El autobús semidirecto A Mexico-Cuernavaca se lanza hacia la oscuridad de la altiplanicie del Ajusco conmigo sentado en su interior. Lo de semidirecto es como un chiste malo, hemos parado ya como en veintisiete pueblos, juraría que alguno incluso del Estado de México. Las anodinas rectas que atravesamos ahora me reconfortan bastante, al menos le proporcionan algo de estabilidad a mi estómago. El tramo de curvas ha sido como sí lincharan a la gallinita ciega. Tú miras por el cristal para ver por dónde vas pero apenas ves más allá del semi bosque, eso sí, sientes la velocidad y los meneos de izquierda a derecha, de arriba a abajo, al centro y adentro, cual cubito de hielo en el interior de una coctelera. Digo cubito, porque a parte de los directos (semidirectos) al estómago, un conducto circular lanza un chorro de aire acondicionado sobre tu cabeza cuya misión debe ser la de acondicionarte para una hipotética travesía por el círculo polar antártico.
Los kilómetros comienzan a sucederse tranquilos por fin, como sí navegáramos por un mar de oscuridad totalmente calmo y de vez en cuando, entre vaivén y vaivén, se pueden divisar pequeñas luces en el horizonte que deben ser las de algún pueblo, aunque bien podrían ser las de un puerto o un faro. Tras las curvas y subibajas de Tres Marias quedaron flotando por el asfalto un montón de recuerdos de este viaje que llega a su fin y de otros anteriores que acabaron de forma parecida: en un autobús silencioso que atraviesa la noche o esa frontera lúdica que separa las vacaciones de la vuelta al trabajo o peor aun de la escuela, un puesto fronterizo con alambres de espinos, ametralladoras amenazantes y perros de ladridos rabiosos, no, solo son vendedores ambulantes que descomponen su camion de naranjas para venderlas en oferta. Es como sí las olas fueran arrojando los recuerdos a un playa tranquila y se te aparecieran entre la espuma arrancándote una sonrisa a veces divertida y otras melancólica.
Miro hacia delante y veo las cabezas del resto de pasajeros inertes, nadie se mueve o habla. Pareciese que fuera viajando en un autobús que trasporta maniquíes, vestidos de primavera verano, con sus mochilas, bolsos de viaje y complementos, en el que el único ser humano fuera yo. Entonces juego a imaginar que tres asientos más adelante va sentado aquel poblano que conocí en Hidalgo, y que delante del todo van algunos que debieron haber venido y se quedaron en tierra o atrás y pienso en que todos los autobuses deberían ser de ida y nunca de vuelta.