CuernavacaGay

Que tan difícil es narrar, cuando se ha vivido la realidad. Hay veces que uno quiera dárselas de Herodoto, Plinio, o quizás solo ser El_lobo.

La tarde a punto de morir, y el viento frío, con gotas de lluvia chocaban contra la ventana, escuchándose chiflidos por el efecto del aire. El café se había ya enfriado, y yo, malhumorado, y lleno de ideas que plasmar, sentado enfrente de un frío monitor.

Todo es frío, el ambiente pierde calor, yo, lento cada segundo más, me detengo en contemplar el frío.

Levantándome, tomo un suéter, cuento el escaso dinero que poseo, me peino, y corriendo, casi sin cerrar la puerta ni apagar la maquina, tomo la ruta 12, quizás el centro me de ideas.

El viaje es rápido, casi no hay coches, ni pasajeros, y me bajo en un esquina, camino, miro si veo alguien conocido...nada. sigo caminando, el zócalo está semi vacío, la plaza de armas, igual, y decido sentarme junto al reloj.

Ya está oscuro, las luces de la plaza se encienden, y la supuesta tormenta se ha ido. La gente sale, y se llena de nuevo todo. Sigo ahí, sentado, observando, acechando, y disfrutando la fabulosa vida que trascurre en la plaza.

Hastiado, me levanto camino, es viernes, quizás en la plazuela haya algo, y cual inspector con el ojo clínico atento, voy de cacería. Gente de todos colores, olores, formas, miradas, unos igual que yo, de cacería, chocamos las miradas, miles de chispas invisibles saltan al cruce de los haces invisibles de la acechanza y el deseo.

Me detengo en un puesto de periódicos, mientras miro de reojo la fuente, y la calle de Galeana y la Hidalgo, a ver si hay algo interesante.
No se en si que es lo que busco, pero si se que se darán cuenta implícitamente que es lo que busco. Aparte de chocar miradas y tener relatos gozosos. O relatos de actos gozosos.

La lluvia se suelta, casi sin avisar, aunque ya había habido amenazas previas, y hace que la gente se disperse, se refugie en las sombrillas oxidadas, o de plano busque refugio en la farmacia de la esquina. Impávido, me quedo, guarecido bajo el puesto de revistas, y eso si acompañado de muchísima gente.

Se llama Raymundo, si algunos lo conocerán. Tiene una sonrisa única, y una mirada tierna. Con el pretexto de la lluvia, se acercó a mi espalda, y dulcemente me sujetó de la cintura, volteando yo, a verlo y él, sonriente, musitando un disculpe...

Las presentaciones de rigor, y el famoso café aguado sangrons. Nos presentamos. Platicamos miles de cosas, risas, sonrisas, bufonadas, cosas serias, juramentos inválidos, pues se hicieron con las piernas cruzadas, en fin, todo un encuentro.

Ya cerca de la una de la mañana, llega la cuenta y que ya van a cerrar y miles de pretextos de gente que trabaja mas de 16 horas al día.

Caminamos, rumbo a su auto, y pienso yo que es el final, me dice que me lleva a casa, cierto ya es tarde, y el taxi por llevarme hasta el panteón de Santa María Ahuacatitlan me cobrará carísimo, o de plano no me llevará. Y acepto el viaje. Sintiendo como me sujetaba la rodilla cada vez que metía palanca, aun fuera un auto automático. Y de pronto, sin darme cuenta, con el auto detenido, nos fundimos en deliciosos abrazo.

Me deja a borde de carretera, pues con la lluvia, la terracería se ha vuelto un pantano cenagoso en cual, su nave puede naufragar.

Los intercambios de números celulares y los largos adioses.

Esa noche dormí muy bien, despertando a las siete, con el ring ring del celular. Si era Raymundo, invitándome a desayunar, desayuno que hasta la fecha llevamos haciendo desde hace dos años.

El domingo iremos a Taxco, espero contarles más.

(continuará)