-. Pero tendremos que discutirlo en otro momento, se me ha hecho tarde. –Dijo David quitando su mano de mi pierna y sonriéndome de nuevo.

    - Vaya... lástima –dije yo realmente jodido-. Espero verte pronto.

    - Si quieres puedes pasarte el sábado por el club donde trabajo, el SkyDome, te invito a una copa.

    - De acuerdo, si me decido a salir, nos veremos el sábado. –Dije yo un poco más animado.

    - Cuídate Juan, nos vemos.

    Tras darme la mano con firmeza, David salió del bar. Me levanté de golpe y fui corriendo hasta la ventana que daba al parking del club y lo vi subiendo a su Audi TT roadster gris oscuro. Antes de separarme de aquella ventana, seguí navegando con la imaginación en aquella oscura mirada que minutos antes me había vuelto a seducir. La segunda pregunta que me había hecho después de la comida con Ana fue contestada aquel mismo instante. Por más que lo intentase, por más mentiras que me dijese a mí mismo, ya no podía renunciar a esa parte de mi sexualidad que estaba empezando a descubrir.


    Continuará...
     
  •  

    CAPITULO XVIII: D A V I D :


    El sábado me desperté sobre las once. Aún en la cama hice un intento por recordar lo que había soñado. Y le volví a ver. La imagen de David desvistiéndose ante mí parecía haber ocupado un pesado y angustioso sueño. Al despertar me sentía incómodo. Pero aquella sensación de incomodidad era muy real, muy física. Parecía increíble pero me sentía mojado... o más bien húmedo. Estiré mi mano por debajo del elástico del pijama y toqué mi polla. Efectivamente, me había corrido entre sueños.

    El calentón con el que me había dejado David el día anterior había producido un efecto poco habitual en mí. Que yo recordase sólo había tenido una polución nocturna en mi vida. Pero lejos de sentirme más calmado, aquello no hizo si no acrecentar mi excitación. La imagen de David no se esfumaba de mis pensamientos. Volví a acariciarme la polla y la noté totalmente dura.

    Bajé a desayunar después de una ducha relajante, no por la ducha en sí misma, si no por la paja que me hice. Mi madre estaba en la cocina con su amiga Carmen.

    - Hola guapo. –Dijo Carmen.

    - Buenos días. -Dije yo escapando de las zarpas de semejante leona.

    - Hijo, Carmen acaba de darme una noticia fantástica. –Dijo mi madre con una sonrisa de oreja a oreja.

    - ¿De qué se trata?

    - Pues verás. En la inmobiliaria donde trabajo necesitan vendedores y creo que tu madre encaja en el perfil que demandamos.

    - Vaya pues me alegro, es una gran noticia, te vendrá bien salir de la cueva. –Dije yo.

    - Pues sí, además Carmen me ha estado animando. Me ha asegurado que me formarán perfectamente antes de lanzarme a vender. Creo que estoy un poco oxidada para el mundo laboral.

    - Lo harás muy bien Rosa, ya lo verás. Además no os he hablado de lo mejor de este trabajo.

    - ¿Aún hay más? –Dije yo sorprendido.

    - Jejeje... hay algo más. Lo mejor de trabajar en esa empresa es el vigilante del edificio. Pedazo de hombre de los de verdad. De unos 30 años, musculado, rudo, llano... de los que te dicen “¡Ven aquí guapa! Que los tengo cargados de cariño”. Jajajaja... –Dijo Carmen soltando una escandalosa carcajada a la que se unió mi madre.

    - Bueno señoras, veo que estos temas ya no son de mi incumbencia, si me disculpan... jeje. –Dije yo mientras salía de la cocina con un bol de cereales.

    Dado que Carmen se quedaba a comer en casa y no quería pasarme la tarde aguantando las bromas de una cuarentona, digamos, abierta de miras, decidí ir a Barcelona a comer a un restaurante hindú que me había recomendado Pedro.

    Durante la comida recordé que aún no había hablado con mi padre de su responsabilidad en la ruptura de Carlos y Sara, así que después del postre le llamé. Mi padre parecía interesado en saber cómo estaba mi hermano, así que accedió quedar bien entrada la tarde en un café del centro.

    Cuando llegué al Starbucks donde habíamos quedado, Ricardo no había llegado aún. Pocos minutos después, cruzó la puerta del local. Iba vestido con un traje de Zegna, tan elegante como siempre, ajeno a lo que le esperaba.

    - Hola.

    - Hola hijo.

    - ¿Cómo has podido hacer algo así? –Le recriminé yo de inmediato.

    - Vaya, veo que ya estás informado. –Dijo mi padre apenado. –No voy a intentar justificarme, únicamente puedo decir que lo siento por Carlos, pero no me arrepiento de haberme enamorado de Sara.

    - Pero Carlos es tu hijo, le has hecho mucho daño. No sé como has podido ser tan inconsciente. –Dije yo furioso.

    - ¿No te ha pasado nunca que aun sabiendo que no debes hacer algo, todo te empuja a hacerlo?

    - Quizás. –Dije yo sorprendido por una pregunta que me hizo reflexionar.

    - No quería herir a nadie. Sabía que enamorándome de Sara estaba cometiendo una locura. Podría ser su padre, y encima era la novia de mi hijo... pero nos enamoramos. Sara es fantástica. Me ha devuelto a la vida. –Dijo mi padre con total sinceridad, con un brillo especial en su mirada.

    - ¿Sigues con ella? –Pregunté yo.

    - Sí, vivimos juntos. Sus padres no han encajado bien la noticia. Bueno, nadie se lo ha tomado bien. Pero sólo pido comprensión. A veces hay cosas que se escapan de nuestras manos, que responden a un impulso, a un sentimiento muy fuerte... algo que escapa a la razón. No sé si me entiendes...

    Las palabras de mi padre al mismo tiempo que describían su historia, podrían haber descrito la mía. Me sentía identificado en cierta manera. No sería yo quién juzgase a mi padre. No debía... es más, no podía, mi vida no era ejemplo de nada.

    - Te entiendo. Supongo que esto es algo que debéis arreglar Carlos y tú.

    - Sí, y haré todo lo posible para recuperar su confianza.

    - Ahora debo irme Ricardo. Quiero que sepas que no puedo aprobar tu comportamiento, pero no voy a darte la espalda por algo así. Todos tenemos derecho a cometer errores.

    - Gracias hijo. Y que sepas que tienes una habitación en mi casa, si decides trasladarte a Barcelona, serás bien recibido.

    - Lo tendré en cuenta. –Dije yo mientras me ponía la chaqueta.

    Volví a casa para cenar y cambiarme de ropa. Después de aquella lección de la vida que me había dado mi padre, me sentí menos culpable. Todos tenemos derecho a equivocarnos... aquellas palabras volverían a servirme de escudo aquella noche.

    Me puse unos pantalones de Valentino con una camisa negra con pequeños cuadros blancos de Antonio Miró. Me miré al espejo... me veía francamente atractivo y elegante, para qué ser modesto. Olía a Agua de Loewe y mi pelo despeinado completaba el cuadro. Iba a salir solo. Era la única forma de verle. Nadie me podía a acompañar aquella noche.

    Llegué al SkyDome sobre la una. No me costó demasiado encontrarlo, estaba en una zona de marcha muy concurrida. Por fuera era un edificio de considerables dimensiones, con una cúpula gigantesca. Aparqué el Mercedes y entré. Como no quería parecer un oportunista decidí pagar la entrada. El local por dentro superó mis expectativas. Tenía una sala principal inmensa coronada por una bóveda que simulaba una noche estrellada. Me acerqué a la barra mientras sonaba Libertine de Kate Ryan. Le pregunté a una camarera por David.

    No tuve que esperar demasiado para volverle a ver. Vestido con unos elegantes pantalones negros y una ajustada camisa de Kenzo, se apartó el flequillo de la cara y me miró fijamente con sus preciosos ojos negros mientras sus labios dibujaban una amplia sonrisa.

    - Vaya, me alegro de que hayas venido. –Me dijo al oído.

    - No podía rechazar una invitación como ésta. –Contesté yo sin dejar de sonreír.

    - Ven, iremos a un sitio más tranquilo. –Dijo David mientras tendía su brazo sobre mis hombros.

    Subimos unas escaleras que giraban por encima de la barra y daban acceso a otra sala de ambiente más techno. Cruzamos la sala por un lateral y accedimos a una especie de reservados. El volumen de la música estaba allí mucho más bajo. Nos sentamos en un sofá y David pidió un par de copas.

    - ¿Qué te parece el local? –Dijo él.

    - Fantástico, me ha sorprendido. Especialmente este... este...

    - ¿Reservado? –Asentí con la cabeza- Es para nuestros clientes VIP’s. Me alegro de que te guste el SkyDome, la cúpula de la sala principal puede recrear una noche, un amanecer, la luz del día e incluso una tormenta de verano. –Añadió David.

    - Genial. Pero ahora que ya he visto el local quizás podamos recuperar la conversación que dejamos a medias en el club deportivo. –Añadí intentando reconducir el tema.

    David sonrió y posó su mano sobre mi rodilla.

    - ¿Sobre las opciones que tiene un chico como tú para divertirse? –Dijo sonriendo.

    - Sí, en eso estábamos.

    - Esta noche puedo hacerte una pequeña demostración práctica si te apetece...

    Miré a mi alrededor. En el reservado había unas cuantas mesas ocupadas. Alguna pareja metiéndose mano descaradamente y algún grupito de gente bebiendo y hablando. Pero todo en relativa discreción. A pesar de la falta de privacidad, no pude contenerme, había llegado demasiado lejos.

    - Adelante. –Le susurré.

    David se acercó un poco más a mí, me rodeó el cuello con ambas manos y me atrajo hacia él. Me dejé llevar. Nuestros labios se fundieron en un beso. Era algo muy carnal, muy excitante. Nuestras lenguas se enredaron, le abracé. Seguíamos besándonos mientras sus manos acariciaban mi pecho y se posaban en mi abultado paquete. David se detuvo. Se apartó ligeramente y sujetando mi mano la puso sobre su entrepierna.

    Sentí su polla dura bajo la tela. La misma polla que había visto dormida aquella tarde en el gimnasio ahora estaba dura por mí. Me calenté como nunca por el simple hecho de estar tocando una polla que no era la mía.

    - ¿Te gusta? –Me susurró David.

    - Me encanta. –Añadí completamente extasiado.

    - ¿Quieres chupármela?



    Continuará...

     
  •  

    CAPITULO XIX: ¿NOVIA?.


    - ¿Chupártela? –Mis palabras fueron sólo un susurro. La idea me paralizó.

    - Sí, eso he dicho... verás como te gusta.

    - No sé... no... no estoy seguro.

    - Vamos Juan... vienes hasta aquí buscando nuevas formas de divertirte ¿y te vas a cortar ahora?

    El tono de David fue de reto, pero también de cierta exigencia. Desde que me enrollé con Toni aquella noche, nunca se me había vuelto a pasar por la cabeza chupársela a otro tío. Pero había llegado muy lejos aquella noche, David me gustaba y no podía echarme atrás en el último momento. Si lo hacía, quizás no le volvería a ver.

    ¿Sí? –Volvió a preguntar David al ver que yo no decía nada.- Seguro que la chupas muy bien.

    No fui capaz de articular palabra. Simplemente asentí con la cabeza. La situación se hizo muy incómoda para mí, pero no perdía nada por probarlo. Además, partiría con la ventaja de saber más o menos lo que sentiría él.

    David sonrió de nuevo, pero no fue una sonrisa de complicidad, más bien era una sonrisa triunfal. Sin duda no conocía a David en absoluto. Esa noche no dejó de sorprenderme. Sin más empezó a desabrocharse los pantalones y se los bajó dejando a la vista un ajustado slip de Versace. Bajo la tela se marcaba centímetro a centímetro la polla que instantes antes había acariciado. Nunca he creído tener la polla pequeña, pero la David superó mis expectativas. Tirando del elástico del slip David liberó su polla. Entonces me bloqueé, allí tenía aquel pedazo de pollón erecto y palpitante por la excitación que yo le había producido, pero no me atrevía a empezar. David me acarició el pelo y suavemente me atrajo hacía su miembro. Todo él olía a Angel de Thierry Mugler. Hubiese vendido mi alma al diablo por detener aquel instante y lograr que sucediera todo más despacio. Seguía bloqueado.

    - David. –Dijo una voz a nuestra espalda mientras yo me incorporaba de inmediato, como despertando de un sueño.

    David no hizo nada para disimular la situación, simplemente ladeó su cabeza y contestó:

    - ¿Qué ocurre ahora Max?

    - El portero me ha avisado, Mónica ha llegado ya, te está esperando abajo.

    Max parecía formar parte del personal del local aunque no era un camarero ni un segurata, o por lo menos no lo parecía. Aunque eso no era lo que más me importaba en ese momento.

    - ¿Quién es Mónica? –Pregunté yo sin poder evitarlo.

    - Mi novia. Lo siento Juan pero vamos a tener que continuar con esto en otro momento.

    - ¿Tienes novia? –Pregunté yo sorprendido... casi enfadado.

    - Claro, y tú también si no recuerdo mal. –Dijo él con una sonrisa, mientras terminaba de acomodar su ropa.

    - ¿Y entonces que estábamos haciendo? –La rabia empezaba a tomar el control de mis palabras.

    - Nos estábamos divirtiendo Juan. ¿No querías divertirte? –Respondió David borrando la amabilidad de su gesto y adoptando una actitud muy seria.

    No contesté, no supe que decir. Estaba realmente abrumado por todo aquello. Me sorprendí a mí mismo pidiendo explicaciones a David. ¿Qué estaba haciendo?

    - Nos vemos en el gimnasio Juan. Diviértete, estás en tu casa.

    Y diciendo eso David salió del reservado. Tuve que volver a sentarme en aquel sofá para recuperar un poco la conciencia.

    Aunque hubiese querido, ayer por la noche no hubiese podido hacer nada más. Así que volví al coche y me fui para casa. Pero David volvió a dejarme con un calentón impresionante. Estoy seguro de que he vuelto a soñar con él.

    Sin lugar a dudas, mi encuentro con David ha supuesto una especie de revulsivo, un punto de no retorno dentro de mi agitada sexualidad. Desde que todo empezó a cambiar hace unos meses, he hecho un esfuerzo desesperado, un esfuerzo enfermizo por negar los sentimientos y los impulsos que se han ido abriendo paso en mi vida. Pero quizás sea hora de poner por escrito que hay cosas que nunca volverán a ser como antes. Cuando te oyes a ti mismo decir en voz alta aquello que tanto te aterra, cuando pones nombre a tus sentimientos, cuando las palabras trazan sobre el papel aquellas verdades que no estabas dispuesto a asumir, algo está cambiando.

    Estoy seguro de no haber perdido el interés por las mujeres. Aunque desde hace unos meses Ana no despierta en mí la misma pasión y el mismo deseo que cuando nos conocimos, las mujeres me siguen gustando. Aún se me pone la polla dura al ver unos pechos como los de Ruth bajo un reducido bikini.

    A pesar de ello, a estas alturas es imposible negar que también me he sentido atraído por algunos hombres. Lo que un día fueron fugaces pensamientos en algún tío desnudo al ver una web porno, se han convertido en una atracción real. Una sexualidad en estado latente durante años, enterrada por un férreo autocontrol, que se abrió ante mí después de aquella noche junto a Toni, y se confirmó de una forma aplastante aquel fin de semana en Salou. Ahora sé que por vicio, por morbo, por perversión, por error o por cualquier otro motivo... puedo sentirme atraído por otro hombre. Y negar algo así sería como negar mi propia existencia.

    No puedo asegurar que mi recién descubierto interés por algunos hombres sea producto de un fracaso sentimental. Es absurdo pensar que un tío te la pone dura porque has tenido un desengaño amoroso. Eso sí, sin poder establecer una causa-efecto directa, lo cierto es que mi tortuosa relación con Ana ha contribuido a acelerar los cambios en mi sexualidad.

    Pero quizás todo ello no sea un obstáculo para seguir saliendo con chicas. Quizás no todo esté perdido y no deba sentirme como un desgraciado por sentir lo que siento. Quizás únicamente deba sentirme culpable por como he llevado todos estos cambios.

    Aún quedan muchas incógnitas que despejar en mi vida, pero hay preguntas para las que este fin de semana he encontrado respuesta. Mi relación con Ana ya no existe. El miércoles, cuando expire el plazo, se lo dejaré bien claro. Ya no podría continuar haciéndole daño. Ahora soy consciente de que nadie merece cargar con mis errores. Espero equivocarme, pero Ana no facilitará mi decisión.

    Hoy tengo algunas ideas más claras respecto a mi actitud para afrontar todos los cambios que me están sucediendo, pero hay algo que me inquieta especialmente, mejor dicho, alguien. David. No creo tener demasiado elementos de juicio para poder definirle, pero lo que sí sé es que David no es como yo esperaba. Me pregunto si volveré a verle, es más, me pregunto si debo volver a verle.

    Sin duda me ha venido bien poner orden en mis ideas, pero a pesar de mis reflexiones el mundo sigue girando. Así que me he pasado la tarde trabajando sin descanso en las prácticas que debo entregar esta semana, me niego a perder un año de carrera por una mala situación personal. Debo intentar no ser pesimista, dentro de mi pequeña desgracia personal puedo considerarme bastante afortunado. Quizás el Derecho no era mi pasión, quizás hubiese escogido otra cosa si no fuera porque mi padre insistió tanto en que siguiera sus pasos, pero hoy por hoy mi carrera debe ser lo más importante en mi vida. Ojalá fuese capaz de dejar de pensar con la polla aunque fuese únicamente hasta que termine el curso.

    Antes de que pudiese acabar las prácticas me ha llamado Jesús. Al principio apenas le entendía, su voz se ahogaba entre sollozos y lamentos.

    - Jesús, cálmate porque no entiendo nada de lo que me dices...

    - Juan tío... tío... ¡qué Ruth me ha dejado! –Ha soltado finalmente.

    - ¿Te ha dejado? ¿Pero cómo ha sido? –He preguntado yo atónito.

    - Pues ya ves... soy un egoísta.

    - Como no te expliques mejor Jesús, sigo sin entender nada.

    - Pues que hace unos meses, en una disco una tía nos propuso hacer un trío a Ruth y a mí. Ruth parecía poco convencida, a pesar de que es una tía súper caliente... bueno, que te voy a contar sobre eso, si es de dominio público... pues nada, que mi novia aceptó con una condición... –La voz de Jesús ha vuelto a interrumpirse por las lágrimas.

    - ¿Qué condición? –Me he sentido obligado a preguntar, era obvio que Jesús necesitaba hablar.

    - Pues que luego haríamos un trío con otro tío... y parece ser que ya ha encontrado un candidato, porque hoy me lo ha vuelto a plantear, pero yo no puedo, o sea soy incapaz. No se me levantaría.

    - Bueno, igual sólo quiere que os la folléis a ella. –He dicho yo por decir algo y porque no entendía porque Jesús me contaba todo eso.

    - No, no... eso es lo peor. Quiere que me enrolle con otro tío delante de ella. Y claro, yo no puedo... me ha dicho que soy un hetero poco moderno. Pero tío, no existen los hetero modernos que se lían con otros tíos... si te lías con otro tío puedes ser un bisexual confundido, ¡pero no un hetero moderno!

    - Bueno y si sabías que no podrías hacerlo, ¿por qué coño te comprometiste a hacerlo Jesús?

    - Joder Juan, pues porque estaba caliente y quería tirarme a dos tías. Además fue brutal, las dos se enrollaron y me montaron un espectáculo rollo-bollo que no veas...

    - Vaya morro que tienes chaval... jeje. –Le he dicho yo ante tal alarde de machismo.- Pero lo cierto es que además de liberar tu conciencia escuchándote, no sé que esperas que haga yo en todo esto.

    - A eso iba Juan. Verás Ruth no quiere verme, ni coger el teléfono... la bronca ha sido brutal... si es que nos hemos dicho de todo... joder estoy muy arrepentido. La sigo queriendo. ¡Eso me pasa por pensar todo el puto día con la bragueta!

    - Tranquilo, no eres el único. -Le he dicho yo resignado.

    - Pues eso tío, necesito que hables con ella. Supongo que mañana irás a la cena que organiza en su casa ¿no?

    - Sí, tenía pensado ir. Eso sí, espero no encontrarme con Ana.

    - Bueno, yo es obvio que no iré, lo empeoraría todo si aparezco por su casa. Sólo te pido que intentes hablar con ella y trates de convencerla para que me dé una oportunidad. Sé que Ruth te escuchará, siempre ha tenido muy buen concepto de ti.

    - De acuerdo, haré lo que pueda Jesús. Por cierto, ¿sabes quién va a ir a la cena?

    - Hombre, los de siempre supongo, Raquel y Pedro, Emma, Jordi... no sé, no estoy seguro.

    - ¿Y Javier y Toni? -Pregunté yo sin poder contenerme.

    - Javier seguro que no estará en la cena, creo que está en Holanda de vacaciones. Y Toni... hace semanas que no sé nada de él, pero es posible, claro. Por lo menos invitado está.




    Continuará...

     
  •  


    CAPITULO XX: CONVENCER A RUTH.


    Otra vez lunes. Me pasé la mañana pensando en la cena y planeando una forma de hablar con Ruth sobre su bronca con Jesús. No tenía la confianza suficiente para hablarle de la ruptura así sin más. Mientras, hacía todo lo posible para no cruzarme con Ana, necesitaba exprimir al máximo el plazo antes de darle una respuesta, así que opté por no ir a las clases en las que coincidíamos por la mañana. Con toda seguridad Ana no iría a la cena, seguramente porque ya le habían dicho que iba a ir yo. Mejor así.

    Durante la comida llamé a Ruth para confirmarle que iría a su casa esa noche. Por su tono de voz no parecía especialmente afligida o dolida. Me habló con normalidad y cuando le dije que debíamos hablar de un asunto que me preocupaba, no pareció inmutarse. Personalmente me sentía un tanto ridículo, intentando resolver los conflictos de esa pareja, cuando era incapaz de resolver los míos propios. Pero ¿para qué están los amigos?

    Llegada la tarde, fui hacia la casa de Ruth. Sabía que vivía en Pedralbes, uno de los barrios más caros de Barcelona, pero jamás imaginé tanto. Desde el exterior no se veía prácticamente la casa, la valla que la rodeaba era impresionante. Con toda seguridad la finca debía ocupar una manzana entera. Llegué a la entrada principal, vigilada por cámaras de video. El adosado de mi familia me pareció en aquel momento algo ridículo. Llamé al videoportero, el vigilante abrió la puerta.

    Ante mí un acceso empedrado flanqueado por un impresionante jardín. Avancé despacio hasta llegar a la puerta de la casa. Me bajé del coche mientras contemplaba perplejo todo aquel lujo. Ruth vivía en una preciosa casa de ladrillo rojo sin uniones exteriores, de tres plantas, con amplios ventanales y terrazas, y de construcción muy reciente. La entrada principal estaba protegida por un imponente porche. El camino de piedra por el que se acedía la propiedad terminaba en la puerta del garaje situado en el lateral de la casa. La puerta estaba abierta y justo delante había varios coches aparcados. Me acerqué caminando. Junto a los coches estaban algunos de mis amigos. Reconocí el 206 CC de Pedro, el smart de Jordi y el Micra de la madre de Emma. Al parecer todos estaban ocupados mirando un Mini Cooper rojo que yo no había visto antes.

    - ¡Hola Juan! –Gritó Emma.

    - Hola a todos.

    - ¿Qué, te gusta el coche nuevo de Toni? -Preguntó Pedro mientras Toni aparecía con Ruth del interior del garaje.

    Estaba allí. Volvía a ver a Toni después de tantos días. En todo este tiempo ni siquiera me había parado a pensar qué había sido de él. Volvía a sentir esa insoportable presión en el pecho.

    - Muy bonito. -Dije yo con un hilo de voz.

    No hubo más comentarios. Ruth nos condujo hacia el interior de la casa. Si por fuera era espectacular, el interior no se quedaba atrás. Nuestra amiga había organizado la cena en la impresionante buhardilla con solarium de la casa para que estuviésemos más tranquilos. Aquella buhardilla era más bien un estudio completamente habitable. Parquet, climatización, mesa de trabajo con un ordenador iMac, un precioso equipo de música de Bang&Olufsen, dos sofás gigantes con una mesa llena de comida, un televisor de plasma de 42” de Sony con DVD y home cinema... y separada del resto de la habitación por un impresionante acuario, una cama enrome que contaba con su propio baño y su propio vestidor. En definitivamente el estudio con el que siempre había soñado.

    Estuvimos un rato hablando antes de la cena. Pedro me contaba sus progresos en el Tom Clancy's Splinter Cell, el último juego de Xbox que se había comprado. Pero mi cabeza y mi atención no estaban con Pedro. Disimuladamente observaba a Toni que estaba sentado en el sofá hablando con Raquel. Ruth salió a la terraza a fumarse un cigarro y disculpándome con Pedro la seguí. Aquella era mi oportunidad de hablar a solas con ella.

    - ¿Qué tal? –Dije yo saliendo a la terraza.

    - Cansada. Ha sido un día largo, esta noche no he dormido apenas, tenía que entregar un proyecto esta mañana.

    - Y... ¿qué tal con Jesús? –Empezaba a moverme en un terreno delicado.

    - ¡Uffff! –Suspiró Ruth.- Lo siento pero no tengo ganas de hablar de ese tema.

    - Por favor Ruth, dame sólo un minuto. -Supliqué yo.

    - Muy bien, tienes un minuto, sólo uno. –Dijo Ruth con cierta resignación.

    - Jesús me ha contado lo de vuestra bronca... te juro que está muy arrepentido.

    - ¿Te ha contado el motivo de la discusión? –Preguntó en un tono un tanto ambiguo.

    - Bueno... mmmm... algo me ha contado.

    -¿Algo?

    - Bueno, lo el trío... –Dije yo sin demasiado convencimiento.

    - ¿¡Pero cómo ha podido contarte algo tan personal!? ¿¡Este tío es tonto o qué!? -Dijo Ruth encolerizada.

    - Ruth por favor... tranquila. Soy su mejor amigo, es lógico que buscase consejo.

    - Consejo... ¿y tú qué le aconsejaste?

    - Que no debería haberse comprometido a hacer algo que sabía de antemano que no podría hacer. –Dije yo realmente asustado por la evolución de la conversación.

    - ¿Y no crees que ya es demasiado tarde para eso?

    - Sí, sí... claro que es tarde, pero...

    - Tu minuto se ha acabado Juan. Ya puedes decirle a tu amigo que me olvide, que no soporto que me engañen, que traicionen mi confianza, que me utilicen como un juguete sexual... que me tomen el pelo. ¿Sabes una cosa Juan? Yo tengo una teoría, en la vida lo último que se pierde no es la esperanza... es la dignidad.

    - Ruth, por favor, no puedes hacerle esto... le prometí que haría todo lo que estuviese en mis manos para convencerte. Necesito que le des una oportunidad, por lo menos para que se explique. Entiéndelo, si no le apetece hacer un trío, no puedes obligarle, pero él te quiere, Ruth, no puedes olvidar eso.

    - Palabras, palabras... como sois los tíos... que prácticos. ¿Y los sentimientos qué? ¿Y todo lo que yo hice por él qué? No es sólo el trío... Jesús ha traicionado mi confianza. Además, no sé que hago hablando de mi vida sexual contigo, Juan. Si no quieres amargarme completamente la noche mejor será que dejemos el tema.

    - Está bien... sólo quiero que sepas que si necesitas hablar, ya sabes donde me tienes.

    Ruth no contestó. Llevaba todo el día preparando esa conversación y a la hora de la verdad la cagué. Había tenido tan poco tacto que Ruth se lo había tomado como una intromisión en su vida privada. Que desastre. Tenía que arreglarlo de alguna forma. Tenía que convencerla.

    Volvimos en silencio junto a nuestros compañeros. Toni seguía distraído con Raquel. Empezamos a cenar y pusimos una película, “El otro lado de la cama”.

    Durante la peli, Ruth pareció olvidarse de nuestra conversación y parecía realmente animada. Las carajadas que provocaba la película se confundían con las que provocaba Ruth al tontear con Toni, diciéndole que era su hombre perfecto, que los gays tenían especial sensibilidad, que hoy no le dejaría irse para casa. Cuando la película planteó ligeramente el tema de la homosexualidad Ruth lanzó una fulminante pregunta.

    - ¿A vosotras no os daría morbo ver cómo se lo montan dos tíos?

    - ¡Sí, sí, sí! Jejejeje... a mí me da morbo, vamos por lo que tiene de prohibida la situación, por lo perversa, no sé. – Dijo Emma realmente puesta en el tema.

    - ¡Uy! Pues a mí no. Que asco. Si veo a Pedro hacer algo así me muero. Vamos, es mi opinión. Lástima que no esté Ana aquí para darnos la suya. –Sentenció la bruja de Raquel mientras me lanzaba una mirada aniquiladora.

    - ¿Asco por qué? ¿A los tíos no se la pone dura ver a dos tías montándoselo? -Replicó Emma.

    - Bueno, hay gente para todo Emma, pero a mí no me atrae en absoluto la idea. Le restaría virilidad a mi pareja. –Replicó Raquel.

    - Ufff... como eres Raquel. Cuando estaba con un ex, antes de conocer a Jesús, vi como se morreaba con un amigo suyo que entendía, mientras bailábamos en una discoteca, y me puse a cien. Eso sí, me quedé con ganas de ver más. –Añadió Ruth entre risas.

    - Da igual Ruth, aunque a Raquel le apeteciese no lo vería nunca... en ese aspecto tengo mucho que decir. -Dijo Pedro riendo.

    - Bueno, si hay algún candidato yo me ofrezco a haceros una demostración práctica chicas... jejeje. –Dijo Toni especialmente desinhibido y animado. Parecía haber superado su decepción con Javier.

    Ese comentario me hizo dudar. Hasta ese momento Toni había sido extremadamente discreto con lo que sucedió entre nosotros, pero nunca antes le había oído hablar en ese tono. Sólo recé porque Toni no fuese de los que pensaban que la venganza es un plato que se sirve frío. La presión continuaba aumentando en mi pecho.

    - Va a ser que no Toni.. jajaja. –Dijo Jordi soltando una sonora carcajada.

    La conversación entró en pausa cuando Raquel y Pedro se levantaron para irse. La arpía se fue bastante molesta. No hay nada como votar al PP para entender y respetar las opiniones de los demás. Jordi se fue al mismo tiempo. Nada más verlos salir por la puerta de la casa, Emma descargó toda la caballería.

    - ¡¡A esta tía lo que le hace falta es que se la follen bien follada!! A ver si Pedro no la satisface... jajaja. –Estallaron las risas.

    - Igual la tiene pequeña... jejeje. ¿Se la has visto tú Toni? -Preguntó Ruth entre risas.

    - No he tenido ese privilegio... jejeje. ¿Y tú Juan? -El cabrón me acababa de pasar la pelota. Me hubiese levantado en ese mismo instante para salir de aquella casa, de aquella situación tan embarazosa. Pero temía que si le dejaba sólo soltaría algún disparate más.

    - Pues es posible, pero no lo recuerdo. –Dije yo aparentando que la pregunta no me molestaba lo más mínimo.

    - Juan, ¿y tú qué dirías si tu novia te dice que quiere ver como te enrollas con otro tío? -Preguntó Ruth sin rodeos.

    - Nunca sucederá algo así. -Respondí en un tono ambiguo, estaba demasiado cansado para improvisar una respuesta mejor.

    Todos callamos. Ruth miró a Toni y sonrió. ¿A qué venía aquello? Me empecé a mosquear. El móvil de Emma rompió el silencio.

    - Vaya chicos, lo siento pero mi madre me reclama... ahora que esto se ponía interesante... jeje.

    - Tranquila, si pasa algo te llamo y te lo cuento... jejeje. –Contestó Ruth con una fingida maldad.

    Cuando Emma se fue, empecé a pensar que quizás yo también debiera irme. La situación me incomodaba cada vez más. Pero aunque pareciese mentira, estaba tan incómodo como excitado. Junto a mí tenía a Ruth, que se había estirado en el sofá apoyando su cabeza en mis piernas. Y en el otro sofá, Toni. Estirado y con su mirada clavada en Ruth y en mí. En silencio.

    - ¿Juan tienes la polla dura? –Soltó Ruth incorporándose de repente.

    - ¿¿Cómo?? -Respondí perplejo.

    - Tío, es que se te nota un pedazo de paquete... ya decía yo que estaba especialmente cómoda apoyada en tu regazo. –Dijo Ruth sonriéndome con una mirada provocativa e insinuante, mientras Toni miraba con los ojos bien abiertos hacia nosotros.

    - No, no... debe ser la ropa. –Mentí yo.

    - Sí claro... jejeje... deben ser las llaves. –Dijo Toni con ironía.

    - Esto tiene fácil solución. A ver... –Y sin previo aviso Ruth estiró su mano y la posó sobre mi paquete.- ¡Mentiroso! La tienes dura...

    - Ruth... no creo que esto esté bien. –Susurré mientras Ruth continuaba son su mano sobre mi polla, empezando a acariciarla por encima de la ropa.

    -¿No me habías dicho que harías todo lo que estuviese en tus manos para convencerme?

    - Sí... –Dije yo empezando a pensar que iba a arrepentirme de esas palabras.

    - Pues ahora tengo entre las mías un poderoso argumento para convencerme...

    Ruth se acercó lentamente hacía mí, mientras rodeaba mi cuello con sus largos brazos y acercaba sus labios a los míos. Nuestras lenguas se encontraron.

    - Ruth, no puedo hacerle esto a Jesús. –Dije yo separándome de golpe.

    - Juan, si Jesús me quiere todavía, seguro que te estará muy agradecido si logras convencerme. -No dije nada. La situación era explosiva. Ruth me besaba mientras acariciaba mi paquete bajo la atenta mirada de Toni.

    El contacto de la suave piel de Ruth hizo endurecer completamente mi polla. Nos abrazamos mientras seguíamos besándonos. Empecé a calentarme y deslicé mis dedos acariciando sus pechos. Ruth empezó a desabrocharme el pantalón. Su lengua atrapaba la mía, mientras me daba pequeños mordisquitos en los labios. Sus manos liberaron mi polla que saltó como un resorte completamente dura y con el capullo húmedo por las primeras gotas de precum.

    Mi amiga empezó a hacerme una paja. Mientras, Toni comenzó a acariciarse su paquete por encima de sus vaqueros, con su mirada clavada en mi polla y en la paja que Ruth me estaba haciendo. Aquello era una locura pero, había cometido tantas locuras en los últimos meses. Sin duda, hay ocasiones en la vida de todos en los que el sentido común es algo de lo que debes prescindir.

    La novia de mi mejor amigo se deslizó hasta mi entrepierna y empezó a comerse mi polla jugueteando en el capullo con su lengua mientras sujetaba con fuerza mis huevos. Mientras, yo observaba a Toni que ya tenía la polla fuera y se la estaba cascando.

    Pero entonces todo dio un inesperado giro. Ruth levantó la cabeza y le dijo a Toni que se acercase. Mientras ella me quitaba la camiseta y terminaba de bajarme los pantalones, Toni se desvistió lentamente y se sentó a mi lado. Mis manos se habían perdido bajo la camiseta de Ruth y acariciaban sus pechos sin sujetador, mientras ella continuaba con la mamada. Entonces Toni puso una mano sobre mi muslo acariciándolo con suavidad y empezó a acercar su boca a mi polla.

    - ¡Eh tío! ¿Pero que haces? –Grité yo incorporándome ligeramente.

    - Quiero probar tu polla... podemos compartirla. –Dijo él con total normalidad.

    Toni volvía a rebajarse, con todo el daño que le había hecho. Pero inevitablemente esas palabras me encendieron por dentro. Dos bocas, dos lenguas, cuatro manos, veinte dedos... sobre mi polla. Y la mitad de todo ello de un amigo al que me había follado semanas atrás. ¿Cómo me iba a resistir a eso? Por si quedaba alguna duda Ruth terminó de convencerme.

    - Juan, entre Javier y yo no hay secretos, sé lo que pasó el fin de semana en Salou. Pero no te tomes esto como una amenaza, simplemente tómatelo como una invitación a que te dejes llevar y hagas lo que te apetezca. Este será nuestro secreto, el secreto de los tres.

    Javier no había tenido la boca cerrada, y si ahora Ruth lo sabía, ¿por qué iba desaprovechar esa oportunidad? Mi vida seguía cuesta abajo y sin frenos. No contesté. Me acerqué a Toni, rodeé su cuello con mi brazo y le conduje hacia mi polla.




    Continuará...


     
  •  


    CAPITULO XXI: NUESTRO SECRETO.


    El contacto de los labios de Toni rodeando mi polla revivió en mí los recuerdos de aquel viernes en su casa. Ruth, sentada a mi lado, contemplaba la escena con una sonrisa en los labios. Ella, al igual que su hermano Javier, parecía tener una gran capacidad de persuasión, o al menos sobre Toni y yo.

    Las manos de mi amigo acariciaban mi torso mientras Ruth me besaba. Le quité la camiseta dejando a la vista sus preciosos pechos. Empecé a lamerlos. Mi lengua se detuvo en sus pezones jugueteando con ellos mientras Ruth lanzaba pequeños gemidos.

    Miré hacia mi entrepierna. Toni continuaba engullendo mi polla. Mientras se la comía y pasaba la lengua por el tronco y por mis huevos, mi amigo tenía sus ojos bien abiertos, clavados en mi polla, como si intentase grabar aquella escena para siempre en su retina. Sólo apartaba su mirada para observar mi expresión y buscar en mis ojos la aprobación por su espectacular mamada. Y mis ojos no sólo reflejaban aprobación si no también placer... el placer de sentir los labios de uno de tus mejores amigos comiéndose tu polla erecta y dura mientras una de tus mejores amigas presencia la escena.

    Toni se detuvo y alzó su cabeza.

    - ¿Te gusta? –Le dijo a Ruth.

    - Me encanta. Quiero que os beséis. –Dijo Ruth con un hilo de voz mientras acariciaba lentamente su cuerpo desnudo.

    Toni me miró con complicidad e incorporándose acercó su boca a la mía. Nuestros labios tomaron contacto. Mi lengua asaltó su boca enredándose con la suya. El sabor de mi polla en su boca, el morbo de saber que acababa de comérsela, me calentaba especialmente. Mis manos recorrían su espalda amplia y definida por el deporte. Mientras nos besábamos, él continuaba pajeando mi polla.

    Ruth terminó de desvestirse y empezó a acariciar su húmedo sexo con sus dedos. Toni continuó con la mamada, estaba hambriento de verga, sólo había que verle succionar y mamar mi polla con tanta voracidad para darse cuenta de ello. Le acariciaba su cabeza guiando sus movimientos. Su lengua volvió a recorrer el tronco de mi polla desde el capullo a la base, lamió mis huevos y se perdió por el espacio que los une con el ano. Instintivamente levanté ligeramente mis piernas. Su lengua rozó esa parte tan sensible de mi anatomía y me estremecí de placer. Volvía a sentir aquella sensación tan agradable.

    La boca de Toni volvió a mi polla mientras jugaba con un dedo en mi ano. Empezaba a perder el sentido. El placer que me hacía sentir aquel dedo entrando y saliendo de mi culo era indescriptible. Algo que hay que sentir por uno mismo para poderlo entender.

    Ruth gemía mientras se masturbaba observando la mamada que Toni me estaba haciendo. Se la veía realmente caliente. No pudo aguantar más. Se abalanzó sobre mi polla y empezó a comérsela junto a Toni. Aquello me hizo rozar el cielo. La boca de Ruth cubrió absolutamente mi polla mientras Toni se dedicaba a mis huevos. Se los metía en la boca hasta donde le cabían. Su dedo continuaba en mi culo mientras Ruth seguía succionando mi capullo con fuerza, como esperando que mi leche brotase de golpe y saciase su sed. Me iba a correr.

    - Mmmmmm... parad por favor, o me voy a correr... –Susurré yo.

    - ¡No! Antes nos tienes que follar. –Dijo Ruth.

    Dicho y hecho. Toni buscó un condón en su cartera y me lo colocó en la polla. Era el turno de Ruth. Mi amiga se sentó a horcajadas sobre mí mientras dirigía mi polla hacia la entrada de su coño. Estaba muy lubricada así que entró con mucha facilidad. La novia de mi mejor amigo empezó a moverse sobre mí, como cabalgándome, mientras mi polla se perdía en su interior. Nos fundimos en un brutal beso.

    Ruth gemía cada vez más alto, sus manos acariciaban mi pecho con fuerza, hasta clavarme las uñas. Empecé a preocuparme por si alguien en la casa nos podría oír. Toni acalló mis preocupaciones y los gemidos de Ruth. Le puso su polla tiesa en la boca y Ruth empezó a comérsela como si le fuese la vida en ello.

    Ruth aceleraba el movimiento de la cogida y yo empecé a sentir que me correría, pero no quería acabar sin follarme el estrecho culo de Toni. Me detuve.

    -Ahora te toca a ti, te la quiero meter por el culo... –Dije yo mirando a Toni.

    Toni se apoyó en el brazo del sofá mientras Ruth se incorporaba. Mi amigo puso una de sus piernas sobre el brazo dejando la otra en el suelo, mostrándome su rosado agujero. Me puse detrás de él y empecé a meter un dedo en su culo. Estaba muy dilatado y caliente. Dos dedos. Toni gemía. Tres dedos entraron sin dificultad. Los retiré de golpe. Era el turno de mi polla.

    - Ahhhhhhh... métemela ya, por favor.

    Apunté mi polla hacia su agujero y se la empecé a meter. Ruth observaba la escena sentada en el sofá con dos de sus dedos enterrados en su sexo, jugueteando con su clítoris.

    El culo de Toni empezó a darme un placer difícil de igualar. Estrecho y caliente, su esfínter presionaba mi polla mientras entraba y salía. Toni jadeaba casi sin aliento mientras le penetraba con cada centímetro de mi verga.

    - Ahhhhhhh... sigue por favor, sigue... mmmmm, fóllame. -Decía Toni entre gemidos.

    Sus palabras me calentaban aún más. Aceleré el ritmo de la enculada. Sujeté a Toni por las caderas apretándolo hacia mí. Mis huevos chocaban contra sus nalgas al final de cada embestida. Toni gemía. Miré hacia Ruth. Con las piernas abiertas continuaba masturbándose mientras con la otra mano se acariciaba los pechos. Su mirada seguía clavada en la enculada, clavada en el movimiento de mi polla en el culo de Toni.

    - ¡Ahhhh! Me voy a correr... –Grité yo.

    - ¡Espera! –Dijo Ruth.

    Saqué la polla del culo de Toni y me quité el condón. Ruth se levantó, se acercó a Toni. Y ambos se estiraron en el sofá en sentido opuesto, con sus caras a la misma altura.

    - Te vas a correr en nuestras bocas... queremos leche, nos la hemos ganado. –Dijo Ruth.

    - Os voy a llenar de leche... mmmmm. –añadí yo mientras aceleraba el ritmo de la paja-. Ahhhhhhhh...

    Mi leche empezó a salir disparada. Una descarga se estrelló en el sofá. Las siguientes cayeron encima de mis amigos. En el pecho de Ruth, en su cuello, en su boca, en el abdomen de Toni. Mis amigos buscaban con sus lenguas el semen que iba cayendo sobre sus caras. Se fundieron en un beso compartiendo mi corrida y terminaron de masturbarse hasta llegar al orgasmo. El pecho de Toni se cubrió de su propia leche.

    Nos limpiamos en silencio y nos vestimos. Por primera vez después de follar con un tío seguía consciente y no salía corriendo. Continuaba disfrutando de la situación. El orgasmo había sido brutal y me sentía especialmente relajado. Desde la noche del sábado necesitaba un polvo como ese.

    Los tres estábamos sentados en el mismo sofá. En el equipo de música sonaba suavemente “Free” de Lighthouse Family. Nadie se atrevía a decir nada, sin duda la situación era comprometida. Y entonces empecé a reírme.

    - ¿De qué te ríes? –Preguntó Ruth extrañada.

    - Jajaja... es la primera vez que me follo a otro tío y no salgo corriendo, si a eso añadimos que es mi primer trío, que me acabo de tirar a la novia de mi mejor amigo y que ella ha presenciado como me follo a uno de mis amigos en su propia casa... jajajaja. ¿No es gracioso? –Dije yo con una risa nerviosa.

    - Jejeje... estás loco Juan. –Dijo Toni sonriendo.

    - Así que Javier te había contado lo que pasó el fin de semana en Salou. –Recordé yo intentando calmarme.

    - Sí, Javier y yo nos tenemos mucha confianza. Además, gracias a su explicación conseguí convencer a Toni de que tú no habías tenido toda la culpa de lo que pasó en Salou. Javier es mi hermano, y le quiero, pero es un cabronazo... le echa mucho morro a la vida y se olvida de que los demás tienen sentimientos.

    - ¡Ah! Por eso estás aquí Toni. –Dije yo empezando a atar cabos.

    - Bueno, digamos que he empezado a superar lo de Javier. Al conocerle mejor me di cuenta de que no era, ni de lejos, como había imaginado. Además tenía ganas de volver a verte Juan. Esta ha sido, una vez más, una noche fantástica.

    - Me alegra ver que volvemos a ser amigos, pero, recuperando el sentido común, me gustaría dejar claro que esto ha sido un hecho aislado. No volverá a suceder, por lo menos por mi parte. –Dije yo convencido.

    - Cierto, éste será nuestro secreto, y de estas cuatro paredes no debe salir nada. –Dijo Ruth recuperando la serenidad.

    - Bueno, por mi parte de acuerdo. No debo olvidar que Juan siempre será para mí un objetivo inalcanzable. –Dijo Toni con ironía.- Bueno, ¿pero que pensáis hacer con vuestras respectivas parejas?

    - Pues supongo que intentarlo de nuevo con Jesús, al fin y al cabo ésta ha sido mi pequeña venganza y con ella se ha hecho realidad una de mis fantasías sexuales. Sí, creo que le daré una oportunidad.

    - Me alegra oír eso Ruth. Yo por mi parte no voy a continuar con Ana, pero no tiene nada que ver con lo que ha pasado esta noche, ni con lo que ha pasado en estos últimos meses contigo o con Javier. -Dije yo mirando a Toni.

    Mis amigos me miraron con incredulidad. Mi afirmación sonaba menos creíble que una promesa electoral sobre política social del Partido Popular.

    - Os digo la verdad... si corto con Ana es porque ya no siento lo mismo por ella. Nada más. –Dije yo casi convencido de mi rotunda afirmación.

    - Tu verás Juan –dijo Toni-. Pero que te sientas atraído por un tío no se cura, no es como un resfriado. Te lo digo por experiencia. Hay que aprender a vivir con ello.

    Sus palabras volvieron a quitar sentido a mis afirmaciones. Los tres volvimos a quedarnos en silencio.

    - Será mejor que demos por concluida la reunión. –dijo Ruth.

    Durante el camino de vuelta a casa no podía dejar de pensar en todo lo que había sucedido. Sabía que podía confiar en el silencio de Toni, mi amigo parecía carecer de toda maldad, y esa noche me lo había vuelto a demostrar. El silencio de Ruth se daba por supuesto, tenía tanto que perder como yo. Ese sería nuestro pacto. Estaba sellado y era mejor empezar a olvidarlo.

    Llegué a casa. Cuando estaba en mi habitación quitándome la ropa entró mi hermano. Yo sólo llevaba puestos unos boxers ajustados de Dolce & Gabbana.

    - ¿Puedo pasar? –Dijo mi hermano asomando su cabeza por la puerta de mi habitación.

    - Claro, adelante. –Es lo único que podía decir dado que ya casi estaba dentro.

    - ¿Qué tal la cena?

    - Bien, entretenida. –Contesté un poco violento por la situación.

    - Vaya me alegro. –Respondió únicamente mi hermano, quedándose en silencio nuevamente.

    - ¿Carlos sucede algo? –Dije yo ante ese incómodo silencio.

    - No, no... sólo he venido porque quería decirte que me han dado el trabajo en la empresa de telecomunicaciones a la que fui a hacer la entrevista hace unos días.

    - ¡Vaya! Me alegro hermano –dije yo.

    - Gracias Juan. ¿No me vas a dar un abrazo?

    - Claro.

    Me acerqué a mi hermano y nos abrazamos. Él estaba vestido aún, debía acabar de llegar. El contacto de sus manos y sus brazos alrededor de mi espalda desnuda me hicieron estremecer. Nos quedamos sólo unos segundos abrazados, pero a mí me parecieron horas. Me retiré con suavidad. Pero Carlos no apartó sus brazos. Sus manos se deslizaron por mi espalda hasta rozar el elástico de mis boxers, justo en el inicio de mi culo. ¿Qué estaba pasando?

    Me aparté bruscamente. Carlos lo notó. Desvió su mirada hacia abajo, pareció sentirse avergonzado y la volvió a alzar. Sin decir nada se sentó en mi cama. Yo estaba paralizado, de pie.

    - Bueno, pues ahora que tengo trabajo, y espero que dure, creo que pronto empezaré a buscar algún piso de alquiler en Barcelona. Y me preguntaba si te apetecería compartirlo conmigo y algún colega más. -Dijo Carlos aparentando normalidad.

    - Bueno, tendría que pensarlo. Avísame cuando tengas algo seguro. -Dije yo aún confundido por la situación.

    Carlos no contestó. Me miró fijamente a los ojos. Yo continuaba inmóvil, de pie en mitad de mi habitación. Quizás todo aquello era fruto de mi imaginación, de esa mente enfermiza en que me había convertido, pero mi hermano tenía un comportamiento extraño. Daba la impresión que intentaba decir algo.

    - Te quedan muy bien esos boxers. –Dijo Carlos mientras se levantaba de la cama y se dirigía a la puerta de la habitación. –Buenas noches.

    La puerta se cerró y Carlos desapareció tras ella. ¿Qué tenían de especial mis boxers? Miré hacia mi entrepierna. Tenía la polla completamente dura. Desde la base en mis huevos hasta el capullo, casi en el borde de los boxers, se marcaba completamente mi polla erecta. Sin duda mi hermano había presenciado el espectáculo.



    Continuará...

     
  •  


    CAPITULO XXII: HOY YA NO TE QUIERO:


    Por primera vez había sido capaz de asimilar con relativa calma y control una situación como la sucedida en casa de Ruth. Aquel trío se había convertido en nuestro secreto y yo estaba dispuesto a no complicarme la vida dándole más vueltas. Todo hubiese acabado bien aquella noche si no hubiese sido por el encontronazo con mi hermano cuando me estaba cambiando en mi habitación. Aquello me dejó realmente descolocado.

    El martes transcurrió con rapidez, mis prácticas en un bufete de abogados me ocuparon gran parte del día. Sólo tuve tiempo para pasar por el centro para comprar el último disco de Madonna antes de volver a casa.

    Al llegar, coincidí con mi madre que volvía del trabajo. Su nueva faceta laboral en una inmobiliaria de Barcelona la tenía realmente entusiasmada. Aún así no hubo tiempo para hablar demasiado. Mañana iba a ser un día muy complicado y prefería irme a dormir temprano.

    El miércoles amaneció nublado. Desayuné rápidamente y me fui a toda prisa hacia Barcelona. Los mismos 30 kilómetros cada mañana que tenían como destino un monumental atasco a la entrada de la ciudad. Pero aquel día me resultaba algo distinto. El cielo cubierto por unas nubes negras que amenazaban lluvia parecía advertirme de que aquél no iba a ser un día fácil. Miércoles, habían pasado siete días. El plazo que me había concedido Ana terminaba hoy.

    Cuando aparcaba el coche cerca de la facultad de Derecho llegó un mensaje a mi teléfono móvil: “Se te ha acabado el plazo. Si tienes algo que decirme, estaré en el centro toda la tarde. Ana.”

    Terminé de leerlo y lo borré. Aquello era absurdo, ¿No pensaba ir a clase hoy? Ana parecía vivir en un capítulo de Sensación de Vivir, o aún peor, en uno de esos culebrones de la sobremesa de Televisión Española. Pues claro que tenía algo que decirle. Para bien o para mal, merecía una respuesta en condiciones

    Durante las clases no pude concentrarme. Intentaba preparar la conversación que iba a tener con ella. Raquel se acercó un instante a media mañana para decirme que Ana no iba a ir a clase porque habían ingresado a su padre en el hospital por una angina de pecho. Estaba perdido. ¿Cómo le iba a decir que por mi parte habíamos terminado si su padre estaba ingresado en un hospital? Sin duda, las desgracias nunca vienen solas. Pero ya no había marcha atrás, no estaba dispuesto a aplazar ni un día más mi decisión.

    Durante la comida le envié un SMS para citarla en el Café de la Opera en la Rambla. Ana aceptó. Quedaban menos de tres horas. Empezaba a odiarme a mí mismo por ser tan cabrón.

    Una asignatura optativa de una hora de duración y se acabaron las clases. Dejé el coche en la facultad y fui en metro hasta el centro. Treinta y cinco minutos. Salí por la boca de metro equivocada y caminé hacia la cafetería. Veinte minutos. Ana no había llegado aún. Me senté y pedí un capuccino. Doce minutos. Ana entró por la puerta con una expresión en su cara que lo decía todo. Cansada, seria, triste, de mal humor, falta de esperanza e incluso prevenida. Se sentó justo en la silla de enfrente.

    - Hola. –Dije yo.

    - Y bien, ¿Qué has decidido? –Soltó sin más, sin ni si quiera devolverme el saludo.

    - ¿No me dirás antes qué tal está tu padre? –Dije yo sin querer afrontar el tema de la ruptura.

    - Juan, no he venido a perder el tiempo...

    - Está bien. He estado pensado durante estos días en lo que me dijiste y antes de nada me gustaría aclarar que lo que insinuaste acerca de Javier y Toni no es cierto.

    Ana me miró sorprendida. Debía estar pensado que tenía unos cojones inmensos por continuar mintiendo. Pero no supe afrontarlo de ninguna otra forma.

    - ¿No estuviste en el jardín con Javier?

    - Sí, estuve con Javier, estuvimos bebiendo y hablando un rato antes de que Toni saliese al jardín. Entonces les dejé solos y me fui a dormir. –Estaba sonando creíble, coherente. Iba por buen camino.

    - Muy bien y, después de esta aclaración, ¿en qué lugar queda nuestra relación?

    - Ana, al margen de estas y otras aclaraciones que pudiese hacer para tranquilizar tu conciencia, mi decisión ya está tomada. Creo que será mejor que lo dejemos, al menos por un tiempo. No estoy seguro de mis sentimientos hacia ti. –Por fin lo había soltado.

    - Eres un cabrón Juan. ¿¡Me tienes siete días esperando una respuesta para acabar jodiéndome con una ridícula excusa que ni tú puedes creerte y decirme que quieres cortar!? – Dijo Ana alzando el tono de voz.

    - No es una excusa, intento ser sincero. Y si me he tomado los siete días de plazo ha sido porque necesitaba aclarar mis sentimientos. Ana, te quiero demasiado para continuar haciéndote daño. Te quiero pero ya no estoy enamorado de ti. –La cara de Ana se encendió con mis palabras.

    - ¡¡Maldito hijo de puta!! –La gente que teníamos sentada en las mesas más cercanas escucharon el insulto, la situación era realmente embarazosa-. ¿Qué pasa, que Javier te la metió por el culo y te has vuelto maricón? ¿Ya no te gustan las mujeres?

    Exploté. Ana me había disparado un dardo envenenado en el centro de mi orgullo.

    - Baja la voz. –Dije con una rabia casi imposible de contener- Me sudan la polla tus estúpidas acusaciones, que por otro lado no tienen nada de cierto. Ese no es el motivo por el que creo que debemos terminar con todo esto. –Dije yo realmente cabreado.

    Mi furia y mi desprecio hirieron a Ana que pasó de la rabia al llanto en un par de segundos. Prácticamente toda la cafetería se había percatado ya de nuestra discusión.

    - ¡Por favor no me hagas esto! Te sigo queriendo Juan, no sabría vivir sin ti... –dijo Ana entre lágrimas.- Podemos arreglarlo Juan, creeré en lo que me dices... podemos arreglarlo.

    Empezaba a sentir náuseas por aquella situación. Me sentía realmente sucio por mi comportamiento, por mis mentiras, por lo injusto que estaba siendo con Ana. Pero no cedí. Continué avanzando hacia mi objetivo.

    - Ana, no hay solución... mis sentimientos hacia ti han cambiado. Lo siento, pero uno no decide de quién se enamora o de quién no. Alargar todo esto sólo nos haría más daño. Quiero que seas feliz... y junto a mí no lo serás nunca.

    - Juan, no puedo entender este cambio de actitud... si es cierto que no sucedió nada en Salou ¿por qué han cambiado tus sentimientos hacia mí? ¿Es por mi culpa? ¿Es por algo que he hecho?

    Aquello ya era demasiado. Ana empezaba a echarse la culpa. Jamás podré entender como alguien puede rebajarse de esa manera. ¿Eso es amor? Si lo es, prefiero no estar nunca así de enamorado.

    - Hay otra mujer.

    Mis palabras brotaron casi sin darme cuenta. Mi instinto de autoprotección lanzó aquella nueva mentira. O mucho me equivocaba o Ana no aguantaría que hubiese otra mujer en mi vida y dejaría de insistir. O eso, o me levantaba de la silla y me iba.

    - ¿Otra mujer? ¿Te has liado con otra?- Dijo ella dejando de llorar súbitamente.

    - No me he liado, estoy enamorado de ella... -Mentí yo.

    - Nunca, nuca te perdonaré todo el sufrimiento que me has hecho pasar... de ahora en adelante, cada día de mi vida, desde que me levante por la mañana y hasta que me acueste por la noche, rezaré, rogaré y suplicaré para que todo el amor que te he tenido se convierta en odio.

    - Lo vas a tener fácil... creo que ya has empezado a odiarme.

    Ana se levantó, cogió su bolso y salió de la cafetería. Seguramente caminando por la Rambla, las lágrimas volvieron a empañar sus ojos. Prefería no verla llorar más. Sin duda, Juan Lafarge Aribau había tocado fondo aquella tarde.

    Pocos minutos después, salí de la cafetería y empecé a caminar hacia el coche. Estaba realmente avergonzado. Quizás debía haber intentado nuevamente arreglar las cosas con Ana. Quizás me había vencido el egoísmo o la cobardía durante aquella conversación. Quizás debiera sentirme como un cabrón, como un maldito hijo de puta, pero caminando por la Rambla de Barcelona, impregnado por aquel mágico ambiente, respiré profundamente. La presión en el pecho, el nudo en la garganta, la punzada en el corazón... desaparecieron. Sonreí. Lo había hecho, había tenido valor para tomar una decisión fundamental. Ana empezaba a salir de mi vida.

    Caminé durante más de una hora. Al llegar al coche apenas sentía los pies y las piernas. Me senté ante el volante. Accioné el techo solar. El sol brillaba a mi espalada tímidamente justo antes de ponerse. Casi no quedaban nubes en el cielo. Barcelona me resultó especialmente bonita. Encendí el motor que susurró con la dulzura propia de un Mercedes. Arranqué y salí del aparcamiento. Seleccioné un compact disc del cargador. La sensual voz de Ana Torroja cantando “Ya no te quiero” inundó el interior del coche...

    “Hoy, después de tanto tiempo

    de habernos hecho tanto daño

    no, hoy ya no te quiero

    y no tiene remedio...”




    Continuará...

     
  •  

    CAPITULO XXIII: MI VIDA SIN ANA.

    Han pasado unos días desde la ruptura con Ana y en este tiempo las cosas han cambiado bastante. Al día siguiente a nuestra conversación, el tema de la ruptura era de dominio público. Los padres de Ana llamaron a mi madre para preguntar por lo sucedido, incluso quisieron hablar conmigo, algo a lo que yo me negué. No estaba dispuesto a que terceras personas se entrometieran en el asunto.

    Las reacciones en mi entono más próximo no se hicieron esperar. Mi madre me interrogó sobre lo sucedido e insistió en que fuese lo que fuese seguramente podíamos arreglarlo. Incluso se ofreció a hacer de mediadora. Mi hermano estuvo también en esa línea. Me dijo que el final se veía venir desde hacía semanas y me apoyó en la decisión, aunque no estuvo nada de acuerdo en la brusquedad con la que planteé la ruptura.

    Mis amigos no se pronunciaron en un principio, pero cuando Ana difundió el motivo de la ruptura, mi supuesta infidelidad con otra chica, todos cerraron filas entorno a mi ex novia. En pocas palabras me dieron la espalda. Era de esperar, y la verdad es que no me importó. Prefería que la gente pensase que era un cabrón por liarme con otra, a que mis tropiezos con Toni y Javier saliesen a la luz.

    Toni me mandó un SMS para darme su apoyo por mi decisión. Le respondí diciéndole que no se confundiese, que mi ruptura con Ana no tenía nada que ver con nuestros encuentros. Jesús me llamó para echarme una bronca monumental por mi manera de romper con Ana. Me dijo también que como Ruth y ella eran amigas, quizás estaríamos un tiempo sin vernos, pero cuando las cosas se calmasen todo volvería a la normalidad. Excusas. Ni si quiera me había agradecido lo que hice por su reconciliación. Pedro no dio señales de vida, supongo que bien amaestrado por Raquel. Emma me invitó a comer, intentó sacarme todo lo que quería saber y terminó por decirme que le había hecho mucho daño a Ana y que ahora mi ex necesitaría el apoyo de todos sus amigos. Excusas. De Iván no tuve noticias, aunque las dos veces que lo vi con Ana en la facultad me dejaron muy clara cual era su postura. Buitre, majestuosa ave carroñera.

    No les reproché nada. Ante esa situación había que posicionarse y mi ex novia parecía haberlo dejado claro: o con ella o contra ella. Ana era la víctima y yo el verdugo. Mis amigos decidieron dar su apoyo a Ana y esperar que las aguas se calmasen para reestablecer su relación conmigo. Pero en todo hay excepciones, y esta vez Jordi se desmarcó del resto. Su apoyo fue fundamental para que no me hundiera en los reproches de mis otros “amigos”. El sábado me llamó mientras estaba en casa preparando el temario de un examen.

    - Oye tío, te llamo para invitarte a una pequeña fiesta en casa de un amigo.

    - Uff... no estoy de humor Jordi. -Dije yo sinceramente.

    - Por eso Juan, te vendrá bien salir un poco. Joder, que sólo has roto con ella, que no la has matado y enterrado en la cuneta de una carretera comarcal. Deja ya de atormentarte. Tus motivos tendrías.

    - Ya, pero nadie lo entiende...

    - Juan, tienes que dejar de lamentarte, el tiempo pone las cosas en su sitio. Cuando Ana esté más animada todo volverá a la normalidad. En este momento es lógico que vuestros amigos en común le den su apoyo.

    - Eso espero... está bien ¿dónde es la fiesta? –Dije yo pensando que quizás me vendría bien salir un poco.

    - Así me gusta Juan. La fiesta es en el ático de un amigo. De Rafa, no sé si le recuerdas, ha venido a alguna cena con el grupo. Tiene una tienda de cómics, juegos de rol y este tipo de cosas en el centro de Barcelona.

    - Pues sí, me suena el nombre. Está bien, iré. ¿A qué hora te pasó a buscar?

    - A ver... ¿a las diez te va bien?

    - Perfecto Jordi, nos vemos a las diez. –Contesté yo.

    - Juan, eres cojonudo. Te veo luego.

    El resto de la tarde fue realmente aburrida. Ni una llamada de mis amigos. Mi hermano había salido y no llegó hasta la hora de cenar. Mi madre volvió de la compra a las ocho, y los tres cenamos juntos en la cocina. Después Carlos se marchó otra vez. Sobre las nueve y cuarto me fui yo.

    Recogí a Jordi en su casa y nos fuimos a la fiesta. El ático estaba en el Paseo de Sant Joan. Por fuera era uno de esos edificios de principios del siglo XX típicos del Eixample barcelonés. Por dentro estaba completamente reformado y decorado con muebles de Ikea. Cuando entramos en el equipo de música sonaba Rythm of the night de Jasmin K.

    Después de las presentaciones de cortesía, Rafa nos enseñó un poco el piso. El comedor era realmente amplio y daba a una terraza posiblemente más grande que todo el piso junto. El resto no destacaba especialmente. Me serví un vodka con naranja y estuvimos un rato hablando del smart roadster que se acababa de comprar Jordi para jubilar su smart city-coupé.

    - Perdonad. –Dijo Rafa interrumpiendo a Jordi.- Quería presentaros a alguien. Ésta es Natalia, mi hermana, y éstas son sus amigas, Alba y Marta. Chicas a Jordi ya le conocéis y él es Juan.

    Después de los besos de rigor las tres se quedaron hablando con nosotros. Natalia era sin duda la más guapa de las tres. Era alta y esbelta, y por su cara de niña mona debía tener unos 16 o 17 años. Tenía el pelo castaño oscuro, muy largo y liso. Iba vestida con una breve falda tejana y una especie de blusa blanca con el escote de barca que dejaba a la vista unos precioso hombros. No llamaba la atención ni por unos pechos grandes ni por un culo especialmente atractivo. Natalia estaba más bien delgada pero me resultaba muy atractiva.

    Alba era más bajita, de caderas amplias y voluminoso pecho. Tenía el pelo teñido de un rubio platino que cegaba la vista e iba vestida con ropa de aquellos supermercados donde la gente se compra de todo por poco dinero, del Zara vamos. Por último Marta. De apariencia un tanto desgarbada, piernas largas y cintura alta. Aunque pareciese mentira llevaba unos pantalones de chándal y un top, perfecta indumentaria para una fiesta. Todo ello de otro de los grandes de la moda, de Bershka.

    - ¿Y qué tal la noche? –Dijo Natalia con timidez.

    - Muy bien... buen ambiente, buena música, buena comida... –Respondí por cortesía.

    - A mi hermano se le da muy bien esto de organizar fiestas.

    - Sí, sin duda –mentí yo-. ¿Vienes a muchas de sus fiestas?

    - No, que va... no me deja, dice que desentonamos porque somos unas crías. Lo de hoy ha sido una excepción. –Dijo ella con una sonrisa.

    - ¿Cría? Pues yo te veo hecha una mujer. –Dije yo provocando que Natalia se ruborizara.

    - Gracias. De hecho si nos han presentado ha sido porque tenía interés en conocerte.

    - Vaya... para serte sincero tú también has despertado mi interés.

    Nos miramos fijamente sin decir nada.

    - ¿Te apetece bailar? –Dije yo para romper tan incómodo silencio.

    - De acuerdo. –Respondió con una sonrisa.

    Nos situamos en medio del comedor que se había convertido en una improvisada pista de baile. Sonaba “Te aviso, te anuncio” de Shakira. Natalia empezó a moverse con suavidad ante mi atenta mirada. Sus caderas se sacudían magistralmente al ritmo de la música. Sus brazos rodearon mi cuello y los míos atraparon su cintura. El baile empezaba a cargarse de sensualidad. Se acercó más a mí. Dio un giro y dándome la espalda, su prieto culito rozó mi paquete. Me estaba calentando. Otra vuelta. Sus labios quedaron cerca de los míos. Mis manos descendieron hasta sus caderas. Las suyas recorrieron mi pecho hasta la cintura. Se detuvo. Su mirada parecía desprender sensualidad.

    - ¿Te apetece salir a tomar el aire a la terraza? –Dije yo intentando buscar algo más de intimidad.

    - Está bien... –Dijo Natalia sin demasiado convencimiento. Su expresión había pasado de la lujuria a la duda.

    Salimos fuera y caminamos hasta alejarnos de la luz que salía de la casa. Nos sentamos en el borde de uno de los respiraderos que emergían del edificio.

    - Vaya... hace una noche preciosa... –Dijo ella para romper el hielo.

    - Sí, fantástica -hice una pausa-. Así que tenías interés en conocerme...

    - Sí, me has parecido un chico muy atractivo. –Dijo ella un poco avergonzada.

    - Tú también me gustas ¿sabes?

    El baile me había calentado mucho. Notaba mi polla dura y palpitante bajo la ropa. Esa inocencia fingida, ese aspecto de niña de instituto que no había roto nunca un plato, ese cuerpo casi virginal, esa manera tan provocativa de bailar... Natalia me atraía mucho.

    Me bajé del muro donde estábamos sentados y me puse delante de ella. La miré fijamente a los ojos y ella aguantó la mirada. No vacilé. Acerqué mis labios a los suyos y nos besamos. Parecía reacia a ese beso, pero poco a poco fue relajándose y mi lengua penetró en su boca.

    Mis manos se posaron sobre sus piernas y fueron subiendo hasta llegar a sus caderas. Natalia continuaba con las suyas apoyadas en el borde del muro donde estaba sentada. Mis dedos volvieron a recorrer sus piernas y buscando la parte interior de sus muslos empezaron ascender camino de su entrepierna. Continuábamos besándonos. Cuando mis dedos rozaron la tela de su ropa interior Natalia se separó bruscamente.

    - No, no... –Dijo entre susurros.

    - ¿No te gusta? –Pregunté yo sorprendido.

    - No sé... no estoy segura... quizás estamos yendo demasiado rápido.

    - ¿No te gusto? –Dije yo haciéndome la víctima para ablandarla.

    - Sí, me gustas mucho Juan... y me encantaría conocerte mejor. Pero no así...

    - Natalia relájate y disfruta del momento. –Insistí yo mientras apoyaba ligeramente mi mano en su pecho.

    - Juan... –dijo ella apartando mi mano- soy virgen… no estoy preparada…

    ¿Me tomaba el pelo? Virgen claro, y yo era San José. Primero me ponía la polla dura en medio de un baile que dejaba en evidencia al de Sharon Stone y Michael Douglas en Instinto Básico, y ahora se hacía la estrecha.

    - Sólo haremos lo que te apetezca. -Dije yo mientras cogía su mano y la conducía hacia mi abultado paquete-. Ves... no la puedes dejar así.

    Mi calentón era de aquellos que o acaban con una buena corrida o no te dejan tranquilo. Pero Natalia volvió a negarse. Apartó la mano de mi entrepierna.

    - Juan... por favor. –Sus palabras sonaron a súplica. Era el momento de retirarse.

    - Está bien. –Dije yo sin demasiado convencimiento.- Volvamos dentro.

    A partir de ese momento la fiesta se me hizo realmente insoportable. Sólo tenía ganas de volver a casa y hacerme una buena paja viendo alguna web porno. El ambiente estaba cargado y me sentía algo mareado. Salí otra vez a la terraza para tomar el aire.

    Caminé hacia el extremo más alejado de la terraza. Continuaba con un calentón impresionante. Volví a pensar en las piernas de Natalia. Deslicé mi mano hasta mi paquete y sentí mi polla dura. Casi mecánicamente me la empecé a acariciar por encima de la ropa. Sentía la necesidad incontenible de hacerme una paja. Aquello era una locura. Me apoyé en la baranda de ladrillo y me bajé la cremallera de los pantalones de Tommy Hilfiger que llevaba. Me saqué la polla y me la empecé a cascar. La situación de estar solo en la oscuridad en aquella terraza y con el peligro de ser descubierto me excitó tanto que me corrí en pocos minutos. Mi semen empezó a caer en el suelo mientras seguía pajeándome con esa mezcla de placer y dolor que se siente cuando continuas con una paja al llegar al orgasmo. Acabé de correrme y me limpié como pude. Guardé mi polla aún morcillona y volví a la fiesta.

    Sin duda mi comportamiento había sido de lo más irracional, casi de gorila en celo. Había sido incapaz de controlar mi calenturienta mente. Aunque gracias a ello, con la polla descargada, pude aguantar el resto de la fiesta sin intentar ahorcarme con el tendedero.

    Justo antes de que Jordi y yo abandonásemos tan entretenida fiesta, Natalia se acercó para intercambiar números de móvil.

    - Juan, ¿te doy mi número? Si quieres me llamas un día y quedamos para tomar algo. –Dijo ella como si nada hubiese sucedido.

    - No, haremos una cosa mejor Natalia, te doy yo el mío y me llamas cuando termines el colegio. –Dije yo irónicamente, quizás incluso algo borde.

    - Estoy en el instituto -dijo ella dolida.

    Le tendí mi número de móvil apuntado en una servilleta de papel.

    - Ya sabes dónde buscarme. –Dije yo antes de salir por la puerta con Jordi.

    La actitud de Natalia me había cabreado realmente. Una de mis máximas en la vida es la de no encender el horno si no se va a cocinar. A pesar de ello, no descartaba volver a verla. Seguramente no tardaría mucho en caer. La chica merecía una segunda oportunidad.




    Continuará...

     
  •  

    CAPITULO XXIV: EL AMOR EN CADA DETALLE.


    La cabeza me estallaba. El reiterativo y odioso sonido del despertador retumbaba en mi interior. A mí modo de ver no había bebido tanto en la fiesta de ayer, pero mi lamentable estado físico decía todo lo contrario. Me levanté a duras penas y me arrastré literalmente hasta el cuarto de baño. Me quité el pijama y me metí debajo del chorro de la ducha. El agua me revivió lentamente.

    Bajé a la cocina. Ni mi hermano ni mi madre daban señales de vida. En la puerta de la nevera había un post-it de mi madre:

    “Estoy en el club de natación en Sitges con Carmen. Volveré a la hora de comer”.

    Su reinserción en el mundo laboral había transformado totalmente a mi madre. Me alegré por ella. Cogí un zumo con leche y salí fuera para tomar el aire. En la calle estaba mi hermano, lavando su coche. Me detuve aún dentro del pequeño jardín de la parte delantera de la casa. Carlos llevaba puestos unos pantalones cortos de deporte y una camiseta sin mangas de Nike. El agua de la manguera le había salpicado. Mi polla se puso completamente dura. La camiseta parecía dos tallas más pequeña de la que debía usar mi hermano y se ajustaba a sus pectorales y a su definido abdomen. Los pantalones debían haberse encogido en la lavadora porque dibujaban fielmente sus piernas de nadador bajo la tela. Y por si no fuera suficientemente provocativa esa visión, como la camiseta era corta se le advertía un prometedor paquete.

    - ¿Qué haces ahí parado? -Dijo Carlos devolviéndome a la realidad.

    - Tío, no sé porque lavas el coche en la calle, los vecinos se van a quejar por el agua. –Dije yo por decir algo.

    - Ya, ya... mamá ya me ha echado broca antes de irse. Ya acabo.

    ¿Acabar? Por mí podía quedarse allí toda la vida, vestido con esa ropa y lavando su coche bajo mi atenta mirada.

    - Bueno, si me ayudas igual termino antes.

    - Vale, ¿qué hago? -Dije yo.

    - Coge la manguera y empieza a aclarar este lado del coche. Seguro que eso, hasta tú puedes hacerlo... jejeje.

    - Que tonto eres chaval... –Bromeé yo.

    Accioné la manguera y, dada mi poca habilidad y mi inexistente experiencia en este tipo de trabajos, el agua salió a presión. Con tanta presión que no sólo aclaró la espuma del coche, si no que dejó empapado a mi hermano.

    - ¡¡Qué haces!! Tío eres tonto. –Dijo Carlos cabreado.

    - Jajajajaja... –Empecé a reírme ante la imagen de mi hermano con el pelo y la ropa calados.

    - ¡Y encima cachondeo! Ahora verás...

    Y tras quitarse la camiseta cogió la manguera y apuntó hacia mí. La visión del cuerpo de mi hermano mojado y con el torso desnudo me dejó paralizado. Sus pantalones también estaban empapados y todavía se le ajustaban más.

    Efectivamente mi hermano disparó. La manguera lanzó un potente chorro sobre mí y me mojó completamente, camiseta, tejanos y zapatillas deportivas incluidos.

    - ¡Alaaaaaa! Joder Carlos, que lo he hecho sin querer. Ya ves como me has puesto.

    - Tranquilo que el agua no encoge. Ahora estamos en igualdad de condiciones... –Dijo Carlos guiñándome un ojo.

    - Ufff... voy dentro a cambiarme. –Dije yo.

    - Ni hablar niño, ahora me ayudas a terminar.

    - ¿Así mojado? –Dije yo.

    - Eso tiene solución.

    Al decir esto Carlos se acercó a mí, puso sus manos sobre mi cintura y, ante mi perpleja mirada, tiró de mi camiseta y me la quitó. Con ella en la mano me secó el torso.

    - Perfecto, así no me coges frío. –Dijo él volviendo a su tarea de lavar el coche.

    Terminamos de lavarlo sin camiseta y con la radio puesta. Sólo de vez en cuando nos mirábamos sin decir nada. Al acabar, entramos en casa.

    - Juan quítate los pantalones que voy al cuarto de la lavadora y los pondré a lavar.

    - No, no... luego los bajo yo. –Dije yo sin ganas de volverme a quedar en calzoncillos delante de mi hermano.

    - O te los quitas o te los quito, que así vas a pillar un resfriado. –Dijo él casi bromeando.

    - Pues me los vas a tener que quitar tú... –Respondí yo siguiendo con la broma pero sin medir el alcance de mis palabras.

    - Tú lo has querido.

    Me cogió desprevenido. Carlos me lanzó sobre el sofá. Me desbrochó uno por uno los botones del pantalón rozando, sin poder evitarlo, mi paquete. Mi polla volvió a ponerse dura. Con los botones desabrochados Carlos tiró de mis pantalones dejándome únicamente con unos slips ajustados. Mi erección era imposible de disimular. Mi hermano posó su mirada en mi polla. Nos quedamos en silencio. Mi vista se clavó en su entrepierna, bajo sus ajustados pantalones Nike su erección tampoco se podía ocultar.

    - ¿Te quito también los calzoncillos? –Dijo Carlos muy bajito. Sus palabras fueron casi inaudibles... un susurro.

    ¿Aquello era parte de un inocente juego o era una invitación a algo más? Me acobardé. La situación se estaba escapando de nuestro control.

    - Me los quitaré solito... gracias. –Contesté con una fingida ironía.

    Con mis palabras mi hermano pareció recuperar el sentido. Cogió la ropa mojada y desapreció por la puerta del comedor. Yo me quedé unos segundos sentado en el sofá. El peligro había pasado. Me acaricié la polla por encima del slip. Tenía ganas de hacerme una paja. Volví a mi cuarto y me pajeé la polla pensando en otro final para la situación que había vivido unos minutos antes con mi hermano.

    A las dos del mediodía mi madre aún no había vuelto. Estaba en el comedor viendo la televisión e intentando olvidar lo sucedido con Carlos, cuando sonó el teléfono.

    - Hola Juan, cariño. Soy Carmen.

    - Hola Carmen.

    - ¿Está tu madre?

    Sus palabras me sorprendieron, incluso me asustaron.

    - ¿Mi madre? Creía que estaba contigo, o eso decía en la nota que ha dejado.

    - Vaya, creo que he metido la pata. –Dijo ella muy bajito.

    - ¿Sabes dónde está? –Interrogué yo con seriedad.

    - Pues me lo supongo…

    - ¿Dónde? –Exigí yo.

    - Juan… pregúntaselo a ella mejor. Luego la llamo. Adiós.

    Y colgó. Joder, joder, joder. Había que joderse. Primero mi padre jugaba a los secretitos y me metía en un follón con mi hermano. Y ahora mi madre. Por el bien de mi salud mental decidí olvidar aquella conversación telefónica y esperar a que el tiempo lo aclarase todo.

    Llegó mi madre. Parecía contenta aunque un tanto distraída. A mis 22 años creo ser capaz de captar en la cara de una mujer cuándo está enamorada. Rosa tenía un brillo especial en la mirada. No le dije nada acerca de la llamada de Carmen.

    Por la tarde sentí que tenía que salir de casa o me volvería loco. Intentaba con todas mis fuerzas no cruzarme con Carlos porque, sinceramente, no sabía con que cara mirarle. Así que me decidí a hacerle una visita a mi padre.

    Sobre las seis de la tarde aparqué el Sportcoupé en Diagonal Mar. Entré en el edificio. Saludo de rigor al portero y ascensor hasta el décimo. Llamé al timbre. Sara me abrió la puerta.

    - ¡Hola Juan! Mi cuñado favorito... bueno... jejeje, ahora más bien hijastro favorito. –Dijo Sara con esa ingenuidad tan insultante propia de ella.

    - Hola Sara. –Dije yo con una falsa sonrisa pintada en mi cara.

    - Pasa hombre. Tu padre está en la terraza. Estábamos viendo la serie esa del perro de Antena 3.

    Desde que Carlos nos presentó a Sara como su novia hacía más de cuatro años esa chica siempre me había puesto nervioso. Quizás era por ingenuidad, quizás por tontería o quizás porque tenía un pavo que no se lo quitaba nadie. ¿Qué debía ver mi padre en ella, además del 90-60-90?

    - Hola Juan, que sorpresa. –Dijo mi padre mientras se levantaba para saludar.- Me alegro de verte. ¿Qué tal por casa?

    - Pues bien –mentí yo-. Carlos ha encontrado trabajo. Ahora está buscando piso y quizás me iré con él cuando se mude. Así le dejamos espacio a Rosa.

    - ¿Espacio? ¿Necesita más espacio tu madre? –Preguntó mi padre sorprendido.

    - Era una forma de hablar Ricardo. Pero lo cierto es que me atrae la idea de independizarme.

    - Es una idea fantástica. Y ya sabes, cuando te licencies tienes un sitio en “Lafarge i Associats. Advocats”. –Dijo mi padre orgulloso.

    - Vaya, así que ya funciona tu nuevo bufete. –Dije contagiado por su entusiasmo.

    - Sí, marcha muy bien. En unos meses trabajaremos a pleno rendimiento. A ver cuando te pasas a ver el despacho. Está en la Diagonal. Nada que ver con el estilo cargado y rancio del bufete en el que estaba hasta ahora. Glòria también se encargó de la decoración.

    - Me alegra verte tan contento papá –dije yo-. Pero el trabajo no lo es todo, ¿qué tal con Sara?

    - Fantástico... entre mi nuevo trabajo, mi nueva casa y Sara creo haber rejuvenecido 20 años. Cuando el despacho empiece a marchar con la ayuda de los nuevos socios me tomaré unas vacaciones. Sara y yo pensamos irnos a las Seychelles.

    - ¿Se lo has contado? –Dijo Sara saliendo a la terraza-. ¡A las “Seicheles”! Me han dicho que hay tortugas gigantes... con lo que me gustan los animales.

    - ¿No es fantástica? –Dijo mi padre mirando a Sara con ojos de adolescente enamorado.

    No supe que contestar. Desde luego que era fantástica, como caída de otro planeta. Afortunadamente la Humanidad podía estar tranquila, había pocas como ella. Al oírla hablar alguien podía pensar que ara tonta, pues nada más lejos de la realidad. Sara había estudiado Informática con mi hermano aunque por problemas familiares no pudo acabar la carrera. Pero hasta el momento en que estuvo estudiando su expediente fue realmente bueno. Pero inexplicablemente, quitando la materia que hubiese estudiado, Sara no era capaz de retener ningún otro tipo de información. Quizás por su absoluta falta de interés. Si hasta que el PSOE perdió las elecciones generales en el 1996 Sara no descubrió que Felipe González no era un personaje de los Looney Tunes.

    Cenamos juntos mientras veíamos la televisión. Sara parecía tener el control del mando a distancia. Después de cenar me despedí de ellos y volví camino de casa.

    Durante la cena los había observado detenidamente. Viéndolos, me di cuenta que el amor existe realmente. El amor en las pequeñas cosas, en aceptar al otro tal como es y en no pelearse por tonterías. El amor en la forma de hablar y de tratar al otro. El amor como respeto y admiración por la persona con la que compartes tu vida. El amor en la complicidad y en compartir el mundo de las pequeñas cosas que dos personas tienen en común. Aquello era amor. Un amor fuera de los tópicos. Viendo a Sara y Ricardo entendí que amar no implica emular a los protagonistas de un culebrón. Amar es despertar cada día al lado de la misma persona y, aun con el pelo despeinado, los ojos pegados por las legañas y el incómodo aliento de las mañanas, sentir la necesidad de darle un beso y decirle “te quiero”. El amor en cada detalle.




    Continuará...

     
  •  


    CAPITULO XXV: LOS AMIGOS DE NATALIA.


    Estoy en la recta final del curso, con los exámenes encima y no soy capaz de concentrarme. A pesar de que hago un esfuerzo para que mi vida vuelva a estar en relativa normalidad, no hay forma de conseguirlo, siempre hay algo que vuelve a romper la calma. Hasta el miércoles había logrado centrarme en el Derecho y continuar preparando los exámenes finales, pero cuando estaba estudiando en casa por la tarde, una llamada dio al traste con mis esfuerzos para concentrarme.

    - Hola Juan, soy Natalia.

    - Hola Natalia. –Respondí.

    - ¿Qué tal?

    - Pues mal... tengo los exámenes encima, tengo trabajos por hacer, temario que estudiar... ufff. Ya te puedes imaginar. –Dije yo realmente agobiado.

    - Vaya... yo también estoy de exámenes, pero me preguntaba si te apetecería hacer una pausa y salir a tomar algo. –Dijo ella con timidez.

    - Natalia, creo que ya quedó claro que buscábamos cosas distintas. –Respondí con brusquedad.

    - Sé lo que tú estás buscando y... sólo te pido otra oportunidad. La noche de la fiesta me puse algo nerviosa, pero supongo que eso no debe impedir que nos conozcamos algo mejor. ¿No te parece?

    Desde luego Natalia sería todo lo estrecha que quisiese, pero parecía una chica muy madura. Me gustaba la forma en que estaba planteando la cita. Quizás en esta ocasión estaría más relajada.

    - Es posible... –dije yo.

    - Bueno, ¿entonces qué me respondes?

    - ¿Cuál es la propuesta? –Interrogué.

    - Pues que nos veamos esta tarde sobre las seis para tomar algo.

    - Está bien, me vendrá bien un descanso. ¿Dónde quedamos?

    - En el Maremagnum si te parece bien. –Dijo Natalia.

    - De acuerdo, hasta las seis pues.

    Al colgar el teléfono, reflexioné. Me iba a pasar la tarde fuera de casa sin estudiar, cierto, pero a cambio quizás mi cita con Natalia se concretaría y llegaríamos a algo más. Miré en mi cartera. Perfecto, tenía condones. Si Natalia se decidía el coche podría ser un buen sitio.

    Pensando en nuestro encuentro me empecé a calentar. Me toqué el paquete. Mi erección se notaba bajo la tela del chándal que llevaba puesto. Sentí la tentación de hacerme una paja, pero me contuve. Una sonrisa se dibujó en mi cara. Natalia me la volvía a poner dura.

    Me duché y me vestí con un pantalón cargo de D&G, una camiseta de G-Star y unas Camper. Fahrenheit de Christian Dior y listo para salir de casa.

    Siempre en mi línea, a las seis aún no había llegado al Maremagnum. Deseé que Natalia fuera una chica paciente. Cuando aparqué el coche en el parking del centro comercial ya eran las 18:20. Llegué, vi y casi me fui. Para mi desgracia Natalia no había venido sola. Me la había vuelto a jugar.

    - Hola Juan. –Dijo Natalia acercándose y dándome un tierno beso en los labios.

    - Hola. –Contesté yo sin apartar la vista del grupo.

    - Ellos son mis amigos. Ven, te los presentaré. –Natalia me cogió del brazo y me condujo a la mesa donde estaban sentados-. A Marta y a Alba ya las conoces, ella es Lola y ellos son Marc, Damián, y Humberto. Chicos él es Juan, un amigo.

    Sólo tuve que detenerme un momento y observar atentamente a los amigos de Natalia para entender que quizás aquella cita no sería tan inútil como había imaginado al ver que no había venido sola. Dos de sus amigos me llamaron especialmente la atención, Marc y Damián. Ambos de unos 17 años, con un cuerpo definido por el fútbol y la gimnasia pero sin exageraciones. Dos bollicaos que debían traer de cabeza a las chicas de su clase. Marc era rubio y llevaba un peinado en forma de cresta, vestía unos tejanos ajustados y una camiseta de Pull&Bear. Damián era moreno con el pelo muy corto y llevaba unos pantalones de chándal Adidas y una camiseta blanca sin mangas. No podían estar más buenos.

    Nos sentamos todos en la misma mesa y pedimos algo de beber. Mientras Natalia rompía el hielo explicando como nos habíamos conocido, continué observando al resto del grupo. Lola era una chica de pelo corto y castaño, de apariencia bastante común, con un cuerpo proporcionado y esbelto pero que no llamaba la atención por nada en especial. Eso sí, parecía simpática y extravertida. Humberto estaba algo pasado de peso, llevaba el pelo teñido de rojo, una camiseta sisada y unos pantalones pirata de lino blanco. De sus gestos y sus palabras se desprendía cierto afeminamiento.

    El fútbol, sus estudios de Bachillerato y las críticas a los profesores monopolizaron la conversación. Una hora después de haber llegado me preguntaba qué hacía yo con aquel grupo de estudiantes de secundaria. Sólo había un detalle que hacía aquella conversación algo más soportable, Marc estaba sentado justo delante de mí. Con las piernas abiertas sus tejanos definían un prominente bulto.

    - ¿Y qué Juan, te gustan las motos? –Me dijo Damián al verme tan callado.

    - No especialmente, siempre he preferido los coches.

    - Joder, los coches también molan claro, pero no hay pasta, mis padres no van tan sobrados. Me conformo con mi Aprilia RS 125. ¿Tú tienes coche?

    - Sí. –Dije yo sin más.

    - ¿Cuál?

    - Un Mercedes Sportcoupé.

    - ¿¡Qué dices!? ¡Un Sportcoupé! Marc tío, ¿lo has oído? Juan tiene un Mercedes.

    - Joder tío, que bien vivimos. –Dijo Marc entre risas.

    Mi situación económica se convirtió en el foco de atención de los amigos de Natalia. Me sentía incómodo, daba la impresión que me había presentado a sus amigos para exhibir su proyecto de ligue pijo. Cuando empezaba a tener ganas de salir corriendo de allí, la situación se puso interesante.

    - ¿Y porqué no nos enseñas el coche Juan? –Dijo Damián.

    - Eso, eso.. que no todos los días se sube uno a un Mercedes. –Añadió Marc.

    - Está bien, está en el parking. –Contesté yo pensando que sería una forma efectiva de huir por unos instantes de aquella conversación tan pesada.

    - Chicas, esperadnos aquí, ahora volvemos, Juan nos va a enseñar su coche. – Dijo Marc.

    Humberto debió darse por aludido porque no nos acompañó. Así que los tres dejamos al resto del grupo y bajamos por la rampa mecánica hasta el parking.

    - Vaya, es un coche cojonudo... aunque yo le pondría unas llantas más grandes. De 18 o 19 pulgadas. –Dijo Damián al ver el coche.

    - ¡Ala! Que exagerado eres tío. En serio Juan, tienes un coche fantástico.

    - Fantástico pero real –bromeé mientras abría la puerta del coche-. A ver que os parece por dentro.

    - Joder, pues es espacioso... y yo que pensaba que no se podía follar en un coupé. –Añadió Damián entre risas.

    - A saber la de tías que te has tirado en estos asientos. –Dijo Marc mientras pasaba la mano por la tapicería de cuero.

    - Pues seguro que son menos de las que os imagináis. –Dije yo sin mentir, realmente no había follado en aquel coche ni una sola vez.

    - ¿Y con Natalia qué? ¿Te la has tirado ya? –Interrogó Damián.

    - Creo que eso es demasiado personal para que pueda contestar. – Le respondí.

    Mientras, Marc se había senado en el asiento del conductor. Con las manos en el volante, sus brazos me resultaron especialmente apetecibles. Su camiseta ajustada dibujaba un perfecto torso, y sus pantalones vaqueros volvían a mostrarme sus piernas y su paquete.

    - Vaya, eso es que no te la has follado –añadió Damián a mi espalda-. Si es que las tías de clase son todas unas estrechas.

    - Natalia y yo sólo nos hemos visto un par de veces. No ha habido demasiadas oportunidades para intimar. –Me justifiqué yo.

    - Vaya, ¿y por qué pierdes el tiempo con ella? Seguro que tu podrías follar con una tía distinta cada día, con lo cachas que estás. –Dijo Marc.

    - Bueno, no creo que esté perdiendo el tiempo, Natalia me parece una chica muy interesante –dije yo sin demasiado convencimiento-. Me gustaría conocerla un poco más. El sexo no lo es todo.

    - Seguro que tu polla no piensa lo mismo –dijo Damián apretándome el paquete fugazmente-. Jajajaja... si ya la tienes dura sólo de pensar en tirártela. –Añadió entre risas.

    - ¡Ehh! Sin mariconadas... jajaja –añadió Marc.

    - ¿Y... y vosotros... qué tal lo lleváis? –Interrogué yo intentando recuperarme de aquel fugaz contacto.

    - Mal, tío mal... nos matamos a pajas. Ni te imaginas lo estrechas que son las tías a los 17. Y no será porque no lo intentamos... –Admitió Damián resignado.

    - Me lo imagino, también he tenido diecisiete años. Pero joder, si vais tan a saco es lógico que no folléis, las debéis espantar. -Dije yo entre risas.

    - Tío... estamos tan calientes que al final tendremos que hablar con Humberto. Nunca se sabe para qué puedes necesitar a un amigo. –Dijo Marc con una sonrisa maliciosa y lanzó una fugaz mirada a Damián.

    - ¿Con Humberto? –Pregunté yo sorprendido.

    - Joder tío, creo que es bastante evidente. –Respondió Marc.- Tiene más pluma que el Pájaro Loco.

    - ¿Y no dicen que una boca es una boca y un agujero caliente es un agujero caliente? Jajajajaja... –Añadió Damián soltando una sonora carcajada.

    Tras esa breve conversación, volvimos con el resto del grupo. Supuse que debía tomarme aquel comentario como una broma, pero lo cierto es que no me podía quitar de la cabeza la visión del paquete de Marc sentado el volante de mi coche. Por primera vez sentí una necesidad real e incontenible de probar una polla. A sus 17 años debía tener una polla que terminaba de definirse. Me la imaginé de piel suave, gruesa y larga, perfectamente proporcionada, que al descapullarse quedase totalmente descubierta. Me imaginé unos huevos cubiertos por una fina capa de vello. Cerré los ojos un instante y vi a Marc con los pantalones bajados y con su polla fuera. Me imaginé probando aquella polla.

    - ¿Juan? –Dijo Natalia.

    - Perdona... –Dije yo recuperando el sentido.

    - Mis amigos se van ya.

    - Bien, ¿quieres que te lleve a casa?

    - Si no te importa... así podemos hablar por el camino.

    Nos despedimos de sus amigos y volvimos al coche. Natalia estaba en silencio, parecía estar esperando a que yo dijese algo.

    - Tus amigos me han parecido muy agradables. –Dije para romper el hielo.

    - Me alegro, para serte sincera pensé que no encajarían en tu estilo de vida.

    - ¿Mi estilo de vida? –Pregunté yo sorprendido.

    - Bueno, ya me entiendes. Eres algo mayor que nosotros, vistes muy bien, tienes un cochazo...

    - Cierto, pero eso no determina los amigos que pueda tener. –Dije yo con sinceridad. Natalia sonrió.

    Minutos después aparqué el coche en la entrada del edificio donde vivía. Nos miramos fijamente y nos besamos. Mi mano se posó suavemente sobre su pierna. No intenté nada más, ni me apetecía, ni estaba seguro de que Natalia lo desease.

    - Me encantaría invitarte a subir, pero mis padres deben haber llegado ya. –Dijo ella luchando para que sus palabras no sonaran a excusa.

    Por mi parte me sentí aliviado. Aunque efectivamente estaba caliente y pensaba en sexo, la idea de tirarme a Natalia no era lo que tenía en mente en aquel momento. La imagen del paquete de Marc ocupaba completamente mis pensamientos.

    - No te preocupes, habrá tiempo para todo. Además, antes de volver a casa me gustaría pasarme por el gimnasio.

    - Como quieras –respondió Natalia un tanto sorprendida por mi facilidad para conformarme-. Espero que nos veamos pronto Juan.

    - Es posible. –Dije yo sin demasiado convencimiento.

    Natalia me había llamado para quedar, me había soltado un rollo acerca de sus nervios la noche de la fiesta, había creado expectativas de que podría suceder algo entre nosotros, y a la hora de la verdad resultó que me había citado para presentarme a sus amigos. Pero no me sentí mal, quizás ella había perdido más que yo en ese encuentro. Conocer a Marc y a Damián había sido una especie de recompensa.

    - Me gustas Juan. -No respondí. Natalia me dio un fugaz beso en los labios y salió del coche.

    Después de dejarla en su casa, las dudas volvieron a asaltarme. Indudablemente sentía cierta atracción por aquella chica, pero no lograba quitarme de la cabeza a Marc y a Damián. Necesitaba relajarme, hacer deporte me ayudaría.





    Continuará...


     
  •  


    CAPITULO XXVI: LA INVITACIÓN.


    Camino del gimnasio no podía dejar de pensar en lo que estaba haciendo. Acaba de pasar por una ruptura de lo más traumática, especialmente para Ana, claro. Una ruptura de la que me había repuesto con sorprendente facilidad. Seguramente el desgaste que nuestra relación había sufrido durante los últimos meses había propiciado que tras la ruptura me olvidase de mi ex novia con tanta facilidad. Me sentía un poco avergonzado por ello. Pero eso no era lo peor. Lo peor era que volvía a complicarme la vida con Natalia, a pesar de que me había prometido a mí mismo que nadie más debía pagar por mis errores. Pero esa chica me atraía. ¿Dónde estaba el problema entonces? Evidente, Marc y Damián eran dos de los exponentes de ese problema.

    No sabía que hacer. Me apetecía conocer mejor a Natalia. Seguramente, que me hubiese puesto las cosas difíciles en el terreno de lo sexual hacía que me tomase todo aquello como una especie de reto. Si deseas algo y lo ves como un objetivo difícil de alcanzar, parece que pones más empeño en ello. Eso es lo que me sucedía con Natalia, que no me la podría quitar de la cabeza hasta que no me la tirase. Quizás una actitud muy triste, pero a veces no puedes evitar pensar con la polla. Maldita fuente de problemas.

    Entré en el gimnasio pensando en que quizás la solución era la amputación del miembro, pero lo descarté de inmediato... le tenía cierto cariño a mi autónoma amiga. Tan distraído iba que al cruzarme con él no le vi.

    - ¡Ey Juan! –Dijo una voz a mi espalda.

    - ¡Ah! Hola David... ¿Cómo tú tan tarde por aquí? –Pregunté sorprendido.

    - Pues mira, que me he apuntado a una clase de Cardiokickboxing y no tengo más remedio que venir a esta hora. –Dijo él con una sonrisa.

    - ¿Ya te vas?

    - Pues la verdad es que me iba ya, sí... hace un rato que ha terminado la clase. ¿Y tú?

    - Yo... yo... pues acabo de llegar... –Respondí apenado.

    - Lástima... yo que pensaba invitarte a cenar...

    - ¿A cenar? ¿Y tu novia? –Interrogué con recelo.

    - ¿Mónica? Está en Madrid, ha ido a hacer un cásting para una serie de televisión. –Respondió David.

    - Interesante... –dije yo sin poder evitar sonreír-. Bueno, de hecho es muy tarde ya, el Club no tardará en cerrar... –Vacilé unos instantes, mi duda fue su ventaja.

    - ¿Entonces, aceptas la invitación? –Su mirada me derrumbó... cuanta seducción en un sólo gesto.

    - De acuerdo. –Respondí.

    - Pues vamos cada uno en su coche y me sigues, ¿te parece bien?

    - Muy bien... pero ¿a dónde vamos? –Pregunté para saber si conocía el restaurante.

    - A mi casa, claro... ¿cómo lo ves? –Dijo David con esa sonrisa que me anulaba con sólo mirarla.

    - Perfecto. –Es lo único que supe decir.

    Siguiendo el coche de David por las calles de Barcelona, volví a sentirme abrumado por la situación. No estaba seguro de lo que estaba haciendo. A mi memoria volvían incesantemente la sonrisa de David, las manos de David, las piernas de David, los brazos de David, el culo de David... la polla de David. ¿Qué estaba haciendo? Ni idea, pero ¿qué coño importaba? Lo único que tenía claro en aquel momento es que quería estar con él. Porque si aquella noche me hubiesen pedido que renunciase a lo que más quería en mi vida para no olvidar jamás aquella sonrisa y aquella mirada, lo hubiese hecho sin más.

    Llegamos al edificio donde vivía David, en Sarrià. Me indicó que aparcase en la entrada de la propiedad y él condujo su coche hasta el parking. Volvió al portal para abrirme la puerta. Saludamos al portero y entramos en el ascensor. David se acercó lentamente a mí. Cuando parecía que iba a besarme en el cuello se detuvo.

    - Fahrenheit de Christian Dior. –Dijo apartándose de nuevo.

    - Exacto –dije yo sorprendido-. ¿Cómo lo has sabido?

    - Los perfumes son una de mis pasiones, aunque no la primera... ni la única.

    - ¿Y cuál es la primera? –Pregunté yo sin dejar de mirar en la profundidad de aquellos ojos negros. Tan profundos como misteriosos.

    David no contestó. Se acercó de nuevo a mí y me besó suavemente en los labios.

    - Posiblemente esta noche lo descubras... –Respondió sin apartar su mirada.

    Sus manos rodearon mi cuello con suavidad y me llevaron hacia él. Nos besamos. Esta vez nuestras lenguas se buscaron, se encontraron y se enredaron en un intenso beso. Sólo el “clinck” que indicaba que habíamos llegado a nuestra planta pudo detener aquel instante.

    David introdujo una llave magnética en la cerradura situada en el mismo ascensor y las puertas se abrieron. No había rellano de ningún tipo, del ascensor se accedía directamente al piso. Obviamente sólo había un piso en cada planta de aquel lujoso edificio.

    Lo que vi no me defraudó. No esperaba menos de alguien enamorado de Dior, Versace o Armani. No había recibidor como tal, se accedía directamente a un impresionante salón comedor. El parquet y la moqueta dividían los distintos ambientes de la sala. Las paredes pintadas en un intenso color tostado contrastaban con el beige de las cortinas y del tapizado del inmenso sofá con chaiselonge. Por detrás del sofá, a distinto nivel, había una gran mesa de comedor de madera y cristal. En aquel salón no faltaba de nada, televisión de plasma, home cinema y equipo de sonido de Bang&Olufsen, muebles de diseño, impresionantes óleos y llamativas litografías decorando las paredes... en definitiva un ambiente realmente lujoso. Una duda se encendió dentro de mi cabeza. ¿Cómo se podía tener todo aquello con un sueldo de relaciones públicas?

    - ¿Te gusta mi casa? –Preguntó David con su imperturbable sonrisa.

    - Es fantástica... –Respondí sin más.

    - El mérito de es de Mónica. En realidad yo he puesto poco más que el buen gusto para decorarla. –David había aclarado mi duda.

    - Vaya... si que es... afortunada tu novia.

    - Su familia posee y dirige una cadena de hoteles y varios locales de ocio. Se ganan bien la vida.

    - Locales de ocio... –dije yo dubitativo-. ¿Entre ellos el Skydome?

    - Veo que eres un chico listo Juan... jejeje. –Dijo David ente risas.

    Se acercó al equipo de música mientras yo contemplaba tras los cristales la inmensa terraza a la que se accedía desde el salón. “Frozen” de Madonna empezó a sonar inundándolo todo con su pausada melodía. Cuando aparté mi vista de la terraza me crucé con la mirada de David, estaba en la puerta de la cocina, observándome en silencio.

    - No había reparado antes en ese detalle. –Dijo acercándose a mí.

    - ¿Qué detalle? -Pregunté instintivamente.

    - Tienes una espalda y un trasero perfecto... – Dijo con una traviesa expresión.

    No sabía muy bien por qué, pero aquellas palabras me habían asustado. Bueno, quizás sí lo sabía. No era habitual que otro hombre destacase las virtudes de mi vista posterior. Aquello debía tener necesariamente algún significado. Me acobardé. Dudé que hubiese hecho bien aceptando la invitación de David. En mi cara debió dibujarse una mueca de preocupación porque David percibió mis dudas.

    - Tranquilo... –dijo mientras me abrazaba por la espalda con una ternura difícil de definir-. Haremos sólo lo que te apetezca.

    David me besó en el cuello. Sentí sus cálidos labios sobre mi piel. Una sensación de extraño bienestar mi invadió. Sus palabras no habían logrado tranquilizarme, la frase de “haremos sólo lo que te apetezca” la había usado yo mil veces para tirarme a una tía. Sus palabras no me tranquilizaron, pero su beso... su beso derrumbó cualquier barrera, cualquier atisbo de duda en mi interior. Aquel beso fue la sensación más agradable que había sentido en años. Se escapaba de algo puramente sexual.

    - Ven, vamos a la cocina a prepararnos algo. –Dijo David, con la probable intención de restar tensión al ambiente, lograr que me relajase y olvidase lo que podía suceder más tarde.

    Empecé a trocear las setas y la verdura y David puso a hervir la pasta fresca. Mientras, hablábamos sobre mis estudios de Derecho, sobre su trabajo. David se había licenciado en Administración y Dirección de Empresas por deseo de sus padres, pero cuando llevaba poco tiempo trabajando en una empresa familiar decidió que definitivamente aquello no era lo suyo. A pesar de las amenazas de sus padres, David dejó Madrid, vino a Catalunya y se puso a trabajar en el negocio del ocio nocturno. Fue en ese momento cuando Mónica se cruzó en su vida. Tras cinco años, mantenían una relación perfecta a los ojos de sus amigos. Pasaban poco tiempo juntos, defendían un modelo de relación muy abierta, no se pedían explicaciones, y quizás, en palabras de David, ni si quiera se querían, pero se necesitaban de alguna forma. David no supo o quiso explicarme en que consistía aquella necesidad.

    Terminamos de aderezar la pasta y nos sentamos a la mesa. Nuestra conversación había conseguido relajarme. David se expresaba con una naturalidad envidiable, lograba captar toda mi atención, especialmente cuando me dedicaba una de sus sonrisas. Vestido con unos pantalones oscuros de Zegna y una camisa de cuello mao de Caramelo, con el delantal puesto, David irradiaba encanto. La forma en que se ondulaba su pelo mientras su flequillo caía sobre su rostro, la forma en que andaba, movía sus manos, hablaba, sonreía, miraba... me desarmaban. O quizás no era eso... quizás era la forma en que me hablaba, me sonreía... me miraba.

    Durante la cena no podía dejar de observarle. Hablamos de música, de perfumes, de ropa, de viajes, de coches... coincidíamos en todo. David parecía adivinar mis pensamientos. Incluso parecía percibir mis preocupaciones. La pregunta no sé hizo esperar.

    - ¿Y qué tal con tu novia? ¿Habéis solucionado vuestros problemas?

    - Bueno, sí, los hemos solucionado...

    - Vaya me alegro. -Dijo David con una extraña expresión.

    - Bueno, yo lo he arreglado... he roto con ella. –Aclaré yo.

    - ¿Habéis roto? – Preguntó sorprendido.

    - Sí...

    - Vaya, no me gustaría pecar de curioso, pero...

    No le dejé terminar su pregunta.

    - Sé lo que estás pensando, y me gustaría aclarar que las mujeres me siguen gustando. Mi ruptura con Ana responde a otros motivos.

    - Me alegra oír eso Juan. Sabes, yo siempre me he considerado muy afortunado, no creo que sea razonable cerrarse a una sexualidad, ni en un sentido, ni en otro. Hay demasiadas cosas desagradables en esta vida como para poner trabas a los pocos placeres de los que podemos disfrutar.

    - Quizás, pero no es fácil aceptar ese planteamiento. Parece que en esta sociedad nos educan para escoger siempre. Para escoger lo mejor, lo adecuado, lo razonable, lo aceptable... lo que la mayoría considera bueno. –Respondí yo con cierta dureza.

    - Juan, tu vida la vives por y para ti. Hay que pensar más en uno mismo. ¿Quién se preocupará más por ti que tú mismo?

    - No es tan fácil, no creo que nadie sea ajeno a la opinión que los demás tienen de él. No somos tan autosuficientes. –Respondí yo.

    - A veces no es la opinión de los demás la que tememos, sino nuestra propia opinión. Tememos aceptarnos tal y como somos, exteriorizar lo que sentimos, vivir como queremos vivir. El miedo a que los demás no nos acepten tal como somos es muchas veces infundado y desmedido. La inseguridad nace en uno mismo, por ello hay que aprender a pensar en singular y defender tu propio interés. Y créeme, no es egoísmo, es pura supervivencia. Podemos vivir sin la aprobación de los demás, pero no podemos vivir sin nuestra propia aprobación.

    Sus palabras me sacudieron por dentro y se repitieron en mi interior como si de un eco se tratase. Aceptarse a uno mismo. Creía haber superado ese punto, pero aquella noche volví a dudar de ello.

    David captó el efecto que sus palabras habían producido en mí. Se levantó y se quitó el delantal.

    - Ven –me dijo mientras tiraba de mí con suavidad.

    Nos sentamos en el sofá, muy cerca el uno del otro. Cerré los ojos. Podía sentir su respiración en el silencio de la habitación. Sus dedos rozaron mi antebrazo. Abrí los ojos. Su mirada se clavó en la mía, escrutándola. Tendí mi mano y acaricié la suya, David sonrió. Mi gesto pareció ser la respuesta que estaba esperando. Se acercó lentamente y nos besamos. Cuando no hacen falta palabras para entender que es lo que desea el otro, se amplifica la magia del momento. Hay silencios que hablan.




    Continuará...


     
  •  

    CAPITULO XXVII: ALGO MÁS QUE SEXO.


    David levantó mis brazos sin dejar de besarme. Con suavidad fue quitándome la camiseta. Me acarició el dorso de los brazos hasta llegar a mis axilas. Sus manos descendieron lentamente por mi pecho, dibujando con sus dedos el contorno de mis pectorales. Su caricias alcanzaron a mi definido abdomen recorriéndolo lentamente. Volvió a acercar sus labios a mi cuerpo y me besó en el cuello haciendo que me estremeciera. Su boca dejó paso a su lengua que empezó a descender por mi cuello, alcanzó mis pezones y los lamió con deseo. Mientras, sus manos acariciaban mi espalda.

    Llevó mis manos hacia su pecho indicándome que desbrochara los botones de su camisa. Lentamente fui descubriendo aquel pectoral perfectamente fibrado por el deporte, cubierto por una suave capa de vello moreno. Sujetó mis manos con las suyas y fue dirigiendo mis caricias sobre su pecho desnudo. Mis dedos se deslizaron por su abdomen, rozaron su ombligo y dirigidas por David alcanzaron su cinturón. Le desabroché los pantalones y tiré suavemente de ellos. La visión de su abultado paquete bajo unos slips de Cavalli me resultó irresistible. Esta vez no había dudas en mi interior, quería probar aquella polla.

    Me incliné sobre él. Con la nariz a escasos centímetros de su paquete, me invadió un intenso aroma, el mismo que me había calentado tanto al oler sus suspensorios en le vestuario del gimnasio. Mis labios y mi nariz tomaron contacto con la tela que ocultaba su miembro erecto, impregnándome de aquel excitante olor. Acaricié su polla por encima de la tela de sus slips y cuando su glande empezaba asomar por la parte superior de su ropa interior, deslicé los slips y la descubrí completamente. La miré detenidamente, más gruesa y larga que la mía, perfectamente descapullada, proporcionada, acompañada por unos grandes huevos cubiertos de un suave vello oscuro. Volví a acercarme y mis labios besaron su polla.

    Cuando mi lengua rozó la piel de su glande me recorrió una extraña sensación. La suavidad de su miembro chocó en alguna parte de mi interior con mi racional rechazo a hacer algo así. Estuve apunto de bloquearme, pero pudo más el deseo que la razón. Como si me fuese la vida en ello, empecé a recorrer con mi lengua toda la extensión del tronco de su polla. Lamí sus huevos mientras le masturbaba. David lanzaba suaves gemidos. Volví al capullo y me detuve jugando con mi lengua en él. Empecé a meterme su verga en la boca. Dada mi inexperiencia, la primera arcada no tardó en llegar. David me detuvo.

    - Ven... vamos a mi habitación. –Me dijo mirándome con esos imperturbables ojos negros.

    Terminamos de desnudarnos en su habitación. David me condujo hacia la inmensa cama y me estiró en ella. Permaneció unos instantes de pie observando mi cuerpo. En silencio se acercó a mí y sus manos volvieron posarse sobre mi pecho y empezaron a descender por mi abdomen, bordearon mi entrepierna y continuaron por mis piernas, en una intensa y deliciosa caricia. Llegaron a mis pies donde se detuvieron para darme un sensual masaje. Mi polla se movía sola de la excitación, como intentando ponerse más dura de lo que ya estaba.

    David se sentó en el borde de la cama. Desnudo junto a mí me pareció muy deseable, poderosamente atractivo... perfecto. Sus labios atraparon mi polla y saborearon las primeras gotas de líquido preseminal que brotaban de ella. Empezó un desesperante movimiento con su boca sobre mi sexo haciendo que mi cuerpo se contrajera de excitación. Con mi vista clavada en él, no podía dejar de contemplar como mi verga desaparecía en su boca. Aquellos labios que guardaban una perfecta sonrisa me comían ahora la polla.

    Cuando parecía que no podía estar más cerca del cielo, David deslizó uno de sus dedos hacia mi culito y empezó a enterrarlo con suavidad. Con el placer que me producía su mamada no puede hacer nada más que relajarme y dejarme llevar. Cuando el primero de sus dedos se perdía en mi apretado agujero, David probó con uno más.

    Una mano acariciando mi pecho, su boca dedicada a mi polla, dos de sus dedos penetrando mi virgen ano... aquello era la culminación del placer. Empecé a jadear. Apreté con mi mano la suya, intentando que sus dedos me penetraran con más intensidad.

    - ¿Quieres que te folle? –Dijo él dejando de chuparme la polla pero con sus dos dedos jugando aún en mi ano.

    - ¿Follarme? –Pregunté yo sorprendido. A pesar del placer que me estaban dando sus dedos, la idea de que aquel inmenso pollón me penetrara me aterró.

    - Sólo intentarlo... verás como te gusta -dijo David al verme dudar-. Tú controlarás el movimiento y decidirás cuando nos detenemos...

    Sus palabras transmitían dulzura y seguridad. Confié en él. Sin decir nada, asentí con la cabeza. David sonrió, sacó un condón de la mesita de noche y se estiró boca arriba en la cama. Se colocó lentamente el preservativo sobre su polla tiesa. Me tendió su mano y tiró de mí con suavidad.

    - Ven... colócate sobre mí... y relájate...

    Me senté sobre él y dirigí su polla a la entrada de mi ano. Aunque sus dedos habían dilatado mi esfínter, volví a contraerme por los nervios. Cuando su glande empezó a presionar la entrada de mi virgen culo una punzada de dolor recorrió mi cuerpo. Me detuve. El malestar se disipó lentamente y volví a intentarlo. Su polla empezaba a penetrarme.

    - ¡Ahh!-Dije sin poder evitar un quejido por el dolor que sentía.

    - Espera... –dijo él.- Sacó un tubo de lubricante de la mesita y me lo tendió.- Pon un poco en la polla y en tu culito, verás como así es más fácil.

    Lo estaba haciendo por él, porque sabia que no podía echarme atrás. Sentía dolor pero volví a intentarlo. Esta vez, con el efecto del lubricante su polla se deslizó con más facilidad en mi interior. Pero el malestar aumentó. Cuando apenas tenía una pequeña parte de su verga dentro me detuve. No sólo sentía dolor, si no que además me inundaba una extraña sensación, una sensación desagradable.

    - Lo siento... no puedo... –dije yo avergonzado.

    David se detuvo y me miró fijamente a los ojos. Quizás fue mi imaginación pero en su mirada y en su expresión me pareció captar una mueca de decepción... de enfado.

    - Tranquilo... el sexo es libertad, no haremos nada que no te apetezca. –Dijo esbozando una sonrisa de nuevo. Volvió a cautivarme. La sombra de su enfado se esfumó.

    Volví a estirarme en la cama, junto a él. Nuestros cuerpos se rozaban. En silencio empezamos a pajearnos la polla. Mi vista se clavó en su cuerpo mientras sus ojos recorrían el mío. Una de sus manos se deslizaba por el tronco de su polla, mientras la otra acariciaba sus huevos, su pecho, su abdomen... el sudor daba un brillo especial a su piel. La habitación se iluminaba únicamente por la tenue luz que se filtraba desde el exterior. En la penumbra su piel me pareció perfecta... tersa, suave, firme. Su cuerpo se estremecía, cada vez estaba más cerca del orgasmo. Aceleré el ritmo de mi paja, mientras David seguía con los ojos clavados en mi polla, observando como me masturbaba.

    Estirados en la misma cama, con el roce de nuestros cuerpos como único contacto y observándonos con detenimiento, no necesitamos nada más para llegar a un orgasmo casi simultáneo. Me empecé a correr mientras un intenso orgasmo recorría el cuerpo de David. Su leche empezó a brotar cayendo sobre su torso desnudo.

    Nos quedamos unos minutos en silencio. Acariciando nuestros cuerpos. Recorriendo con mis dedos su pecho cubierto de semen. Antes de que nos venciera el cansancio David susurró:

    - Si quieres puedes ducharte... en el baño hay toallas.

    - De acuerdo. –Dije yo mientras me levantaba y me dirigía al baño.

    Me duché rápidamente, mientras intentaba asimilar lo que había sucedido. Cuando volví a la habitación David entró al baño. El agua me había relajado profundamente y volví estirarme en la cama. El sueño empezaba a apoderarse de mí. Cerré los ojos.

    Cuando David salió del bañó únicamente escuché sus pasos perdiéndose en mi pesado sueño. Lo último que sentí antes de quedarme profundamente dormido fue la suavidad de su cuerpo desnudo al rozar el mío, su pelo húmedo sobre mi hombro, su aroma a recién duchado, un beso en el cuello...

    ***

    Me desperté sobresaltado. ¿Dónde estaba? Recuperé el sentido poco a poco, encima de la mesita de noche había un reloj clip de Hermès, sus agujas marcaban las 11:00. Estaba en la cama de David, solo. No había ni rastro de él.

    Me levanté. Me vestí todo lo rápido que pude. Volví al salón. David tampoco estaba allí. Una desagradable sensación de angustia se apoderó de mí. Cuando iba a darme por vencido y marcharme, vi una nota junto al teléfono:

    “Tenía un compromiso ineludible y he tenido que salir. No he querido despertarte, estabas precioso durmiendo en mi cama. Espero verte pronto. Ha sido una noche fantástica. Un beso. David”.

    Sus palabras tuvieron como paisaje una sonrisa. Me quedé unos instantes allí de pie con la nota en la mano. ¿Qué me estaba pasando? No me atreví a responderme, me aterraba poner nombre a aquel sentimiento. Guardé la nota en el bolsillo del pantalón y salí del piso de David.



    Continuará...
     
  •  

    CAPITULO XXVIII: REDECORA TU VIDA.


    Desde el jueves que desperté en su casa, no he vuelto a tener noticias de David. Han pasado varios días y a pesar de que a veces he sentido la necesidad de llamarle, he optado por esperar. No quiero complicarme la vida en este momento.

    Hoy me he dado cuenta que el mes de mayo y yo tenemos algo en común, los dos tenemos los días contados. El mes se termina y llega junio. Quedan pocos días para el primer examen final y me lo juego todo. Llegado este momento me pregunto por qué no he sido capaz de estudiar más durante estos últimos meses. El mismo propósito al empezar cada cuatrimestre: “esta vez no lo dejaré todo para el final”. Mentira.

    En este repentino ataque de angustia estudiantil he decidido pasarme el día en la biblioteca de la facultad. Aunque suene absurdo, el ser consciente del peligro de los exámenes a estas alturas de la carrera ha hecho que en mi cabeza desaparezca cualquier duda, reflexión, mal pensamiento, temor o añoranza... no hay tiempo para vivir más allá de los tomos de Aranzadi.

    Antes de entrar a la biblioteca, al ir a apagar el teléfono móvil, he visto que había recibido un mensaje de mi hermano:

    “Hola Juan. Esta tarde voy a ver un piso con Sergio. Si quieres venir quedamos a las 7 en el Corte Inglés de pl. Catalunya. Dime algo.”

    Le he respondido diciendo que iría con ellos. Cuando Carlos me propuso compartir piso con él y un colega, jamás imaginé que estaba pensando en Sergio. De familia conservadora y acomodada, emigrantes de Madrid a Barcelona por el trabajo de su padre como funcionario del Estado, de derechas... bueno, para sintetizar, un chico totalmente opuesto a mi hermano Carlos. El tiempo dirá lo que surge de este cóctel.

    Buscar jurisprudencia para las prácticas, empollarme dieciséis temas, recuperar aquellos apuntes en el olvido, terminar de leerme un libro sobre Derecho Internacional Privado y comentarlo, más jurisprudencia para el practicum... para que luego digan que la vida del estudiante es la mejor. Sólo un triste Cacaolat ha entrado en mi estómago esta tarde, en un descanso de cinco breves minutos para evitar que algún desaprensivo ocupara mi silla en una de las mesas de la biblioteca.

    Después de esta maratoniana sesión de estudio he ido en metro hasta el centro. A las 19:18 alcanzaba la puerta del Corte Inglés, intentando no ser arrastrado por una multitud de viandantes movidos por una incontenible fiebre consumista. Saludo a mi hermano y a Sergio y les sigo en dirección al piso que vamos a ver.

    Llegamos al edificio situado en pleno Eixample, en la calle Girona. La finca tiene buen aspecto por fuera, o está rehabilitada o muy bien conservada. Subimos caminando por la escalera. El piso que buscamos está en la primera planta. Llamamos al timbre, pero no hay respuesta. A los pocos minutos aparece un chico de unos 30 años.

    - Buenas tardes señores, soy Joan Vives, de la inmobiliaria. Por lo que me ha contado Rosa creo que este piso se acerca mucho a lo que están buscando. –Ha dicho el chico mientras abría la puerta.

    - Vaya, creía que era Rosa la que nos iba a enseñar el piso –le he susurrado a Carlos.

    - Ya, así habíamos quedado, pero me ha llamado esta tarde y me ha dicho que tenía un compromiso ineludible y que nos mandaría a un compañero suyo.

    - ¿Un compromiso? –He preguntado yo.

    - Sí, eso ha dicho. No sé nada más. –Me ha respondido Carlos.

    - Verán –ha empezado a decir el chico de la inmobiliaria al entrar al piso-, la finca es de los cincuenta. La fachada ha sido rehabilitada hace muy poco tiempo. Como han podido comprobar dispone de ascensor y de calefacción central. El piso tiene unos 120 m2 habitables, 4 habitaciones, 3 baños, salón-comedor, cocina reformada, armarios empotrados, suelo de parquet y un cuarto trastero en la parte superior del edificio.

    - Tiene buen aspecto. –Ha comentado Carlos.

    - Hombre, las paredes piden a gritos una mano de pintura... y eso, ¿eso es humedad? –Ha interrogado Sergio.

    - No me consta que haya problemas de humedades, seguramente es la marca de algún mueble. En todo caso, por el precio tan reducido que pagarían por el alquiler, es lógico que haya que acometer alguna pequeña reforma antes de entrar a vivir en el inmueble.

    Después de revisar el piso con detenimiento, Carlos y yo estábamos convencidos, pero Sergio discrepaba. Evidentemente no es de obra nueva, pero es muy amplio y luminoso. Una mano de pintura, muebles de Ikea y listo. Al fin y al cabo el precio es muy bueno.

    Al salir nos hemos cruzado con el vecino de al lado. Un hombre de unos 40 años, vestido con mucho estilo, que tras mirarnos detenidamente ha esbozado una sonrisa y nos ha saludado amablemente. Al salir a la calle Carlos ha propuesto ir a tomar algo para discutir si nos quedábamos o no con el piso, pero Sergio parecía tener prisa.

    - Lo siento pero no puedo ir con vosotros, tengo una cena familiar en un par de horas.

    - Bueno, pero al menos dinos que te ha parecido el piso. –Ha interrogado mi hermano.

    - El piso no me convence, aunque por ese precio creo que podría adaptarme. El problema es la gente tan rara que tendríamos por vecinos.

    - ¿Rara? –He preguntado yo asombrado.

    - ¿Pero no habéis visto como nos ha mirado la maricona esa del piso de al lado? –Ha respondido Sergio con la mirada encendida.

    - Joder Sergio no me vegas con tonterías. En primer lugar sólo hemos visto a un vecino, o sea que no generalices, y en segundo lugar, él estará en su casa y nosotros en la nuestra. –Le ha contestado Carlos.

    - Toda esa gentuza son unos viciosos... no sé, no me apetece mucho la idea. En todo caso mañana te llamo y te digo algo.

    - Eso espero Sergio, porque hay que decirles algo a los de la inmobiliaria cuanto antes.

    Tras despedirnos de Sergio, hemos vuelto caminando al centro para hacer unas compras. Después nos hemos detenido a tomar algo en una chocolatería Valor en Rambla Catalunya.

    - Vaya con tu amigo... que no le convenza el piso por tener un vecino que puede ser gay ¿no es exagerado?

    - Sergio es buena gente, en el fondo... pero en la forma es un gilipollas integral. El problema es que de entre todos mis amigos que tenían en mente independizarse él es el único que se lo puede permitir. –Me ha respondido Carlos.

    - Ya entiendo... trabaja en Telefónica si no recuerdo mal, ¿no?

    - Exacto.

    - ¿Y qué harás si dice que no quiere alquilar ese piso? –He preguntado yo.

    - Pues si tu aceptas, alquilarlo igual... ya encontraríamos a alguien más. Pero creo que recapacitará. Hablaré con él...

    - No entiendo como alguien puede ser tan irrespetuoso con la forma de vivir de los demás. –He añadido.

    - Pues seguramente la educación que ha recibido le haya marcado. Si a eso unes el temor y el rechazo que le produce aquello que le parece distinto o que no entra dentro de su cuadriculado esquema mental, tienes como resultado esa actitud.

    - Bueno, y no te olvides de añadir a la lista que está afiliado al Partido Popular. -He bromeado yo.

    - Vaya... el que fue a hablar, pero si los votaste las elecciones generales de 2000. –Ha contestado mi hermano entre risas.

    - ¡Ey! Que yo siempre he defendido una buena gestión, no a un partido determinado.

    - Claro, y ahora me dirás que el domingo pasado votaste a la izquierda. ¿Pero eso es posible? Un abogado de izquierdas, pues no vas a pasar hambre chaval... jejeje. –Ha bromeado mi hermano.

    - Bueno, dejemos la política que ya hemos tenido suficiente estos últimos días... jejeje. Mejor cuéntame cómo estás tú, hace días que no hablamos.

    - Pues no sé... más animado supongo, aunque algo decepcionado. –Ha contestado Carlos.

    - ¿Y eso?

    - Porque siento que estoy perdiendo el tiempo. Cuando Sara decidió cortar sentí que jamás me recuperaría de aquel golpe, fue todo tan inesperado. Nuestra historia terminó y sentí que había lanzado por la borda varios años de mi vida. Pero el tiempo te hace ver las cosas de otra forma, y cuando empecé a superarlo, intenté ver el lado positivo de la ruptura, quizás podría empezar a vivir de nuevo. Conocer chicas, disfrutar del sexo, salir de marcha como hacía antes, pero... –Carlos ha hecho una pausa para dar un sorbo a su granizado de chocolate. Sus labios rozando la copa... ¡que imagen!

    - ¿Pero qué? –He interrogado yo con curiosidad.

    - Que no he sido capaz de hacerlo. Tengo muy claro que no quiero llegar a los cuarenta con un aplastante sentimiento de haber desperdiciado mi vida. Quiero poder llegar a cierta edad, mirar atrás y sentirme orgulloso de haber vivido. No quiero arrepentirme de las cosas que nunca hice.

    - Y entonces ¿dónde está el problema? Ahora es el momento de llevar esa vida que describes si es lo que te apetece. Aprovecha la situación, aprovecha que las cosas hayan cambiado tanto.

    - Lo sé, pero soy incapaz. Te voy a poner un ejemplo: el sexo. Desde que corté con Sara no he vuelto a acostarme con ninguna tía. No he buscado nada intencionadamente y si se han presentado oportunidades no he sido capaz de aprovecharlas. Parece que he perdido práctica para ligar. Y ya ves... la sequía sexual me trae de cabeza... -Ha dicho Carlos sin perder su sentido del humor.

    - Bueno, lo mismo puedo decir yo... desde que rompí con Ana estoy en una situación similar –He mentido, porque obviamente contarle a Carlos que me había acostado con un tío que conocí en el gimnasio no me ha parecido... ¿prudente? Sí, digamos prudente.

    - ¿Y la chica por la que dejaste a Ana?

    Mis propias mentiras me acechaban. Había olvidado completamente que el motivo oficial de mi ruptura con Ana había sido mi relación con otra mujer.

    - Pues algo hay... pero nada que ver con el sexo. Digamos que nos estamos conociendo. –Le he dicho intentando salvar la situación.

    - Vaya ¿te ha salido estrecha la novia? –He preguntado mi hermano entre risas.

    - No exactamente, lo que pasa es que Natalia tiene 17 años y necesita ir a su ritmo.

    - Natalia, bonito nombre. Pues lo que yo te digo, una estrecha. A ver si te crees que las de 17 hoy en día esperan al día de su boda para peder la virginidad.

    - Jejejeje... ya, la primera tía que me follé tenía 16 e iba mucho más lanzada que ésta, pero qué le vamos a hacer, creo que la chica lo vale. –Le he respondido yo.

    - Y mientras... a matarnos a pajas... jajajaja. Hay que ver, nos pasamos la vida en el gimnasio y la piscina para muscularnos y luego follamos menos que los muñecos de un semáforo.

    - Jejejeje... tampoco te pases. Bueno, todo llega. Eso sí, tienes que poner más de tu parte.

    - Lo intentaré, me lo he propuesto. Casa nueva, vida nueva. Como dice el eslogan de Ikea voy a redecorar mi vida.

    - Pues mira, creo que seguiré tu ejemplo. –Tras decir esto, nos hemos quedado en silencio.

    - Hay algo más de lo que me gustaría hablarte. –Ha soltado Carlos.

    - Tu dirás.

    - No me gustaría que pensases que me meto donde no me llaman, pero... ayer hablé con Ana.

    - ¿Con Ana? –He interrogado yo perplejo.

    - Sí, con tu ex novia. A pesar de que hayáis terminado le tengo mucho aprecio, siempre me ha parecido una chica fantástica.

    - Cierto, es una mujer maravillosa y se merece ser muy feliz. ¿Cómo está?

    - Bueno, pues ya puedes imaginarte. No es fácil superar algo así, aunque afortunadamente no le han faltado apoyos.

    - El tuyo entre ellos. –Le he dicho con dureza.

    - Juan, sólo me he interesado por ella. Tú tienes todo mi apoyo, eres mi hermano.

    - ¿Te gusta Ana, es eso?

    - ¿A qué viene esa pregunta? No te confundas Juan –me ha contestado mi hermano muy serio.

    - Perdona... es que me ha sorprendido.

    - Ana y yo hemos pasado recientemente por una situación parecida. Sólo quería ayudarla. –Se ha justificado Carlos.

    - Lo sé, no quería recriminarte nada. Eres libre de hacer lo que quieras, Ana ya no es mi novia.

    Tras pagar la cuenta hemos salido de la chocolatería. Nos hemos separado y cada uno se ha ido a buscar su coche. Me he sentido avergonzado por haberle recriminado a mi hermano que se viese con Ana, al fin y al cabo, si Ana necesita apoyo, Carlos es la persona ideal para ofrecérselo. He retrocedido mentalmente por nuestra conversación. El sexo. Esta ha sido una de las pocas veces en que mi hermano y yo hemos hablado tan abiertamente de sexo. Sin duda Carlos pasa una época de escasez. Me pregunto si esa necesidad sexual tiene algo que ver con el extraño comportamiento que tuvo conmigo el día que lavábamos juntos el coche. No, no puede ser. Imposible. Me he repetido sin cesar. Me estoy equivocando... ¿me estoy equivocando?




    Continuará...

     
  •  


    CAPITULO XXIX: LA BUHARDILLA.


    David, ¡maldito David! El sábado, cuando había pasado más de una semana desde nuestro encuentro, seguía sin tener noticias suyas. Un extraño sentimiento entre el odio y las ganas de verle se había instalado en mi interior. Estaba en casa solo, estudiando en la buhardilla, con el móvil junto a los libros, perfectamente a la vista. Me repetía mí mismo que me olvidase de ese tío, que lo de aquella noche sólo había sido un polvo, que mi actitud era ridícula. Me repetía mil argumentos para olvidarme de él, pero bastaba volver a reparar en su sonrisa, en sus caricias, en sus besos, en el roce de su cuerpo, para que David lo ocupase todo.

    Me levanté, encendí la radio, sonaba el último single de la Oreja de Van Gogh. ¡Dios! que capacidad tienen las letras de este grupo para hacerme sentir un desgraciado. Con esa visión de la amistad y del amor tan endulzada, tan perfecta, tan mística. ¡Joder! ¡La vida es mucho más dura que eso! La vida es romper con tu novia porque tienes la cabeza llena de tíos, la vida es que tus amigos te den la espalda, la vida es cruzarte con una estrecha con un grupo de amigos paletos, la vida es que te tires a un tío que está buenísimo y es encantador y no le vuelvas a ver. La vida es injusta, cruel, dura, pesada, exigente, rencorosa, estúpida ¡absurda!

    ¡El teléfono! Desconecté el equipo de música y me lancé sobre el móvil, no conocía el número.

    - ¿Sí?

    - Hola Juan, soy Natalia.

    La voz de Natalia me resultó especialmente desagradable en aquel instante. ¿Pero a qué estaba jugando?

    - ¿Qué quieres? –Dije con brusquedad.

    - Pues saber cómo te va... no nos hemos vuelto a ver desde el día en que conociste a mis amigos.

    - ¿Vernos? ¿Vernos para qué Natalia?

    - Pues no sé... para hablar de nosotros. –Dijo ella con temor.

    - Natalia, no hay ningún nosotros, hay un tú y hay un yo, pero por separado, nada más. No tenemos nada de lo que hablar. Bastante me has mareado ya.

    - ¿Marear? Pensaba que habías estado a gusto con mis amigos.

    - Natalia, no te engañes, esperaba otra cosa de aquella cita. –Dije yo hastiado por esa conversación.

    - ¿Qué esperabas Juan? ¿Follar conmigo? Sinceramente me he equivocado contigo, te imaginaba capaz de ver más allá de un simple polvo. Tranquilo, no volveré a molestarte.

    - Natalia, lo sient...

    No pude terminar la frase, Natalia había colgado. Sus palabras me quemaron por dentro. En otros tiempos jamás había simplificado de esa manera mi relación con una mujer. Para mí conocer poco a poco a una chica siempre había sido algo estimulante. Pero ahora parecía que únicamente pensaba en ellas para follármelas, para intentar demostrarme a mí mismo que aún podía cumplir con ellas. Cumplir, que palabra más repugnante. El sexo es mucho más que “cumplir”.

    Me estiré en el sofá, me avergoncé por haber tratado así a Natalia. Una vez más, me había demostrado ser mucho más madura que yo. Me prometí arreglar las cosas con ella, pero no en aquel momento. Tendido mirando al techo, que se elevaba a pocos centímetros sobre mi cabeza, una sensación de angustia me ahogaba.

    ¡Basta! Cogí el teléfono. Busqué en la agenda el número de David y pulse el botón de llamada. Perfecto, un tono, dos tonos, tres tonos, y de repente nada. David había apagado su teléfono. La rabia me encendió las mejillas. Intenté calmarme, intenté no empezar a soltar insultos. Necesitaba algo, no... más bien necesitaba a alguien. Recorrí la agenda del móvil, encontré su número y le llamé.

    - ¿Sí?

    - Hola, ¿cómo va eso?

    - Pues en casa estudiando Juan, ¿y tú?

    - Pues también, y me preguntaba si te apetecería venirte a mi casa a estudiar, así nos echamos un cable. –Dije yo sin demasiado convencimiento.

    - Juan, estudias Derecho y yo Psicología ¿en qué nos vamos a ayudar?

    - Estoy solo en casa Toni, pensaba que igual te apetecía hacerme compañía.

    - Jejeje... ya veo. Bueno, está bien, iré, pero sólo a estudiar ¿vale? –Dijo Toni entre risas.

    - Por supuesto, ¿a qué si no?

    - Nos vemos en 20 minutos Juan –dijo Toni sin querer responder a mi pregunta.

    Cuando aparcó su Mini delante de casa, lo miré desde la ventana con detenimiento. Llevaba unos pantalones cortos de color beige, una camiseta roja ajustada con algo que parecía ser el logo de Levi’s y una sandalias. Cuando bajé para abrirle la puerta pude completar la descripción. Llevaba el pelo perfectamente despeinado, unas gafas de sol azules de Ray Ban, y en su cuello un discreto collar de cuentas blancas. Su piel llamaba la atención por un saludable bronceado y cuando pasó cerca de mí para entrar en casa, dejó un agradable aroma a recién duchado.

    - Vaya, estás muy moreno. –Dije yo ratificando mi observación.

    - Pues sí, parece que me ha cogido el sol. Estaba estudiando en el jardín, así aprovecho el tiempo.

    - Pues es una buena idea, si eres capaz de concentrarte claro, porque yo soy incapaz de estudiar mientras tomo el sol.

    - Bueno, pues tu dirás. –Dijo él como instándome a dejar el recibidor de mi casa y buscar un sitio para ponernos a estudiar.

    Subimos a la buhardilla. Toni estaba en silencio, observando la habitación con detenimiento. Abrí ligeramente la puerta de la terraza.

    - Vaya, ya casi no me acordaba de está buhardilla, hacía mucho tiempo que no venía estudiar a tu casa.

    - Pues desde que terminamos el instituto supongo –dije yo con cierta añoranza.

    - Que tiempos aquellos, entonces tenía que conformarme con lanzarte alguna mirada furtiva. –Bromeó Toni.

    - Pues nunca reparé en ellas... jejeje. –Dije entre risas.- Bueno, pronto esos recuerdos aún quedaran más lejos.

    - ¿Y eso?

    - Pues porqué en pocas semanas me mudaré a Barcelona con mi hermano y un colega. Vamos a alquilar un piso.

    - Vaya, es fantástico. Pero ¿no echarás de menos el ambiente de Sitges? Con la tranquilidad que se respira en esta urbanización.

    - Pues la verdad no creo que eche mucho de menos todo esto, hace casi cuatro años que paso más tiempo en Barcelona que en Sitges. Me gusta el ambiente de la gran ciudad. –Respondí yo intentando no dejarme llevar por la nostalgia.

    Nos pusimos a estudiar. Yo me senté en el escritorio y Toni se tendió en el sofá. No podía evitar mirarle. Sin duda era atractivo. Entonces recordé nuestros encuentros. Recordé aquel viernes en su casa, cuando su polla quedó tan cerca de mis labios y sentí la tentación de probarla. Entonces no lo hice, pero ¿y ahora? ¿podría hacerlo ahora? Sólo había una forma de comprobarlo.

    - ¿Te importa que me quite la camiseta, es que me estoy asando?

    Toni recuperó el sentido de la realidad y me miró con cara de “vaya pregunta de película porno me acabas de hacer”, o al menos eso pensé yo.

    - Claro –dijo él con una sonrisa-. No hay nada que no te haya visto ya.

    Me quité la camiseta y volví a clavar la vista en mis apuntes, me sentí un poco cortado por aquel vulgar intento de calentar a Toni.

    - Tienes un torso perfecto -dijo él sin dejar de mirarme.- Y pensar que a los dieciocho eras tan poquita cosa.

    - Ya ves... pues lo mismo puedo decir de ti. –Dije yo con una sonrisa.

    - ¿Tú crees que soy atractivo? –Añadió Toni incorporándose de repente.

    - Bueno... así con la camiseta... quizás me faltan elementos de juicio para poder opinar.

    - Ya entiendo –Toni hizo una pausa y se quitó la camiseta-. ¿Mejor así?

    - Sí, mejor... –respondí con una sonrisa. Mi polla empezaba a moverse ahí abajo-. Pues sí que eres atractivo... como diría Emma: “vaya desperdicio, lo que se pierden las tías porque seas gay”.

    - Ya, eso lo puede decir Emma... pero tú no hace falta que lo digas. –Añadió Toni con una pícara sonrisa.

    Nos quedamos en silencio y volvimos a lo nuestro. Toni parecía centrado en su libro. Yo lo intentaba, pero no podía. Si vestido me desconcentraba, con su pecho y su perfecto abdomen a la vista no había nada que hacer. Deslicé con disimulo una mano hasta mi entrepierna y me coloqué la polla. La erección me producía incluso dolor.

    - Ufffff... –suspiró Toni.

    - ¿Qué? –Interrogué yo con rapidez.

    - Nada, que me duele todo el cuerpo de estar tantas horas estudiando.

    Aquello era una señal. Me levanté y fui hasta el sofá. Toni estaba recostado sobre el respaldo. Al sentarme junto a él, me lanzó una mirada furtiva pero siguió estudiando. Me acerqué lentamente y le besé en el cuello mientras mis dedos rozaban su abdomen.

    - Juan... habíamos quedado en que estudiaríamos...

    Mis manos seguían acariciando su definido torso. Continué besando su cuello. Toni lanzó un suspiro.

    - Sólo intento que te relajes – le susurré al oído.

    Los labios dejaron paso a una lengua ávida del sabor de su piel. Recorrí su cuello, bajé hasta sus pezones y jugué con ellos. Mientras, mis manos ya jugaban con el cierre de sus bermudas. Terminé de desbrochar sus pantalones y volví a ver aquella polla, Toni no llevaba ropa interior. Mis dedos atraparon sus miembro ya erecto mientras Toni se dejaba llevar en esa especie de recompensa por todo el placer que él me había dado. Mi lengua cruzó su abdomen rozando su ombligo.

    Llegué a su entrepierna, hundí mi nariz en su vello púbico y sentí su polla a escasos centímetros de mis labios. Cuando mi boca atrapó el glande de su polla, Toni se estremeció. La piel de su verga erecta, la suavidad del glande, ese aroma a hombre recién duchado, el tacto de mis dedos sobre sus huevos... a veces sentir que estás dando placer es mucho más gratificante que recibirlo. Miré a Toni mientras me comía su polla, con los ojos cerrados, mordiéndose el labio inferior, con aquel gesto de placer... entonces entendí que en el buen sexo no cabe el egoísmo.

    - Mmmm... me encanta como lo haces. No sabía que la comieses tan bien...

    “No sabía que la comieses tan bien” ni si quiera yo lo sabía. Pero sus palabras me calentaron. Era la primera vez que un tío me decía que se me daba bien comerme una polla. Unos meses antes aquello hubiese sido motivo para que le partiese la cara, pero en aquel momento, aquellas palabras me produjeron una extraña satisfacción. Aceleré el ritmo de la mamada.

    - Me voy a correr tío...

    Dejé de chupársela, para aquello no estaba preparado aún. Empecé a masturbarle. Sabía lo importante que era no cortarle el rollo, y parece ser que lo logré, porque pocos segundos después Toni empezó a correrse. Su polla lanzó una potente descarga que fue a parar a su pecho, mi mano se cubrió de su leche mientras terminaba de masturbarle. Ojalá hubiese podido capturar para siempre su cara de placer en aquel orgasmo.

    - ¿Hola?

    La voz de Carlos que venía del hueco de la escalera nos alertó. Me levanté electrizado y fui hacia la escalera mientras Toni se subía las pantalones precipitadamente.

    - Estoy en la buhardilla estudiando. –Grité yo esperando que Carlos cambiase de idea y no subiese, pero no pude estar más equivocado. Mi hermano apareció por la puerta que separaba la escalera de la buhardilla del distribuidor de la planta inferior.

    - ¿Puedo? –Interrogó al verme con cara de asustado.

    - Claro, estaba estudiando con Toni. –Dije yo fingiendo normalidad.

    Carlos subió las escaleras. Yo intentaba calmarme, pero ¡como iba a calmarme! ¡Si tenía la mano cubierta de semen!

    - Hola Toni. –Dijo mi hermano.

    - Buenas Carlos. –Respondió mi amigo con una sonrisa.

    Carlos se quedó en silencio observando la escena. Toni seguía recostado en el sofá, yo me había quedado paralizado junto a la barandilla, los dos sin camiseta y con cara de haber sido pillados en una situación comprometida. La tensión se respiraba en el ambiente. Fui incapaz de articular una sola palabra.

    - Sólo venía a decirte que al final Sergio ha aceptado alquilar el piso que vimos el miércoles. ¿Te parece bien?

    - Perfecto, ya sabes que puedes contar conmigo. -Respondí yo.

    - Muy bien, hablamos más tarde, me voy a comer algo. Os dejo... estudiar.

    Si Carlos sospechó algo, que es obvio que fue así, no hizo ningún comentario. Pero aquel encontronazo me había resultado tan violento que cuando mi hermano salió de la habitación solo pude pronunciar una frase:

    - Toni, será mejor que te vayas.

    Mi amigo, supongo que acostumbrado a mis desplantes, se puso la camiseta, recogió sus cosas en silencio y se dirigió a la escalera.

    - Límpiate esa mano, no quiero pensar que voy dejando huella. –Dijo Toni irónicamente justo antes de desaparecer por la escalera.

    Me senté en el sofá, estaba literalmente abatido. La había vuelto a cagar, me había arriesgado innecesariamente. Me rondó la idea de ir a hablar con mi hermano sobre lo sucedido, pero me dije a mí mismo que así sólo empeoraría las cosas. Un recuerdo golpeó en mi cabeza, la mamada que Sara le hizo a mi hermano en el comedor de casa y que yo presencié accidentalmente. Carlos me debía una. Cierto que esto era distinto, pero rogué que mi hermano no sacase conclusiones precipitadas.





    Continuará...

     
  •  


    CAPITULO XXX: GRITOS.


    El domingo, después del incidente con Toni en la buhardilla, tenía claro que no iba estar en mi casa ni un solo segundo. Antes de volver a hablar con Carlos debía meditar alguna explicación que quitase hierro a lo que había presenciado. Seguro que encontraría una explicación creíble, pero para ello necesitaba pensar. Necesitaba tiempo.

    Me levanté sobre las nueve. La desaparición de David, la bronca con Natalia, el incidente con Carlos y Toni, los exámenes... aquella mañana me había despertado con un humor pésimo. Sabía que si durante el día un simple detalle me disgustaba, estallaría. En la cocina me encontré con mi madre.

    - Buenos días hijo.

    - Hola –respondí mientras me servía un plato de cereales.

    - ¿Qué vas a hacer hoy? –Preguntó Rosa sin más.

    - Pues voy a Barcelona, a la biblioteca. ¿Por qué?

    - Bueno, es que tu hermano pasará el día con Sergio para ultimar los detalles de la mudanza, y yo había pensado en que si ibais a estar fuera podría invitar a Victoria y a su... compañero.

    - ¿A Victoria? Pero si no la ves desde que conoció a ese imbécil, es más, pensaba que no querías verla, ni a ella ni a su nuevo marido, compañero, novio o lo que sea –respondí sorprendido.

    - Ya... pero no sé, quizás sea el momento de intentar una reconciliación, al fin y al cabo es mi hermana.

    - Tu verás –dije mientras devoraba los cereales-. Yo me voy en cuanto termine de desayunar, prefiero no estar aquí si van a venir esos dos.

    Camino de Barcelona seguía sin entender porque mi madre se había decidido a invitar hoy a su hermana. Victoria es la única hermana de mi madre, seis años menor que ella. Entre las dos siempre había existido una relación muy buena, incluso después de casadas, hasta que las cosas cambiaron.

    Victoria había estudiado medicina y ejercía en un hospital de Barcelona, allí había conocido a Jorge con el que se casó poco tiempo después que mis padres. De ese matrimonio nació mi prima Lara. La relación de ambas familias era buena hasta que Jorge murió en un accidente de tráfico en agosto de 1996. Entonces toda la familia se volcó para dar nuestro apoyo a mi tía y a mi prima. Por ello, cuando Victoria anunció pocos meses después del accidente que estaba enamorada de un tal Julián, once años menor que ella y de profesión pintor, todos nos sentimos defraudados. Mi madre jamás le perdonó aquella falta de respeto por la memoria de mi tío Jorge, que se había portado con ella fabulosamente. Ni si quiera Lara se tomó bien la noticia y decidió irse a vivir con mi abuela Mercè a Tarragona. Desde entonces no había vuelto a saber nada de ellos, sólo algún comentario de mi madre sobre el estilo de vida de Julián, que más que del arte, parecía vivir del cuento, o lo que es lo mismo, de Victoria.

    Decidí olvidar el tema, llevaba tanto tiempo sin tener contacto con la familia de mi madre que no me preocupaba demasiado lo que hubiese sido de ellos. Ya en la biblioteca me puse a estudiar otra vez.

    A la hora de comer, cuando salí de allí y caminaba en dirección a un Pans & Company para comer algo, me di cuenta de que me había dejado la cartera en casa. Había que ser gilipollas para salir sin la documentación, sin las tarjetas, y lo que era peor ¡sin dinero! No me quedaba alternativa, tenía que volver a casa aún con el riesgo de encontrarme con Victoria y Julián.

    Volví a Sitges. El hambre y ese absurdo viajecito me habían puesto especialmente de mala hostia. Intenté aparcar delante de casa pero al parecer alguien había dejado allí un Seat Córdoba destrozado por un patético tuning. No recordaba que mi tía tuviese ese coche. Entré en casa, a simple vista parecía que no había nadie. Fui hasta el comedor y vi la puerta del jardín abierta, me pareció ver a alguien fuera. Me acerqué a la cristalera y lo que vi me dejó alucinado. Tendido en una de las hamacas del jardín había un tío muy musculado, exageradamente bronceado, cubierto únicamente por un diminuto bañador negro que le marcaba un generoso paquete, pero ¿quién coño era?

    - Perdona... ¡perdona! –Dije mientras salía al jardín.

    - ¡Ah! Hola chaval... ¿tú quién eres? –Me respondió con un marcado acento barriobajero.

    - Eso lo debería preguntar yo. Estás en mi casa, ¿no te parece?

    - ¡Ah! Pos Rosa ma invitao a tomar un poco el sol.

    - ¿Dónde está ella? –Pregunté intentando controlar mi ira.

    - Arriba creo, sa ido a cambiar el bañador por uno más cachondo... jajajaja.

    Aquello fue la gota que colmó el vaso. Me giré sin decirle nada más a aquel gilipollas. ¿Qué estaba pasando? Volvía al interior, subí las escaleras y me encontré a mi madre saliendo de su habitación. Llevaba su pelo rubio suelto y vestía un breve bikini azul que jamás imaginé que pudiese llevar. Rosa abrió los ojos de par en par al verme.

    - Juan, pero... pero ¿qué haces aquí?

    - ¿Quién es el paleto ese que está abajo tomando el sol?

    - Un amigo del trabajo.

    - ¿¿Un amigo?? ¡Y una mierda! Pero si me acaba de decir que has ido a ponerte un bañador más cachondo. Y además ¡pero como va a trabajar ese subnormal en la inmobiliaria!

    - Juan, tranquilízate. Fran es el portero del edificio donde trabajo y nos caemos bien. Sólo le he invitado a comer.

    - ¿Me tomas el pelo? Esta mañana me has dicho que ibas a invitar a Victoria y a Julián a comer. Vuelvo a mi propia casa, te encuentro medio desnuda con ese gorila y me dices que ¡¡¡sólo le has invitado a comer!!!!

    - Juan ¡basta! No tengo que darte tantas explicaciones. Pensaba que Carlos y tú pasaríais el día fuera y he hecho mis propios planes.

    - ¡¡Tus propios planes!! ¿¿Y nosotros qué??

    - ¿Vosotros Juan? Vosotros ya tenéis vuestra vida. Ahora me toca vivir también a mí.

    - ¿Vivir? ¿¿Llamas vivir a liarte con un gilipollas integral que todo lo que le sobra de músculo le falta de cerebro??

    - ¡Juan! Estoy harta de esta conversación, de dar explicaciones. Creo que me merezco ser feliz, tener mi propia vida. Me he pasado los últimos 26 años encerrada en un matrimonio que me ha hecho profundamente infeliz. Con un marido que a los 10 años de casados ni si quiera se acercaba a mí para besarme al llegar a casa. Con un marido que se ha tirado a sus secretarias, a mis amigas, ¡incluso a la novia de su propio hijo! ¡Un marido que me convirtió en una mujer incapaz de sentir, de disfrutar! Y yo me he callado, he aguantado y me he resignado pensando que lo tenía que hacer por Carlos y tú. Porque quería daros la mejor familia aunque sólo fuese en apariencia. ¿¡Y ahora vienes y me acusas de querer vivir mi propia vida!?

    - Puedes vivir tu propia vida, claro... pero no así. Te estás equivocando. Seguro que éste te busca por la pasta. ¿¿No te das cuenta??

    - Juan, no creo que me esté equivocando, pero si lo hago, serán mis propios errores. Aunque Fran sólo buscase mi dinero, aunque Fran fuese el más cabrón de todos los hombres que pisan este planeta, me daría lo mismo. Ahora me toca decidir a mí, y decido estar con él ahora, porque lo que he sentido estas últimas semanas es algo que hacia años que no experimentaba. Y no me refiero sólo al sexo Juan, una simple caricia de Fran me basta para volver a sentir como fluye la sangre bajo mi piel. Aunque me equivoque Juan. Todos tenemos derecho a equivocarnos. ¿Qué tiene de malo?

    - ¿¿Qué que tiene malo?? ¡¡Él es lo malo, podía ser tu hijo!! –Mis palabras salían de mi boca atropelladamente, sentía que la cara me ardía de la furia. No me esperaba aquello de Rosa.

    - Juan no seas ridículo, Fran no es ningún crío.

    - ¿Ridículo yo? Aquí la única que hace el ridículo eres tú. Pero ¡mírate! Estás ridícula...

    Tras escuchar mis palabras, Rosa pareció debatirse entre el llanto y la rabia. Pudo más la rabia.

    - ¡¡Fuera!! ¡Fuera ahora mismo de esta casa! ¡¡Largo!! Hasta que no recapacites y pienses en lo que me acabas de decir, no quiero volver a verte. Me avergüenzo de haber criado a un hijo tan incapaz de ponerse en el lugar de los demás. ¡Fuera!

    En aquel momento me creí cargado de razón y sin más, me di media vuelta y salí de casa dando un portazo. Quizás me arrepentiría de lo que había dicho, pero entonces me sentí defraudado, me había mentido. De nuevo en el coche, no puede contener más las lágrimas. Aquella bronca culminaba la eterna cadena de problemas en los que mi vida se había enredado en esos últimos días. Arranqué el motor. ¿Qué más me podía pasar antes de que terminase la semana?

    No sabía que hacer, así que volví a Barcelona. Después de la bronca no había tenido tiempo para coger la cartera. Conducía como un autómata, con los ojos llenos de lágrimas. Sentía como me ardía la cara, sentía como el corazón me latía con fuerza en el pecho. Me había pasado, había sido muy duro con Rosa, pero no es fácil ver como tu madre se comporta como una adolescente y se lía con un paleto casi veinte años más joven que ella. No es fácil ver como alguien al que quieres comete un error tan estúpido y no es capaz de entrar en razón. No iba a resultar sencillo acercar posturas, al menos no mientras Rosa continuase con el eslabón perdido.

    Una aguda punzada en la cabeza me sacudió. Necesitaba un respiro, había sido demasiada presión en una semana, demasiados problemas. Decidí pasarme por el Club Deportivo, al fin y al cabo llevaba la bolsa preparada en el coche desde esa mañana. Pensaba pasarme la tarde metido en un jacuzzi y perder el mundo de vista, aunque sólo fuera por unas horas. Más tarde ya se me ocurriría algo.

    Aparqué el coche en el parking del Club y caminé hacia la entrada. Delante del edificio había un llamativo 911 Targa granate. Lo estaba observando con detenimiento cuando se abrió la puerta del acompañante. Aquella silueta me resultaba familiar... era David. Me pareció que se despedía del conductor y tras cerrar la puerta entró en el Club. Aceleré el paso.

    - ¡Vaya! –le dije mientras le alcanzaba y le rozaba el hombro con la mano-. Cuanto tiempo ¿no?

    - ¡Ah! Hola Juan –dijo David esbozando una sonrisa-. ¿Sucede algo? –Interrogó al verme tan serio.

    - ¡Hombre tu dirás! Hace más de una semana que me desperté solo en tu casa y no he vuelto ha tener noticias tuyas.

    - Juan, he estado ocupado –Respondió ásperamente.

    - Claro, ¿y por eso apagas el móvil cuando te llamo y no eres capaz de devolverme la llamada?

    - Te repito que he estado muy ocupado.

    - Claro... ya he visto que te has ligado a uno con más pasta... bonito Porsche. –Dije yo intentando controlar la rabia.

    - Mira, no tengo porque darte explicaciones... pero lo haré por primera y última vez. El coche que has visto es el de Mónica, me ha acompañado antes de irse de viaje porque el mío está en una revisión. Y si no te he llamado es porque no he tenido tiempo. Pero dime una cosa Juan ¿a qué viene todo esto? Creí que había quedado claro que es lo que esperábamos de esta... amistad.

    - Sé que es lo que esperabas de nuestra amistad, y no te confundas, no he malinterpretado nada... simplemente esperaba algo más de un amigo. He tenido una semana horrible... se me cumulan los problemas y soy incapaz de controlar la situación. Especialmente ahora que... mi madre me acaba de echar de casa. Siento que he convertido mi vida en una puta mierda, que he logrado que no haya nadie con el que pueda contar... –no pude reprimir las lágrimas, no podía más.

    - Vamos, este no es lugar para hablar, puedes quedarte en mi casa esta noche...




    Continuará...

     

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