Hay días como hoy, en que me siento de más en este mundo. Hoy quisiera poder dejar de vivir sólo por no volver de nuevo al mismo cuento de siempre. Sólo por no tener que empezar otra vez a luchar con eso que de pronto se mete en mi cabeza y me priva de toda la fuerza, la alegría, el optimismo, el sentido mismo de mi vida. Llega sin avisar, sin motivos. Llega de pronto y se instala como si no quisiera irse jamás. Acaba con todo el progreso que hubiera podido acumular desde la última vez que apareció, y de paso arranca un poco más de todo, haciéndome cada día más frágil y a la vez más indiferente. Las cosas que me importaron dejan de hacerlo y corro peligro de hacer algo de lo cual me arrepentiré después, sea comer de más o dejar de hacerlo y terminar desmayado por ahi, o ir y golpear mi carro porque me dio la gana, buscar pelea, pelearme por cosas sin sentido, lastimar a alguien, dejar de trabajar, emborracharme y portarme como un bruto... cortarme las venas ya no puedo porque prometí no volver a hacerlo, igual y es bastante difícil. Uno no sabe lo dura que es la piel hasta que trata de cortarse a propósito. Sin embargo, esa sensación de querer arrancarse la vida y liberarse de todo es casi irresistible. Pensar que nada importará una vez que haya muerto. Así es el mundo. La gente muere todos los dias y el mundo sigue y seguirá. Seguramente mejor sin mi. Un problema recurrente menos que lidiar. Pronto se olvidará y los muertos no sienten nada.
Pero aquí estoy, usando ese pedacito de mente que se impone al aplastante peso de mi tristeza, al terrible cansancio. Porque me siento cansado, como si no hubiera dormido nunca, como si llevara días corriendo sin parar, como si mi vida fuera demasiado larga. Y si mi vida se midiera por las cosas de las que me arrepiento y son imposibles de arreglar, entonces es demasiado larga.