Placer de seductores. Quitar con lentitud y presteza lo virginal de un muchachito. Pero no cualquier muchachito, he dicho uno virgen, que no sepa todavía lo que desea (no hablo de edades M.P.), orillarlo, agradarle, seducirlo. Seducir, no obligar.
Hacerlo caer para degustar por vez primera el fruto que ha de ofrecer a alguien más, recorrer por vez primera sus rincones, descubrir paso a paso lo que va a ofrecer, conquistar, llegar en primer lugar, e izarlo como bandera.
Pero siempre con amabilidad, con la promesa eterna de "en busca de otra Emmanuelle, una que tu no conoces, una que yo no conozco", transformarse uno en otro Mario dispuesto a manipular a alguien inocente (no a un Emmanuelle, claro), ponerle el punto a sus íes sexuales, conducirlo a lo que uno quiere que el sea, alguien motivo de orgullo propio, no una zocalera, no una jota barata que consiguió una bolsa Prada en la fayuca, ni un pseudo intelectualoide que se cree merecedor de las letras porque leyó en la secundaria a Richard David. Alguien que piense, que tenga gusto propio, que tenga buena pose, que sea valioso y que se sepa valioso. Alguien que cuando la gente lo vea en la calle diga, fue amante de aquel, del divo, y le tengan envidia por su envergadura (sin comentarios), por su presta elegancia, por su garbo.
Se necesitan aspirantes a nuevo divo.