Esta mañana de mi 50 cumpleaños me miro al espejo y el torrente de recuerdos se agolpan en mi mente. ¿Cómo olvidar aquella casa de Guadalajara que me vió crecer?... Son tantos pero hoy como un resorte que no se que hizo accionar me viene el recuerdo de mi tio Daniel.
Fue una tarde del mes de agosto, justo cuando Guadalajara huele a tierra mojada, después de una tenue pero pertinaz lluviecita. Hacia calor y en uno de los cuartos que había alrededor del patio cuadrado con aquellas macetas de helechos, begonias, teléfonos y otras plantas de ornato que con devoción cuidaba mi madre, allí esta tío Daniel. Mis padres se había puesto de acuerdo para recibirlo en nuestra casa, finalmente siempre sobraba ese cuarto y el tío venía a quedarse una temporada grande con nosotros porque se había recientemente divorciado de su mujer.
Como cualquier adolescente de secundaria, tendría yo apenas unos 15 años, el gusanito de la curiosidad me mordía por dentro. Quizás era precoz pero ya sentía el ardor del sexo en mi. El despertar de la hormona. Sentía muchas veces como un efluvio de fuego mi sangre y me sentía muy atraído por algunos de mis compañeros del equipo de Futbol: “Los venados de Oblatos”.
Esa memorable tarde de lluvia mis papás habían salido a León a tratar asuntos relacionados con la venta del calzado que era su negocio, yo por mi parte regresaba del campo de fut, mojado y enlodado y con deseos de un buen baño de agua tibia, lo cual gustoso hice al final del pasillo donde estaba el baño grande. Al regresar a mi cuarto tenía que pasar por el cuarto de Daniel el cual estaba entra abierto, me asomé y ¿cuál va siendo mi sorpresa? Mi tío tendido completamente desnudo en su cama, boca abajo, durmiendo una kilométrica siesta y luciendo como dos hermosos montecillos sus hermosas y blancas nalgas. “Unas nalgas de hombre” me dije para mi mismo comparándolas imaginariamente con las nalguitas de mis compañeros, y así, sin pensarlo, impulsado por no se qué fuerza y desafiando el peligro entré sigilosamente hasta el borde de la cama donde Daniel lucia espectacular. Me acerqué para sentarme al lado de ese divino cuerpo sólo para admirarlo pero obvio que mi tío Daniel advirtió mi presencia pero supo disimularlo muy bien.
He tenido la primera y mejor erección de mi vida al contemplar aquella belleza al tocar milímetro a milímetro la piel de todo un hombre. Goce el sublime momento en que me tope con una alfombra que era el vello púbico y sentir como se endurecía aquel miembro viril que estaba bajo el peso del cuerpo de Daniel. Y así, sin inmutarse me permitió explorar su humanidad, pero al tocar su nalgas se arqueó dejando al descubierto su culo, estaba caliente ese pozo. Introduje mi dedo y Daniel dejo escapar un ligero gemido para ese momento reventaba mi pequeño pero firme pene de adolescente precoz y sin quien jamás nadie me hubiera dado los preliminares de las lecciones hice la azaña hasta entonces de mi vida: penetrar con mi erguido pito un culo ardiente. Foyé lo que pude, que no debió ser mucho, hasta sentir que la vida se me iba en un suspiro era mi primera eyaculación dentro de un hombre. Daniel solamente volvió su rostro para preguntarme: “¿Te gusto? poque a mi me ecantó. Muchacho, tienes un gran futuro”. Creo que no equivocó el pronóstico.
Hoy, que también cae una menuda lluvia en la calurosa Cuernavaca, después de tantos años me pregunto: “¿No habrá un jovencito que quisiera penetrarme a mi un madurón de 50 años? ¿Hay menores que abusen de mayores?”