Posted: 02.04.2004, 18:49
Entonces, te besé.
Al sentir tus labios cálidos supe la respuesta. Sumergido en ti, en las brasas de una pasión nueva, respiraré una sensación única, como aire puro después de permanecer bajo el agua un rato. Extrañado, no lograste descifrar el mensaje de mis acciones.
—Licenciado, pero...
—¡Cállate! —. Fue la orden que dí. Luego tomé tus lentes y los puse sobre el escritorio.
Al tocarte el cabello, esa extraña sensación de alivio se hizo presente en mí otra vez. Con la lengua, exploré nuevamente tus labios hasta encontrarme con ese pequeño pedazo húmedo, huidizo. Te desabotoné la camisa y la arrojé al suelo, rasgué la camiseta y, mientras veías desconcertado, comencé a disfrutar de ti. Tu piel tan suave, tersa y tibia temblaba al tacto. Mis manos te recorrieron en varias ocasiones, quería devorarte con los dedos, meterme en tu piel.
Me quité el pantalón y quedé en boxers. Te cambió el semblante al verme las fuertes piernas y el sexo. Enseguida me desnudé y, por primera vez, te rodeé por la cintura, besándote el cuello, lamiéndote, degustando tu olor, el sabor de esa piel antes prohibida. Tus pequeñas manos sintieron mi pecho duro, tocaron tímidas mis tetillas como con miedo a ser reprimidas. La respiración se me hizo profunda, era como ser inexperto de nuevo, luego me tocaste en lo más íntimo, mojaste tus labios y soltaste un leve suspiro cuando viste mi excitación. Sin pensarlo dos veces, te hincaste. Sentí fuego en el glande, lava que me recorrió el vientre sensibilizando mi pecho, hipnotizándome. De pronto estuve dentro de tu boca, siendo martirizado por esas sensaciones que creí conocer, ahora acrecentadas. Exploraste terreno, te adentraste a rincones inexplorados, perdí la memoria, me relajé captando con fidelidad todo eso que hasta hace unos minutos supe que me hacía falta.
Los minutos se hacían placenteros mientras me domabas haciéndome hervir, deseando cada vez más tu cuerpo. Entonces te quité el pantalón. Descubrí asombrado que tu pene era de mucho mayor tamaño que el mío. Lo toqué, estaba muy caliente, duro y a la vez suave.
—Ponte de pie —Grité.
—Pero...
—¡Hazme caso! —Dije.
Me puse en cuclillas para degustar ese inusual aparato tuyo. Fue una delicia recorrer con la lengua un lugar prohibido, excitante; descubrir el sabor que me hacía falta probar. Agité tu sexo como enajenado a la par de tus gemidos. Tomé tu cintura y te arrojé al sillón para poder sentir mi sexo en tu boca a la vez que el tuyo en la mía. Esa cintura tuya tan diminuta, en contraste perfecto con tus nalgas, tan redondas y duras.
Sin darme cuenta cómo, sentí uno de tus dedos explorándome por dentro. El ardor se convirtió en delicia cuando encontraste un punto que no sabía que existía en mí. Insististe en explorarme y yo me retorcí en vano tratando de que sacaras los dedos de mi cavidad hasta que finalmente cedí. Me incliné sobre el asiento del sillón y me montaste. No creí que todo eso me cupiera después del inmenso dolor que me provocaste. A los pocos minutos y sin poder contenerme, grité de placer. Justo cuando creí no poder más, tus pequeñas manos tocaron mi pecho haciendo insoportable la tortura placentera que me provocaste. La habitación se humedeció toda y tu seguías embistiéndome con fuerzas que no sé de donde salieron. Llegamos al punto más alto de la excitación, en el cual casi se pueden ver ángeles hasta que, finalmente, nos venimos a la par. Mi espalda recibió gustosa tu intensa secreción, bálsamo desconocido por mí.
Salimos rumbo a mi casa. Ahí nos bañamos, bebimos champaña y tuvimos la velada más romántica que hasta entonces conocía. Luego, aprovechamos el fin de semana para recrear de distintas formas lo ocurrido en la oficina, aquel viernes caluroso del mes de mayo.
Después de esa ocasión, te llamé más seguido a mi oficina hasta que tus compañeros, preocupados, decidieron hacer un oficio para saber qué habías hecho para recibir tantas llamadas de atención de mi parte. Por supuesto que no les he contestado. En cuanto a ti, espero que tu mal comportamiento no cambie en un buen rato.